“La letra con sangre entra” es un refrán español que, – leo en la página web del Instituto Cervantes–, “denota que es necesario el trabajo y el estudio para aprender algo o para avanzar en algo. A veces, se asocia únicamente al castigo corporal como estímulo para aprender”. Es también el título de un cuadro del español Francisco de Goya (1746-1829) que se conserva en el Museo de Zaragoza. Crítico social, Goya nos muestra en ese cuadro una pequeña escuela: el maestro, con un perro a sus pies, está azotando a un alumno con las nalgas al aire. Dos alumnos acaban de recibir su castigo, y otros se dedican a sus tareas.
Me ha venido a la mente el cuadro de Goya al leer una noticia publicada por la BBC el pasado 30 de octubre. La justicia de Kenia está estudiando el caso de Caleb Mwangi. Hace dos años, en la escuela de Bamburi, cerca de la ciudad costera de Mombasa, Caleb, que tenía entonces 13 años, estaba tan hambriento, –son sus palabras–, que durante el desayuno tomó cinco chapatis (una tortita de pan) de más. Como castigo, Caleb fue golpeado brutalmente, primero por Nancy Gachewa, directora del centro, y luego por uno de los estudiantes mayores, Idd Salim. Trasladado al hospital, tuvo que ser puesto en coma inducido y pasó 11 días en una unidad de cuidados intensivos. Un empleado de la Comisión de Servicios Docentes (TSC, por sus siglas en inglés, organismo independiente que gestiona todos los aspectos de la profesión docente en Kenia), que habló con la BBC a condición de que no se revelara su nombre, indicó que en los últimos tres años, los informes sobre palizas extremas en la escuela han pasado de 7 a 29; y que la mayoría de los incidentes nunca se denuncian. Ebbie Noelle Samuels, de 15 años, estaba interna en la escuela secundaria Gatanga CCM, en el condado de Murang’a, a unos 60 kilómetros al noreste de la capital, Nairobi. El 9 de marzo de 2019, su madre, Martha Wanjiro Samuels, recibió una llamada de la escuela para decirle que su hija se encontraba en el hospital. Cuando llegó allí, Ebbie había fallecido. La escuela dijo que había muerto mientras dormía, pero los testigos afirman que fue golpeada por el subdirector como castigo por la forma en que se había peinado. Hay que decir que, en Kenia, muchas escuelas obligan a chicos y chicas mantener el pelo muy corto para promover la uniformidad entre los alumnos y para controlar mejor y evitar la propagación de piojos. En Kenia existe desde 2001 una ley que prohíbe los castigos corporales en las escuelas. De hecho, la Encuesta sobre la Violencia contra los Niños (VAC en inglés), llevada a cabo por el Ministerio de Trabajo y Protección social en 2019, muestra el importante progreso realizado desde la primera VAC de 2010. Se ha reducido la violencia física infantil, así como la violencia sexual infantil para mujeres. Sin embargo, el informe pone de relieve tendencias preocupantes que muestran un aumento de ciertas formas de violencia física y sexual entre las adolescentes de 13 a 17 años. Pero lo que más llama la atención respecto a la violencia en los centros educativos, es que, según la encuesta del VAC, más de la mitad de los jóvenes entre 18 y 24 años de Kenia estaban de acuerdo en que era necesario que los docentes utilizaran el castigo corporal.
El artículo de la BBC que he comentado publica casos acaecidos en Kenia. Evidentemente, no sólo en Kenia se da la violencia escolar. En un artículo de investigación sobre “School Violence in Africa”, publicado en “The Criminal Justice Research Network” (no aparece el nombre del autor), se mencionan castigos severos a escolares en Ghana, Botsuana, Suazilandia y Sudáfrica, entre otros muchos. Significativo, en Botsuana, en 2007, el Secretario de Educación reveló que el 92 % de los estudiantes habían sido golpeados por un maestro, y que ese comportamiento había sido aprobado por el 67 % de los padres. En otro artículo, publicado en Psychologues et Psychologies 2018/2 (N° 255), “La violence en milieu éducatif africain”, el sicólogo burkinabé Léopold Badolo estudia los factores que favorecen la violencia escolar. Menciona, como otros muchos investigadores, factores económicos, infraestructuras inadecuadas, violencia familiar, las exigencias sicológicas que la escolarización impone a niños y adolescentes, la formación y remuneración insuficientes de los enseñantes, etc. Escribiendo sobre las dificultades a las que se enfrentan estos últimos, Badolo cita a Maria Estrela y Louis Marmoz, autores de Indiscipline et violence à l’école : études européennes. Por lo curioso de la cita, la transcribo en su integridad: “Estrela y Marmoz recuerdan con razón los lamentos de san Agustín por la indisciplina de sus alumnos, «esos necios que perturban el orden instituido para su propio bien». Su partida de Cartagena a Roma, con la esperanza de encontrar mejores condiciones de trabajo, y su abandono de la profesión docente, son descritos por Estrela y Marmoz como una vida de sufrimiento, en la que «muchos profesores de hoy podrían reconocerse, tanto que el malestar, la impotencia, la angustia, la migración de escuela en escuela, el deseo de rendirse y la renuncia definitiva forman parte del camino de muchos de ellos». Algunos sufren por el hecho de que los jóvenes no aprenden lo suficientemente rápido o no lo suficientemente bien. La profesión docente ya no es un sueño para las generaciones más jóvenes”.
Pero se vislumbra la luz al final del túnel. Sería injusto no mencionar la positiva reacción a la Encuesta sobre la Violencia contra los Niños de 2019, iniciada por los enseñantes de Kenia. Ese mismo año “Plan Internacional” (ONG fundada en 1937 por el periodista británico John Langdon-Davies) y la keniata TSC se unieron para lanzar “Beacon Teachers Africa” (Enseñantes Faro de África). Su objetivo es dar a los docentes la oportunidad de proteger a los niños en las escuelas y en sus comunidades. En la actualidad cuenta con una red de 50.000 docentes en 47 países de África. Robert Omwa es uno de los 3.000 maestros Beacon en Kenia. Entre otras actividades, organiza talleres para capacitar a los maestros sobre cómo impartir disciplina sin usar castigos corporales. “Al principio era escéptico al respecto. Pensé que esto era ideología occidental, a un niño africano hay que golpearlo. Pero cuando lo probé, me sentí aliviado como profesor. Me sentí más ligero. Sentí que los niños gravitaban más hacia mí”.
J. Ramón Echeverría
[CIDAF-UCM]