Recuerdo que en los años de mi niñez tuve la oportunidad de asistir a un famoso musical llamado “El diluvio que viene”, versión española del original italiano “Aggiungi un posto a tavola” que se presentó a mediados de los años 70. Ni que decir tiene que el musical me encantó, primero porque era de las primeras veces que un niño como yo tenía la oportunidad de experimentar un espectáculo así, pero también por el profundo mensaje de su trama. De ese musical se hizo muy famosa una canción que decía “Un nuevo sitio disponed / para un amigo más / un poquitín que os estrechéis / y se podrá sentar.” Desde aquellos días, esas palabras resumen para mí la esencia de la solidaridad y, ante la presente realidad de cerrazón y de mezquindad humana que vemos en muchos gobiernos europeos, me pregunto a mí mismo que qué tiene que pasar para que podamos abrir nuestras puertas a los que sufren.
Hoy mismo (13.03) Unicef da a conocer un informe en el que se afirma que los niños sirios han sufrido en 2016 los niveles históricos peores de mortalidad y de sufrimiento debido a la guerra y a la exposición a condiciones altamente traumáticas. Ante eso, Europa sigue mareando la perdiz y dando mil vueltas para cerrar lo más posible sus puertas, para evitar el “efecto llamada” y para hacer que el inquieto gallinero de los electorados a los que le toca votar este año no se revolucione aún más si los que están en el poder dejan ver que se alza la mano demasiado y son demasiado blandos en el tema de la inmigración.
Estos días he estado en Alemania, y he podido ver de primera mano la generosidad de este pueblo hacia los refugiados. Esta generosidad es mucho más de agradecer cuando el panorama político y social está plagado de grupos extremistas y xenófobos, dispuestos a dar caña (y leña) al emigrante que se despiste. Haciendo un cálculo muy por encima, sólamente el modesto municipio germano que he visitado ha recogido ya más refugiados que toda España en el año 2016 (898 en total, donde a nuestro país sólo llegó el 5% de los 17.000 acordados).
“Un poquitín que os estrechéis” decía la copla… y a uno le desespera que le digan que no hay dónde estrecharse, en un país donde hay miles y miles de viviendas vacías, donde hay pueblos que poco a poco languidecen y cuyos municipios se pelearían por tener más niños que revivieran sus guarderías y escuelas… Siempre digo que la gran lección que he aprendido de África es la solidaridad, el saber que siempre el huésped es bendición y que la olla siempre se puede ampliar un poco más… porque el corazón lo hace posible.
Mientras tanto, aquí estamos, chapoteando en nuestro egoísmo (unos) y en nuestra impotencia (otros), manteniendo el sufrimiento y la desesperación lejos de nuestros ojos, no vaya a ser que sus ojos llenos de terror nos intimiden y hagan que se nos caigan los muros que hemos construido para defender el fortín de nuestro bienestar, que tanto nos ha costado construir.
Original en : En Clave de África