La fábrica de cerillas, por Rafael Muñoz Abad – centro de Esudios Africanos de la ULL

10/01/2014 | Bitácora africana

Decía un tal Henry Wotton que un diplomático es un hombre muy honrado al cual se le manda muy lejos a mentir en bien de su país. La cartera de vacantes para optar a los puestos consulares ofrece codazos y conjuras maquiavélicas para los destinos premio de Nueva York o Roma y algunos menos para Burkina Faso o Mauritania; cargos de pasillo en el argot diplomático y forma de castigo para los que de padrino carecen o simplemente en desgracia cayeron. Vistiendo a lo Memorias de Africa, con pinceladas de Tintín en el Congo y un surrealista goteo al estilo Monty Python, el documental The Ambassador, El embajador, escenifica las corruptelas y golferías de algunos diplomáticos en la República Centroafricana. La misma que se sume en un caos cuya rebotica es ya habitual: corrupción, tribalismo, y los oscuros y no por ello poco latentes intereses neocoloniales en forma de diamantes, madera o petróleo.

Mads Brügger personifica a Mr. Cortzen. Un europeo con pasaporte liberiano; bien empezamos. Nacionalidad sospechosa de venderse y que en manos blancas ha estado ligada a tratantes belgas, israelíes, sudafricanos de cepa afrikáner o norteamericanos relacionados con la inteligencia de campo en Africa. Calaña íntimamente vinculada con los más sangrientos genocidios del continente. Mr. Cortzen, vestido a lo Ralph Lauren y acompañado de un negro con sombrilla, hace gala de su inmunidad diplomática para obtener así diamantes ilícitos y escudarlos detrás de una fábrica de cerillas que daría trabajo a los centroafricanos; presentándose para tales a la alta sociedad de Bangui rodeado de una pompa y ostentación que roza lo ridículo. La trama, bajo un reguero de charlatanerías con los hampones locales y su cortezuela de buscavidas, criados y pordioseros, le lleva [a cámara oculta] a los despachos de varias embajadas, de hombres de negocios y rancios asesores de seguridad franceses. En resumidas cuentas y gracias al estado generalizado de corrupción que gobierna Africa, The Ambassador es una denuncia que deja en evidencia como algunos embajadores amorales aprovechan los destinos castigo para hacer fortuna.

cuadernosdeafrica@gmail.com

Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

Más artículos de Muñoz Abad, Rafael