El equipo ha ganado y lo estamos celebrando en el Blue Tiger, infectados de cervezas Asoc y otros jugos naturales. La noche ya ha caído puntual y dictatorial como cada día. Suena esta canción somalí que a todos despierta y hace imaginar, porque soñar, es más difícil.
El día ha sido largo hermano. Por la mañana, Moses se ha plantado en mi casa con su Nissan Pathfinder y la música a tope. Ha comenzado a hacer sonar el claxon del vehículo y a decir en alto, “hey, hey, hoy ganamos” animando a todo el barrio. Al poco he salido de casa con la camisa del equipo puesta, me he sentado en el coche y enseguida nos han rodeado un montón de niños que han salido de todos lados. Un tipo con muletas también ha venido rapidísimo, uno de silla de ruedas ha derrapado, y cuando ya estábamos todos, hemos dicho en alto que hoy ganaremos, y todos han empezado a saltar y a gritar diciendo, “hoy ganaremos”. Y luego Moses ha vuelto a arrancar el coche con la música a tope y con África entre las venas. Son estos momentos, tío. Los que.
Nos hemos abierto camino por la ciudad. Nos hemos olvidado de las carreteras anchas y con un mínimo de decencia y asfalto y nos hemos metido por los barrios donde comer cada día se convierte en un crucigrama caprichoso y cabrón. Ni siquiera sé donde vamos porque Moses simplemente va. Y al rato estamos en una carretera de tierra roja y Moses ha vuelto a hacer sonar el claxon del Nissan en frente de una casa derruida que algún día debió ser colonial, imaginada por Mark Twain. Desde el intento de balcón se ha asomado un tío altísimo que ha saludado con la mano dando saltos y luego se ha puesto a bailar al son de la música que Moses ha subido hasta los límites de la emoción. Son estos momentos tío, los que. Derrick, es como se llama este tipo que ya está sentado detrás del Nissan Pathfinder, moviendo la cabeza y diciendo que hoy ganaremos. Porque hoy vamos a ganar.
La mochila. En el Blue Tiger, rodeados de gentío y fiesta, Moses se ha colado por la barra y le ha dicho a una de las camareras que le guarde su mochila en una esquina segura. Todo el mundo está saltando porque hemos ganado, porque hoy había que ganar. Al rato, después de los festejos, los que quedamos nos disponemos a continuar el viaje de la emoción. La noche nos debe una respuesta. Pero cuando estábamos listos, ha sido imposible ignorar los gritos que ha empezado a dar Moses desde el otro lado del bar. Moses le está chillando a una de las camareras, que impasible, pasa un trapo sobre la barra. Llegan más. Ahora son unos dos o tres camareros, seguramente cuatro. Moses les está gritando a todos. Algunos simplemente lo miran, otros se muestran activos, se mueven alrededor de la barra, miran por debajo, desplazan cajas, sacan ropa, posa vasos, lo que sea… Otros se miran los anillos de los nudos de las manos.
Moses repite que su mochila ha desaparecido y que está harto de todo esto, que no es la primera vez que le bacilan. Esta vez voy en serio. Sale la matrona del bar, una mujer muy gorda y pesada con una cara inflada y se pone también a chillar. “Mami, mami, la mochila ¿dónde está mi mochila mami?” interroga Moses. Pero Mami no sabe nada, solo sabe gritar más alto que Moses y además, ha animado a sus secuaces, porque uno de ellos me ha rozado con su hombro y luego me he fijado en su puño dispuesto.
¿Dónde está Derrick? ha dicho de repente Edy.
¿Derrick, dónde está Derrick? Y Mami ahora alza su mano como refiriéndose a un tipo muy alto que estuvo cerca de la barra toda la noche. Ahá. Informan por ahí: Derrick se ha ido hace un rato. Tenía que entrenar mañana. Derrick es un deportista. Putos deportistas. Que corra el atleta, dice Javier Krahe. No sé si a alguien se le ha pasado por la cabeza este pensamiento, pero ahora Moses está en el vestíbulo del bar, rodeado de cristales y haciendo una llamada telefónica.
Detrás del cristal lo puedo ver con la cara roja, empapado en sudor y dando pasos rápidos, girando como un trompo que busca heroína. Es evidente: sigue gritando porque a veces se pone de puntillas y su cara se aprieta tío. Edy y yo nos acercamos hasta él y Moses nos dice que Derrick tiene la mochila. Derrick tiene la mochila. Y así, somos unos tres en el coche que de nuevo se dirige a la morada del deportista. Pero ahora es de noche amigo, otra historia. Pero esto ya es imparable. Esto ya es imparable.
Moses con voz casi ronca, con aliento desesperado informa que Derrick ha tardado en cogerle el teléfono, pero que cuando lo ha hecho, su voz procedía del sueño, de la tranquilidad del que ya ha concurrido con la mesilla de noche, la manta, la cama. Dice también Moses que Derrick estaba sorprendido y yo he mirado atrás, a Edy, y los dos nos hemos dicho con la mirada.
Es de noche. El Nissan Pathfinder sigue avanzando en la oscuridad. Nos flanquean el zinc, el silencio, algunas lucecitas que sobreviven tímidamente. Seguimos, seguimos, y ahí, en la esquina, impávido como un roble milenario se posa una sombra alargada que lleva algo en su mano derecha, posiblemente una mochila. Ese debe ser Derrick. El Nissan Pathinder va reduciendo la velocidad y puedo notar como de las desvencijadas casas de zinc que nos rodean se van acumulando y aglutinando ojos, ojos, ojos que se unen para transformarse en un oráculo imprevisible que nuestro cerebro convierte en amenazador. Son estos momentos tío, los que.
Moses sale del coche dando un portazo. Edy y yo lo hacemos también, queremos ayudar, demostrar que somos valientes, pero Moses se ha cabreado todavía más cuando nos ha visto pisar la tierra que debe ser roja y nos ha dicho que nos metamos en el coche, “coño”. Ya hay muchos ojos, sombras y no puedo evitar la sensación de ajustador de cuentas que se planta en la favela a recuperar lo que es suyo, por las buenas o por las malas. Pero los de la favela sí, son muchos más, muchos más.
Las sombras, ya hay muchas sombras, me siento rodeado. Lo veo: Moses le arrancado la mochila a Derrick de las manos, y le ha dicho con un grito, (todo el barrio lo ha oído, toda la ciudad, todo el país, toda África) “mañana hablaremos tú y yo”. Y ahí está Moses, regresando al carro con la puta mochila, y nosotros dentro, dentro de un coche desde donde no se va nada, tan solo sombras y ojos, muchísimos ojos.
Original en Las Palmeras Mienten