La Gran Muralla Verde: entre sueños y realidades

9/10/2017 | Opinión

En enero de 2007 en Adís Abeba (Etiopía), la Unión Africana, a instancias de Olusegun Obasanjo, presidente entonces de Nigeria, lanzó el proyecto de lo que se pretendía fuese la nueva maravilla mundial: una gran muralla de árboles de 7.775 km de largo y 15 km de ancho que uniría once países subsaharianos (Mauritania, Senegal, Burkina Faso, Malí, Chad, Níger, Nigeria, Yibuti, Eritrea, Etiopía y Sudán), que iba a contener el avance del desierto del Sahara, mejorar las tierras de cultivo y llevar el progreso a millones de Africanos. Se preveía un presupuesto de 2.000 millones de dólares, que iban a financiar la Banca Mundial, La Banca Africana para el Desarrollo, la UE, la FAO, y algunas entidades privadas.

Richard St. Barbe Baker (1889-1982) fue el primero que imaginó esa muralla durante una expedición al Sahara en 1952. Ya en 1924 el mismo St. Barbe Baker, junto con el jefe keniata Joseph Njonjo, habían fundado la “Watu wa Miti” (Hombres de los Arboles) que se convertiría más tarde (1992) en la International Tree Foundation. La idea, que había entrado en hibernación, reapareció en 2002, con ocasión del «Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía» que por iniciativa de la ONU (1994) se celebra cada 17 de junio. Los países del Sahel la hicieron suya en junio de 2005 y así se llegó a la decisión de la Unión Africana de 2007.

Como ocurre con todos los grandes sueños, la realidad ha obligado a modificar también éste de la gran barrera. Un estudio de 2012 firmado por trece miembros del Comité Científico Francés de la Desertificación indicaba que el desierto del Sahara es un ecosistema vivo que conviene respetar; que es falso que las arenas del Sahara estén aumentando o desplazándose; que es una quimera pretender recrear bosques en regiones no habitadas; que es el Sahel el que se está desertificando debido sobre todo a la excesiva explotación de la tierra y a prácticas agrícolas poco adaptadas; que lo más importante es fomentar en las zonas cultivadas colindantes con el desierto métodos y técnicas apropiadas; y que para ello conviene observar e identificar prácticas con las que ya en el pasado se conseguía la mejora de los terrenos. “El desierto se extiende como un cáncer contra el que tenemos que luchar”, había proclamado Abdoulaye Wade, entonces presidente de Senegal, cuando en 2007 lanzó en su país el programa de forestación. Y no tuvo en cuenta que agricultores de Níger y Burkina estaban ya utilizando métodos eficaces y baratos para conservar y aprovechar mejor el agua, utilizar fertilizantes naturales, cuidar los árboles que nacían en sus campos y reverdecer así el Sahel.

yacouba_sawadogo.jpgEn mayo de 2016 las dificultades económicas y técnicas del sueño inicial; la experiencia de intentos similares llevados a cabo en Argelia y en China a partir de los años 70; los numerosos fracasos de proyectos impulsados “de arriba abajo”; y la constatación de los avances que numerosos agricultores estaban realizando por su cuenta, llevaron a los participantes en la primera conferencia de la Iniciativa para la Gran Muralla Verde, en Dakar, a dar a los agricultores un mayor protagonismo en la manera de llevar a cabo el proyecto. Se asumió así que lo que había sido un sueño global tenía que transformarse en un mosaico de iniciativas locales. Y que lo que se había pensado como una barrera forestal se tenía que convertir en una barrera verde que surgiera a partir de terrenos bien cultivados.

Uno de esos agricultores es el burkinés Yacouba Sawadogo, agricultor de Gourga, poblado cercano a Ouahigouya, en el norte del país. De él, Chris Reij, de la universidad Vrije de Ámsterdam, especialista en Gestión Sostenible de los Terrenos, ha dicho: “La acción de Yacouba Sawadogo, él sólo, ha tenido en la conservación de los suelos del Sahel un impacto mucho mayor que la de todos los investigadores nacionales e internacionales”. En 2014 ABC- Tecnología y la página web del Centro de Resilencia de Aranjuez le dedicaron sendos artículos.
A partir de los años 70, cuando las sequías comenzaron a sentirse con mayor fuerza en Burkina, Sawadogo, en compañía de otro agricultor innovador Mateo Ouedraogo, se dedicó a reverdecer los suelos de manera natural (los expertos lo llaman “Regeneración Natural Asistida), no sólo plantando árboles y arbustos, sino sobre todo utilizando métodos tradicionales. Uno es el de los “cordones de piedras”, colocados de manera que ralenticen el agua de lluvia, retengan el limo y hagan que hierbas y plantas broten espontáneamente, las cuales a su vez retendrán aún mejor la lluvia y el limo. Otro, conocido tradicionalmente como “zai”, consiste en cavar durante la estación seca hileras de pequeñas fosas de 20-30 cm de diámetro y 10-20 cm de profundidad. Se coloca en ellas dos puñados de estiércol y se cubre con tierra. Las termitas y los insectos se encargarán de ahuecar la tierra y mejorar el fertilizante. Para aprovechar mejor toda la humedad, las semillas se plantan antes del comienzo de las lluvias. En un primer intento, Sawadogo consiguió convertir 20 hectáreas de terreno pobre en un oasis fértil y boscoso. Su ejemplo cundió en Burkina y entre los agricultores del vecino Níger. Sawadogo continuó trabajando la tierra, los especialistas internacionales se interesaron por su trabajo, y hasta se hizo un film que sirve para que sus métodos sean más conocidos: “El Hombre que detuvo el avance del desierto”.

En realidad Sawadogo nunca trabajó en el desierto, sino en las tierras empobrecidas del Sahel. Lo engañoso del título apunta a que nada hay puramente blanco o negro en los proyectos para el desarrollo. El presidente Wade no prestó mucha atención a los métodos agrícolas tradicionales, pero sí consiguió despertar las energías de los senegaleses para que plantaran árboles. Con un presupuesto anual de 1’5 millones de euros se han repoblado 150 km en el norte del país, y se espera llegar a los 390 km en la presente década. Según el coronel Pape Sarr, director técnico de la Agencia Nacional de la Gran Muralla Verde, el proyecto ha mejorado ya la vida de unas 350.000 personas en las regiones de Louga, Matam y Tambakpinda. Por otra parte no es seguro que las autoridades del Burkina hayan apreciado suficientemente los esfuerzos de sus agricultores. Las tierras siguen perteneciendo al estado que las deja en arriendo. Según noticias no contrastadas, la ciudad de Ouahigouya anexionó los terrenos de Gourga revalorizados por Sawadogo. Como única compensación, él y sus dos hijos pudieron conservar un lote de 400 m2 cada uno.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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