Como si hubieran intuido mi pensamiento “yo no estudié para obispo”, los de Propaganda Fidei han organizado un curso para los nuevos obispos de misiones elegidos en estos dos últimos años.
Siempre he pensado que es el pueblo el que de verdad te enseña a ser pastor; pero estos quince días de curso intensivo se agradecen. En este curso me he percatado que hay dos “clases” de obispos: los de misiones que dependemos de Propaganda Fidei con el cardenal Filoni, el llamado papa rojo, al cargo de unas 1350 diócesis en todo el mundo; y los otros obispos de las viejas iglesias (Europa, América, Filipinas…) que dependen de la Congregación de los Obispos a cuyo cargo está el cardenal Ouellet.
A nosotros, los de misiones, nos han alojado en el Colegio San Pablo de Roma donde cada año unos doscientos sacerdotes de territorios de misión hacen sus licenciaturas y doctorados. Nuestro Colegio, vecino al Colegio Español de Roma, es un enorme edificio, lleno de mosquitos. Ni en África he tenido que vérmelas con tanto mosquito que te acribillan constantemente día y noche… Nos han tranquilizado diciéndonos que “no tienen malaria”.
Este año nos hemos reunido 75 obispos: 14 de habla francesa, 6 de lengua española (3 de América y 3 de Guinea Ecuatorial) y el resto hablan el inglés. De América Latina solo tres, que pertenecen a Vicariatos de Ecuador, México y Colombia. El resto, África, Asia e Indonesia. Cinco europeos, de los cuales tres éramos españoles: el arzobispo de Rabat en Marruecos, Cristóbal, un simpático salesiano; el antiguo Superior General de los Claretianos, José Abella, obispo auxiliar en Osaka, Japón; y un servidor.
Una primera constatación es que el futuro de la Iglesia viene de Asia. Asia es el gigante desconocido. Una Iglesia minoritaria donde el cristianismo es extranjero, pero con una población enorme. Solo los obispos venidos de la India eran 12 obispos. Nos contaban que en India solo el 2% es católico, lo que supone 22 millones de católicos. Son iglesias, muchas veces, marginadas, perseguidas, sin derecho de ciudadanía pero con una fuerza interior como un tsunami, herederos de una espiritualidad milenaria, con miles de vocaciones religiosas y conversiones masivas al cristianismo: Corea, Vietnam, Indonesia, China…
En el encuentro se palpa bien la Universalidad de la Iglesia, su catolicidad… El Papa Francisco insiste en que la iglesia no puede ser una esfera, sino más bien un poliedro con múltiples caras irregulares formando un solo cuerpo. En el encuentro hemos gozado de esta universalidad con personajes tan singulares como Jean Pierre Cottanceau, arzobispo de Tahiti… “y ¿dónde está eso?” nos hemos preguntado algunos. Tahiti es probablemente la diócesis más grande del mundo con cinco millones de km2 de agua: unas ciento treinta islas en el Pacífico, a 18 horas de vuelo de Paris, 6000 km de Sídney y 7000 km de Chile. Universalidad con José Adalberto, sucesor del obispo mártir Lavaca en Ecuador; los obispos de Camerún con sus jerarquías, los de Indonesia y Papúa Guinea, Japón, Tailandia, Nigeria o el enorme negro de la isla de Grenada que se puso a bailar en una velada festiva y temblaba el suelo… tantas caras diferentes de ese poliedro que forma el Cuerpo de Cristo. La manera de razonar, de divertirnos, de hablar, de estar y de rezar… es diferente. Así, al segundo día he tenido que pedir cambio de habitación, pues mi vecino de la India se pasa toda la noche hablando por teléfono con su país donde el cambio horario produce que durante nuestra noche europea allí ya estén en plena luz del día.
También me reafirmo en el postulado de una Iglesia con doble velocidad: Europa y América (el norte) por un lado, y el resto por el otro. Por un lado nuestras iglesias nacientes, que están bajo la tutela de Propaganda Fidei. Iglesias muchas veces pobres, sufriendo conflictos bélicos; Iglesias marginales y martiriales, no reconocidas, viviendo en las catacumbas; perseguida no pocas veces, con dramas humanitarios entre su población… India, Vietnam, China, Micronesia, Marruecos, Sudán del Sur, Centroáfrica… Del otro lado las iglesias madres; iglesias fundadoras que envejecen y languidecen; un aquí y un allá… Una sola Iglesia Católica con doble velocidad. Una tarde nos hemos juntado los nuevos obispos de estas dos iglesias; hemos rezado vísperas, hemos cenado y hemos tenido un encuentro con los otros obispos de Europa y América que se reúnen en la casa de los Legionarios de Cristo Rey. Ha sido un encuentro muy fugaz sin tiempo para conocernos.
El primer día, ante el cardenal Filoni, me he atrevido a insinuar que tendría que haber una fluidez, una familiaridad, una solidaridad e intercambio más fuerte entre estas dos iglesias. ¿Cómo reconocernos en la única Iglesia de Cristo cuando para una Iglesia, muchas veces es primordial hacer esfuerzos sobrehumanos para guardar el patrimonio cultural y su puesto de relevancia y prestigio social… cuando para la otra iglesia lo primordial es sobrevivir en medio de una población que no tiene los mínimos de dignidad humana, una población hambrienta, en guerra, o desplazada? ¿Cómo ser esa familia de Dios cuando en ciertas Iglesia hay tanta aglomeración de agentes de pastoral que no saben qué hacer, y en otras iglesias no se puede anunciar el Evangelio a los pobres por falta de personal apostólico? No es cuestión de limosnas… no es cuestión de hacer gestos mediáticos; es urgente una revolución evangélica para que nuestra Iglesia sea una Iglesia de hermanos, una Iglesia en salida que tanto grita el Papa Francisco… Otro tiempo fue el “norte” quien evangelizó al “sur”; hoy es el tiempo de ser misioneros desde el Sur; evangelizar África desde África, Asia desde Asia… Cuando oigo a mis hermanos obispos del Camerún con 130 sacerdotes en la diócesis; con sus capitales llenas de Institutos religiosos; cuando escucho que en un solo seminario de Nigeria hay 600 seminaristas; cuando veo que en la Iglesia no reconocida de Vietnam hay miles de vocaciones religiosas, y lo mismo en Indonesia… Es la hora del Sur. En estos momentos en que los del sur huyen hacia el norte; nuestra tentación de la Iglesia del sur es la de escaparnos, huir de la cruz y acomodarnos en el norte… Sueño con una Iglesia católica donde las diferentes iglesias seamos hermanos, que no “adoptados” ni hermanastros; sueño con una justa distribución económica y de agentes de pastoral, una justa distribución en el anuncio evangélico… Los pobres tienen derecho a recibir la Buena Nueva de Jesús, el Hijo de Dios.
Estos días también he olido algo de ese clericalismo denunciado por el Papa como el mayor pecado de la Iglesia. Unos ocho cardenales, muchos obispos y
gente de la Curia Romana nos han impartido este curso. Algunos muy buenos; todos nos han ofrecido doctrina sana y segura según las consignas del Vaticano II, pero a veces he visto a estos ponentes sin garra ni convicción; aferrados a sus textos, sin ninguna espontaneidad ni creatividad, muy encorsetados en las rubricas, las jerarquías con su eminencia por aquí, excelencias por allá… Es un olor al que no estoy acostumbrado a pesar que a alguno de los del curso se les ve respirando a pleno pulmón. Clericalismo y carrerismo son el cáncer de nuestra Iglesia jerárquica.
“No sois príncipes” nos ha gritado el papa Francisco, sed “pastores con olor a oveja”. A veces me pregunto para mis adentro, cuánto hay de “franciscanismo” (sumarse ideológicamente al grupo de Francisco), y cuánto de verdadera conversión en nuestras estructuras eclesiales y en nuestro corazón…Me temo que muchas veces vamos a la moda eclesial; cambiamos el lenguaje, barnizamos algunas formas, pero estamos lejos de cambios profundos, estructurales, con nuevos estilos de vida que rezumen el Evangelio de Jesús.
Fuente: diario de Misión de Jesús Ruiz, obispo auxiliar de Bangassou, RCA – África desde Dentro
[Fundación Sur]
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