La Guerra de los Kivus, Por Alfonso Armada

21/10/2008 | Bitácora africana

La guerra que ya causó cuatro millones de víctimas al este del Congo vuelve a castigar la región de los Kivus, fronteriza con Ruanda. Las maniobras del general Nkunda, aliado de Kigali, y los beneficios del coltán y otros minerales, abonan el conflicto ante la inoperancia de la ONU

«Los hombres que vienen aquí no deberían tener entrañas». La frase pertenece al «Corazón de las tinieblas», la novela de Joseph Conrad que se utiliza con tanta frecuencia como sinécdoque de África, pero especialmente de uno de sus países donde el sufrimiento ha echado raíces más hondas: la República Democrática del Congo (RDC, el antiguo Zaire de Mobutu Sese Seko). Y sin embargo, la frase describe mejor la codicia de Occidente: en el caso de Conrad, de la finca de esclavos en que convirtió el Congo belga el rey Leopoldo II. En ese sentido clava la dramaturga catalana Lluïsa Cunillé la frase del escritor polaco que mejor se expresó en inglés al inicio de su obra «Après moi, le déluge» [«Después de mí, el diluvio», que pronunció Mobutu al ver que su reinado de casi 40 años de cleptomanía al servicio de Occidente se hundía], una cala moral que acaso sirva de reveladora prospección en la tiniebla congoleña, donde tantas atrocidades se cometen en nombre de la codicia. No se entiende bien qué ha ocurrido y qué sigue ocurriendo en el este del gigante centroafricano sin el «escándalo mineral» que atesora el subsuelo congoleño y que se ha convertido en una maldición para sus habitantes. Ante la pasividad de una de las mayores misiones de las Naciones Unidas (MONUC), formada por 17.000 hombres, los tambores de guerra vuelven a sonar en la región del lago Kivu, fronteriza con Ruanda y Uganda, dos «actores capitales» de la región de los Grandes Lagos.

«El coltán se ha convertido efectivamente en la principal fuente de la desestabilización de las provincias del este de la RDC (las dos provincias del Kivu y el Ituri), por el afán de las guerrillas locales y de las multinacionales de controlar su explotación y comercialización», dice el congoleño Mbuyi Kabunda, profesor del Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo y de Relaciones Internacionales y Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid. «Se ha instaurado en la zona una verdadera economía de saqueo máximo controlada por Ruanda, Uganda y las guerrillas locales. Del 60 al 70 por ciento de la producción de este mineral transita por Kigali, en Ruanda. Los ejércitos de ocupación de Ruanda y Uganda se enfrentaron en Kisangani, en agosto de 1999 y abril-mayo de 2000, para el control de la explotación de los yacimientos de diamantes, oro y coltán. Estos dos países se han convertido en los principales exportadores de coltán y de los diamantes saqueados en la RDC. Por lo tanto, estos países directamente, o por guerrillas interpuestas, tienen interés en la desestabilización del este de la RDC donde intervienen constantemente desde 1998, bajo el pretexto de luchar contra sus movimientos de guerrilla respectivos que actúan a partir del territorio congoleño, pero en realidad para saquear los recursos naturales de la RDC y financiar sus economías o para el enriquecimiento personal de las elites de estos países (políticos y altos cargos militares). El balance del coste humano de estas prácticas es escalofriante: más de 4 millones de muertos, víctimas de represalias, asesinatos, atrocidades, desplazamientos, violaciones…, en los dos Kivu y en el Ituri».

En el mismo sentido se manifiesta el ex cooperante en la zona y estudioso de los Grandes Lagos Ramón Arozarena: «El papel del coltán (también el oro y casiterita) es fundamental en la desestabilización del este por parte de los diferentes grupos armados de hutus, tutsis y maï-maï, entre otros. Es evidente, sin embrago, que el gran desestabilizador de la zona es el general Laurent Nkunda, a quien todas las informaciones apuntan como agente de los intereses económicos y estratégicos de Ruanda en la zona. Hay un historial de Nkunda que avalaría esta hipótesis: participó con otros tutsi congoleños en la guerra y toma del poder de Kagame (1990-1994) en Ruanda. Participó en la llamada 1ª Liberación del Zaïre, que llevó a Laurent-Désiré Kabila al poder en Kinshasa,en mayo de 1997, integrado en las tropas del AFDL (componente ruandesa). El 2 de agosto 1998 participó en la llamada 2ª Liberación apoyando la invasión ruandesa del Congo desde Goma. Fue uno de los jefes del ejército de la RCD-Goma –movimiento político/militar creado en Kigali -, que ocupó, administró y saqueó grandes zonas del este hasta los acuerdos de paz de Pretoria de diciembre 2002, que culminaron en el inicio de la transición del 30 de junio de 2003. Se negó a aceptar los acuerdos que preveían la integración de los ejércitos beligerantes, y se declaró en rebeldía, mantuvo bajo su mando numerosas tropas y controla varias zonas. En junio de 2004, ocupa por unos días Bukavu; luego se retira. Mantiene su actividad armada a pesar de las elecciones presidenciales y legislativas de 2006. La rama política, el partido RCD, fracasa estrepitosamente, ya que Kabila hijo arrasa en el este. Declarado en rebeldía, pesa sobre él un mandato de arresto internacional -ya que la amnistía decretada por el Parlamento de Kinshasa en 2008 prevista en los acuerdos de la Conferencia Goma de enero sólo cubre delitos de insurrección/rebeldía y no los crímenes contra la humanidad que son imprescriptibles-. Funda un nuevo movimiento político/militar CNDP, Congreso Nacional de Defensa del Pueblo (en principio para defender a las poblaciones tutsi congoleñas frente a los genocidas hutu del FDLR que pululan y actúan en los Kivu. Participa en la Conferencia de Goma, firma los acuerdos, se retira y rechaza el Programa Amani (Paz). El 28 de agosto vuelve a la guerra abierta. Kagame declara “entender” la postura de Nkunda. Tras rumores sobre su salud, aparece y hace un llamamiento a todos los congoleños para liberar al país. Cuando las milicias de Nkunda están débiles, reciben un refuerzo de Ruanda. De esta manera pueden mantener al escaso y mal preparado ejército congoleño distraído con Nkunda mientras diferentes grupos armados pueden seguir teniendo el control de otras zonas de minas y sacar todo ello por Ruanda a precio de saldo. El Gobierno ruandés se encarga de transferir los minerales por el mercado negro y obtener con ello suculentas ganancias para los dirigentes. Las multinacionales obtienen los minerales por debajo del precio de mercado».

Kabunda también sostiene que “el general Laurent Nkunda es claramente un agente al servicio de los intereses de Ruanda, pues es inconcebible su resistencia, desde 2004 hasta la actualidad, frente las múltiples ofensivas de las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (FARDC), desprovistas de capacidades logísticas y humanas, para recuperar los territorios que el general tutsi controla en el Kivu, sin el apoyo directo de Ruanda. El régimen de Kigali utiliza a Nkunda como escudo para defender a distancia contra los ataques procedentes de los grupos rebeldes ruandeses instalados en las selvas del Kivu, y por seguir con la explotación y saqueo de los recursos de la parte oriental de la RDC. Sin embargo, los discursos xenófobos y populistas de las autoridades congoleñas y de las poblaciones oriundas del Kivu (hunde, nyanga, tembo, nande, etcéteera) contra los ruandófonos, en particular hacia los banyamulenges (tutsis instalados en el este congoleño desde antes de la colonización belga), convierte a Nkunda en un héroe para su pueblo. Con estos discursos han dado la perfecta excusa a Laurent Nkunda, y su Consejo Nacional para la Defensa de los Pueblos (CNDP), para convertirse en el portavoz y defensor de los tutsis banyamulenges, contra las tendencias genocidas o de exterminio de las autoridades locales y de las “fuerzas negativas” del “Hutu Power”, instaladas en la zona. O según sus propias palabras “se ha creado una coalición que pretende exterminar a los tutsis”. Mientras que siga el problema de la nacionalidad de los ruandófonos o banyamulenges, problema creado por el régimen de Mobutu con leyes de nacionalidad ambiguas y contradictorias, y no resuelto por él de los Kabila. Nkunda, con tropas mejor equipadas y entrenadas por Ruanda, seguirá utilizando la excusa de la seguridad de los banyamulenge y de Ruanda, para realizar las
ambiciones ruandesas en el este de la RDC. La actitud ambigua de Ruanda ?que utilizó ayer a los banyamulenges contra el régimen de Mobutu y después contra Kabila padre, y hoy contra el poder de Kabila hijo, además de tener ambiciones no declaradas de ocupar los Kivus? lleva a la mayoría de los no ruandófonos del Kivu a considera a los banyamulenges como “colaboradores de los agresores extranjeros”, y por lo tanto como enemigos, y al propio Nkunda como el brazo armado de Kigali. La misión confiada a Nkunda es impedir a aquellas fuerzas cruzar las fronteras hacia Ruanda, e incluso la posibilidad de creación, si procede, de la “República de los Volcanes”, como Estado-tampón para Ruanda atraída por los territorios menos poblados del Kivu y por los enormes recursos económicos de este territorio. Este papel fue asumido anteriormente por el RCD-Goma (pro-ruandés), que ha perdido cualquier peso político tras las elecciones de 2006.

Además, la creación del movimiento de Nkunda aparece como una clara estrategia de rechazo de incorporación de las tropas del RCD-Goma en las estructuras del nuevo ejército nacional integrado o unificado”.
Liberar «todo el Congo»

El general Nkunda, que se autoproclama máximo protector de los banyamulenges, acaba de ampliar el calibre de su reto: ya no se limita a defender los derechos de «su» pueblo, sino que, como hicieran en su día Ruanda y Uganda, que llevaron en andas a Laurent Kabila (el padre del actual presidente) hasta el «trono» de Kinshasa, y acabaron con el régimen de Mobutu, ahora dice que su objetivo es «liberar» todo el Congo. Como consecuencia de sus enfrentamientos con el ejército en Kivu Norte, «cientos de miles de personas se han visto forzadas a huir de sus casas desde que se reanudó la guerra a finales de agosto y viven con miedo, sin medios para cubrir sus necesidades básicas», manifestó Médicos sin Fronteras el pasado 6 de octubre. «Estábamos asistiendo a unos 250.000 desplazados en Nyanzale y Kabizo. No sabemos adonde han huido en las últimas semanas», asegura Anne Taylor, coordinadora general de MSF en Goma.

MSF critica la pasividad internacional. «A pesar de que actualmente está desplegada en RDC una de las fuerzas de paz más grandes del mundo, la MONUC no está siendo capaz de cumplir su mandato de protección de la población civil en Kivu Norte». Arozarena es mucho más explícito: La presencia de la MONUC «no ha servido para garantizar el fin de la explotación ruandesa y ugandesa de los recursos mineros del Congo. No me atrevo a dar un juicio definitivo sobre la MONUC, pero parece increíble que 17.000 soldados no sean capaces de desempeñar una función estabilizadora en la región. Lo que me lleva a pensar a veces en que su ineficacia esté de algún modo buscada; esto es, que existan intereses ocultos en mantener un «statu quo» de inestabilidad, como muchos congoleños afirman. Por un lado, me cuesta admitir semejante cosa, por otro, los hechos lo confirmarían».

En esa sospecha (y en los intereses mineros occidentales) hace hincapié Kabunda: «Es de sobra conocido que el conflicto de la RDC no forma parte de las prioridades de la comunidad internacional, por su actitud de casi indiferencia ante la violación de la soberanía de un país por otros, para sólo limitarse a una asistencia exclusivamente humanitaria. Los EEUU se niegan a considerar Ruanda y Uganda como los principales agresores de la RDC, a pesar de los informes del Grupo de expertos de las Naciones Unidas (4 entre 2001 y 2004) sobre la explotación de los recursos naturales de este país. El resultado es la falta de efectividad de la Misión de Observación de las Naciones Unidas en el Congo (MONUC). Esta fuerza quedó expectativa durante los enfrentamientos entre las tropas ruandesas y ugandesas en Kisangani, su falta de protección de la población durante los enfrentamientos entre las milicias lendu y hema en el Ituri, y su incapacidad para echar o neutralizar a las tropas del general disidente Laurent Nkunda en el Kivu. Frente a la complejidad, la MONUC, presente en el territorio congoleño desde 1999, es totalmente impotente, y en algunos casos es víctima de las agresiones de las milicias decididas a defender las zonas ricas en recursos naturales que ellas ocupan, tal y como sucedió el 25 de febrero de 2004 con el asesinato de 9 cascos azules en los alrededores del lago Alberto por las milicias lendu. Es verdad que el jefe de dichas milicias, Thomas Lubanga, fue detenido y llevado ante la CPI. El saqueo sigue, a pesar de la presencia de la MONUC, cuyo mandato se limita a dos funciones principales: la mejora de la situación humanitaria de la población y el desarme de las milicias conforme a los acuerdos de paz nacido del diálogo intercongoleño de Sun City. Lo cierto es que la MONUC no dispone ni de la capacidad ni de la voluntad de mantener la paz o de imponerla en el Kivu, donde desde 1996 perviven en la zona bandas armadas y la cultura de la violencia de los beligerantes, decididos a seguir con sus actividades de saqueo. La MONUC nunca ha apostado por el uso de la fuerza para desarmar o acabar con las milicias armadas, utilizadas en el saqueo del coltán».

Kabunda, autor de libros como “Derechos humanos en África: teorías y prácticas”, destaca que “el mérito de Laurent-Désiré Kabila era acabar con la dictadura depredadora de Mobutu en 1997. Sin embargo, al apoyarse en las tropas extranjeras para llegar al poder en Kinshasa, Kabila perdió de vista las ambiciones expansionistas de sus mentores ?el presidente Bizimungu y Paul Kagame su entonces ministro de Defensa, que desde 1994, hablaban de la “Segunda Conferencia de Berlín”, para reintegrar en Ruanda los territorios ocupados por los banyamulenges (Kivu), y más tarde Kagame, esta vez como presidente afirmaba que “la guerra en el Congo se financiaba por si mismo”?. Desde el principio, Laurent-Désiré Kabila fue “secuestrado” por sus aliados ruandeses y ugandeses, mal vistos por la población congoleña, y que controlaron el aparato político y económico del Estado, y por los apoyos financieros de multinacionales mineras en lo esencial norteamericanas (juniors mineros), durante su campaña militar hacia Kinshasa a cambio de concesiones mineras.

Fiel a su tradición nacionalista (lumumbista), Kabila intentó deshacerse de estos aliados incómodos, para apoyarse después en los oriundos de Katanga, su provincia de origen. En medio de todas estas contradicciones e incoherencias (poder político y ejército heteróclitos), surgió su asesinato en enero de 2001. Kabila padre dio, durante el poco tiempo que gobernó, la impresión de luchar contra la corrupción y a favor de la rehabilitación de la autoridad del Estado en un país devastado por la larga dictadura de Mobutu, con métodos que lo hizo sospechar de sustituir la anterior dictadura por otra de parecido talante. Su hijo que le sucedió, tampoco ha tenido el tiempo de gobernar efectivamente por la persistencia de la guerra castillo hinchable jb inflables en amplios territorios del país, una transición caótica basada en el reparto del poder entre los beligerantes (“sistema 1+4”), responsables de la situación caótica del país, y unas elecciones impuestas y financiadas por la comunidad internacional, que han consagrado más la legalidad que la legitimidad del poder de Joseph Kabila, un presidente que destaca por la ruptura ideológica con el padre y por el pragmatismo al buscar constantemente la paz con las fuerzas de agresión. El propio instinto de supervivencia de su poder, ante el cuestionamiento de sus orígenes congoleños por una parte de la población, le lleva a gobernar apoyándose en sus fieles, con un cierto reequilibrio mediante el nombramiento de colaboradores procedentes de otras regiones del país. La situación social de la RDC sigue siendo dramática y las causas del conflicto intactas”.

Ramón Arozarena, que sigue muy vinculado a los Grandes Lagos desde que viviera y enseñara en Ruanda y que participó como observador en las elecciones de 2006 en la República Democrática de Congo, subraya que dos años después del proceso electoral se han instalado las instituciones democráticas del Estado y de las provincias con relativa calma y consenso. Hay una cierta paz /salvo en el este) y estabilidad y cierta vida democrática (prensa libre por ejemplo…. Nada ha cambiado sustancialmente en las condiciones de vida de los congoleños y se percibe una verdadera frustración social. El gobierno Gizenga acaba de dimitir y su balance es mediocre. Los 5 ejes (Chantiers) de desarrollo fijados por Kabila en su discurso de investidura apenas han dado un paso. El Estado sigue sin funcionar, las riquezas salen del país… y la lucha contra corrupción y la buena “gobernanza” se limita a los discursos. La autoridad del Estado no cubre todo el territorio…”.

“La responsabilidad de Occidente”, añade Mbuyi Kabunda, “estriba en primer lugar en el comercio de armas, vinculado con las actividades de importación-exportación en la zona. Se ha creado en el este de la RDC una zona de nadie donde hombres de negocios, militares y políticos ruandeses, ugandeses y congoleños sacan importantes beneficios en el saqueo de los recursos minerales. En segunda lugar, sin la fuerte demanda de materias primas por algunas multinacionales occidentales, que compran a los beligerantes el coltán, vendido indirectamente en los mercados europeos y norteamericanos, este conflicto ya había finalizado. Todos estos actores, nacionales, regionales y occidentales sacan beneficios de la porosidad de las fronteras de la RDC y la desaparición de las estructuras estatales en la parte oriental de este país. En la RDC, desde que accedió a la independencia en 1960 hasta la actualidad, Occidente siempre ha apostado por unos dirigentes al servicio de sus intereses mineros. Las desgracias de la RDC es ser un país enormemente rico, y la determinación de Occidente de controlar sus riquezas”.

Autores

  • Alfonso Armada (Vigo, 1958). Ha estudiado periodismo y teatro en Madrid. Ha trabajado para los diarios Faro de Vigo, El País (fue corresponsal para África) y ABC (fue corresponsal en Nueva York, actualmente reportero radicado en Madrid). Ha publicado, entre otros libros, Cuadernos africanos, España, de sol a sol y El rumor de la frontera (ambos con fotografías de Corina Arranz) y Nueva York, el deseo y la quimera, además de poemarios como Pita velenosa, porta dos azares y Los temporales. Es editor y director de la Revista digital FronteraD.

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