La lección tunecina: ¿Qué lectura hacemos desde Argelia? I

24/01/2011 | Opinión

Así pues, el primer cambio político (¿las primicias?) en África del Norte ha llegado de donde menos se esperaba: Túnez. El 14 de Enero de 2011, la revuelta de la calle tunecina ha puesto fin al reinado de un déspota que desde 1987 había instaurado paulatinamente un temible estado policial; una revuelta que ha tenido lugar 27 años después de los violentos disturbios de Enero de 1984 causados por la duplicación del precio del pan. ¿Significa esto que Túnez se ha quitado de encima el régimen Ben Ali sin Zine El Abidine? No estemos tan seguros, las semanas y meses por venir irán aclarando la situación y veremos qué se puede afirmar.

Vista atrás sobre el acceso al poder e instauración de una dictadura largo tiempo mencionada como “modelo”

Llega al poder en 1987 tras ser nombrado Primer Ministro por Bourguiba, el padre espiritual del Túnez moderno y laico, por aquel entonces ya senil y totalmente debilitado por la edad y la enfermedad, lo cual le costó acto seguido el ser depuesto por su delfín constitucional, Ben Ali, por “incapacidad física” al aplicar el artículo 57 de la constitución tunecina ya que, en base a un informe médico firmado por siete médicos que certificaban la incapacidad del presidente Habib Bourguiba de asumir sus funciones, lo depone por senilidad, de ahí el calificativo de “golpe de estado médico”, que lo catapulta a la presidencia de la República tunecina y a la jefatura suprema de las fuerzas armadas. En su libro “Nuestro amigo Ben Ali”, los periodistas Nicolas Beau y Jean-Pierre Tuquoi dan una versión bastante precisa de los acontecimientos: “Siete médicos de los cuales dos militares, son convocados en plena noche, no a la cabecera del enfermo, ahí se entendería, sino al ministerio del Interior. Entre ellos se halla el actual médico del presidente (Ben Ali), el General-cardiólogo Mohamed Gueddiche. Ben Ali ordena a los facultativos establecer un dictamen de incapacidad del presidente. «No he visto a Bourguiba desde hace dos años», protesta uno de los médicos. «¡No importa! ¡Firma!», zanja el general Ben Ali”.

Su llegada al poder tuvo lugar en un momento en el que Túnez era presa de un islamismo amenazador y de una lucha encubierta para la sucesión en la cumbre del Estado, lo que hacía pesar la tangible amenaza de un desmoronamiento de dicho Estado. Temido, pero preferido al caos que se avecinaba, Ben Ali fue bastante bien recibido por el pueblo. Según Michel Camau, “La sustitución del viejo Bourguiba por el joven Ben Ali permitió a la clase dirigente evitar una salida violenta a la profunda crisis que dividía Túnez en 1987, debida al desarrollo y a la represión del movimiento islamista. El cambio de liderazgo permitió detener, o al menos dejar en suspenso, una evolución caótica e imprevisible de la situación. De hecho, aunque se produjo en un clima de crisis, el cambio fue generalmente bien recibido por una población dividida entre «el alivio y el pesar»”.

Esta coyuntura favorable para consolidar su poder será aprovechada por Ben Ali quien, deseando dar la imagen de un hombre que será a la vez la continuidad de su predecesor en cuanto a prestigio se refiere, particularmente en lo que concierne a la promulgación del estatuto personal, aboliendo jurídicamente, hecho único en la región, cualquier forma de segregación sexista, y aquel por el cual la democracia y su corolario la modernidad serán ancladas de forma tal que imprimirán a Túnez el carácter de una verdadera república decididamente orientada hacia el progreso y la emancipación ciudadana, declara en la radio que “la época en la que vivimos no puede tolerar más ni una presidencia vitalicia ni una sucesión automática al frente del Estado, de las cuales el pueblo se halla excluido. Nuestro pueblo es merecedor de una vida política avanzada e institucionalizada, realmente basada en el multipartidismo y en la pluralidad de las organizaciones de masas”.

El nuevo presidente se compromete en un principio a poner fin a la presidencia vitalicia limitando el número de mandatos presidenciales a tres, lo cual se lleva a cabo el 25 de Julio de 1988…

Buscando apaciguar el clima político, se promulga una ley de partidos políticos y se reconocen nuevos partidos mientras que se suprimen los Tribunales de Excepción y la Oficina del Procurador General. Ben Ali también garantiza una apertura hacia las asociaciones, entre ellas la Liga tunecina de derechos humanos, y establece contactos con los partidos de la oposición. Un pacto nacional que reúne las distintas formaciones políticas y sociales del país, con excepción de las islamistas, es firmado el 7 de Noviembre de 1988 y compromete a sus firmantes a respetar la igualdad entre los ciudadanos de ambos sexos, los logros del Código del estatuto personal, los principios republicanos y la negativa a utilizar el Islam con fines políticos.

En las elecciones legislativas del 2 de Abril de 1989, los candidatos de la oposición, sobre todo los islamistas inscritos como independientes, obtuvieron el 14% de los votos y hasta un 30% en ciertas barriadas de Túnez capital.

En las elecciones presidenciales que se celebraron ese mismo día, al ser el único candidato, Ben Ali resulta elegido con el 99,27% de los votos. Inmediatamente, unos incidentes que se producen en un barrio del centro de Túnez, son atribuidos a los islamistas del partido Ennahda.

La editorialista americana Georgie Anne Geyer relata los siguientes hechos: “En torno a 1990, los islamistas provocaron nuevos enfrentamientos mientras que Saddam Hussein invadía Kuwait y que el mundo árabe en su conjunto dudaba. En 1991 (…) los islamistas se manifestaron duramente, con huelgas y enfrentamientos violentos con la policía en las universidades. El terror invadió los campus de Túnez, Sousse y Kairouan. Luego, el 17 de Febrero de 1991, a las cuatro de la mañana mientras todavía era de noche, un grupo de islamistas ocupó un edificio público de Túnez que simbolizaba al gobierno y le prendieron fuego (…) Los islamistas abandonaron dentro del edificio en llamas a dos guardias de seguridad atados de pies y manos. Ambos se quemaron atrozmente y uno de ellos falleció como consecuencia de sus heridas. Para la gran mayoría de los tunecinos moderados y respetables este acontecimiento marcó un giro inexorable. Esa primavera, mientras se producían nuevos enfrentamientos, los tunecinos descubrieron con estupefacción que los islamistas estaban ampliamente infiltrados en el ejército, en la Guardia Nacional y en la policía”.

Tras anunciar el descubrimiento de “un plan islamista para la toma del poder”, el régimen realiza detenciones en los ambientes islámicos, organiza juicios durante el verano de 1992 y disuelve el partido islamista Ennahda.

En vista de la grave situación en Argelia, Ben Ali ahoga al monstruo dentro del huevo e impide que Túnez padezca una experiencia khomeynista como la que ya ensangrentaba a su vecino del Oeste. Las condenas y demás interpelaciones de ONG como Amnistía Internacional no sirvieron de nada, pero Ben Ali, con ese impulso, aprovechó para justificar un cierre gradual del terreno político y de los medios de comunicación que pronto se convertiría en una auténtica cacería de cualquier voz disidente. Así pues, el trato extraordinariamente firme dado a los islamistas había suscitado la admiración de los modernistas y el apoyo de Occidente que veía en Ben Ali el baluarte contra ese “fascismo verde•que asolaba Argelia, amenazaba Marruecos y golpeaba las potencias mundiales en su propio suelo. Por desgracia, ya que fue un pretexto para amordazar la democracia y reprimir mediante detenciones arbitrarias, tortura, represión fiscal y mediante cualquier procedimiento, toda oposición política y cualquier pluralidad sindical u otra, que sin embargo no tenían nada que ver con un islamismo muy contenido en ese país por las medidas decididamente modernistas de Bourguiba y por la firmeza sin fisuras de Ben Ali. Por lo tanto, un extraordinario apoyo de los ciudadanos tunecinos correspondió al impresionante comienzo de un régimen que, algunos años más tarde, reveló ser una verdadera máquina de represión de las libertades democráticas que pondría poco a poco en órbita a una familia, la Trabelsi, la de Leila Ben Ali, la segunda esposa, que se apropiaría con total impunidad de lo esencial de la economía tunecina.

Además, la famosa cláusula constitucional que limitaba a tres el número de mandatos presidenciales fue pisoteada, primero con su abrogación tras el referéndum del 27 de Mayo de 2002, después con un cuarto mandato y finalmente, en 2009 con un quinto mandato mientras que simultáneamente, a unos pocos kilómetros hacia el oeste, en la vecina Argelia, un tercer mandato, sinónimo de una presidencia vitalicia, era impuesto mediante un golpe de Estado constitucional a una sociedad completamente pulverizada.

Junto a este peculiar clima político de un régimen casi-policiaco y no-militarizado, Túnez no es un país beligerante ya que dispone de un pequeño ejército cuyos efectivos apenas alcanzan los 35.000 hombres que están mayoritariamente destinados a proteger las fronteras y, eventualmente, a mantener el orden público, dirigido por un general en absoluto beligerante, el general Achid Ammar, Jefe de Estado Mayor del ejército de Tierra, que no se parecía en nada a sus homólogos argelinos. Su negativa a sacar su ejército a la calle para reprimir a los manifestantes le costó su cargo, fue destituido pero justificó así cierta simpatía que le mostró la calle en plena agitación y el odio hacia el uniforme policial que ahogó en sangre una protesta que partió desde Sidi Bouzid, donde, en un acto de desesperación, un joven parado se inmoló en llamas. Tal desaire a la arbitrariedad y a la tiranía es simplemente inimaginable, rayando incluso lo imposible, para un general argelino por lo inmerso que se halla en el propio corazón de ese autoritarismo.

La Economía tunecina, una de las más eficientes del continente africano a pesar de no producir gas ni petróleo, se fundamenta sobre una organización administrativa y una gestión de los fondos públicos de lo más estrictas, exceptuando al clan Trabelsi y algunos privilegiados muy altamente situados que escaparon a esta lógica, no tanto por dedicarse a la rapiña y otros desfalcos en masa como es el caso en Argelia, sino exigiendo considerables cuotas de mercado a cualquier nuevo inversor que, para evitar obstaculizaciones innecesarias, cede esas cuotas… De esta forma, esta casta de intocables se encontró, con el tiempo, en posesión de ¡prácticamente toda la economía tunecina! Al ser importante el crecimiento económico, el país adquirió la reputación de ¡modelo económico a seguir! Bajo la presidencia de Ben Ali, en 2007 la economía tunecina alcanzó el primer puesto de competitividad económica en África, según el Foro Económico Mundial.

Jacques Chirac, por sólo citarlo a él, en un discurso de triste recuerdo que dio en Túnez capital, se congratuló por los Derechos Humanos de los que gozaban los tunecinos en base a que éstos “¡se cuidaban, tenían escuelas y comían!”.

Desde el inicio de la revuelta, varias voces anónimas y de opositores se han alzado para fustigar el apoyo del Palacio del Eliseo, de izquierdas y de derechas, al régimen de Ben Ali, haciendo hincapié en que los Derechos Humanos son ante todo “¡la dignidad, la democracia y la libertad!”.

Por lo tanto, el 17 de Diciembre de 2010, en Sidi Bouzid, donde un joven vendedor ambulante se inmoló en llamas por estar en paro y por la precariedad que acabó con sus esperanzas, estalla de forma espontánea un motín que se propaga por las ciudades tunecinas para transformarse, con el paso de los días, en una auténtica revuelta que acabará por instalar el pánico en el Palacio de Cartago, luego en el seno de la totalidad del régimen y finalmente impulsa la huida del en lo sucesivo ex-dictador general Zine el Abidine Ben Ali y su familia. En un principio interviene en una alocada aparición televisiva, el 10 de enero de 2011, en la que denuncia “actos terroristas” al mismo tiempo que promete la creación de 300.000 empleos más de aquí a 2012. Ante el proseguimiento del conflicto, reaparece por segunda vez el 13 de enero de 2011 y anuncia la adopción de medidas adicionales, especialmente la garantía de la libertad de prensa y de la libertad de expresión política así como su renuncia a ser candidato en 2014. Ante la dimensión que adquiere el conflicto, que pasa a llamarse la “revolución del jazmín”, Ben Ali vuelve a la carga el 14 de enero, anuncia la destitución de su gobierno y promete organizar elecciones legislativas en los próximos seis meses. Finalmente se da cuenta de lo evidente y huye precipitadamente en dirección indeterminada, ya que primero se le sitúa en Malta y luego en París, que lo “desmienten” inmediatamente, y a continuación hacia Oriente Medio donde ya se hallaba su esposa (en Dubái). Finalmente es acogido por Arabia Saudí.

En Túnez, capital sumergida en dudas, sometida al pillaje y a la aparición de milicias armadas, el Primer Ministro, en virtud del artículo 56 de la Constitución, se autoproclama Presidente interino ante unos tunecinos desilusionados, ya que además del hecho de que Mohamed Ghannouchi es considerado un hombre del régimen Ben Ali, su nombramiento es también una flagrante violación de la Constitución ya que al no ser temporal la ausencia del presidente, se debe aplicar el artículo 57 para la designación del Presidente de la Cámara de los Diputados, en el cargo de Presidente interino. Ante una calle que no desfallece, se designa para este cargo a Fouad Mebazaâ en lugar de M. Ghannouchi, al cual será encargado de formar un gobierno de unidad nacional.

Allas Di Tlelli (H.A.)

Publicado en el diario Kabyles.net, La Cabilia, Argelia, el 18 de enero de 2011.

Traducido por Juan Carlos Figueira Iglesias, para Fundación Sur.

(Continúa con la segunda parte de este mismo artículo:

“La lección tunecina: ¿Qué lectura hacemos desde Argelia? II
¿Similitudes con Argelia?”

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