La elección de Obama

21/07/2009 | Opinión

La canción más triste que ha salido de África en las últimas épocas fue compuesta en realidad como un canto de celebración, escrita para festejar la ascensión de un afroamericano a la presidencia de Estados Unidos. Era un tributo musical realizado por un keniata y la letra simplemente dice: “Es más fácil para un Luo ser Presidente de Estados Unidos que de Uganda”.

Los Luo son, por supuesto, una de las ciudadanías minoritarias de Kenia. Hay que recordar que el triunfo de Obama tuvo lugar tras uno de los disturbios más devastadores ocurridos en Kenia. Duró varias semanas, borró municipios enteros de Nairobi y de los alrededores y se cobró cientos de vidas, muchas de ellas mediante brutales matanzas. El panga [una especie de machete grande que se usa para labores del campo] reinó con supremacía. Aquellos días fueron reminiscencia, a una menor escala, de las masacres de Ruanda. Entre los que han sobrevivido, hay hombres que estarán traumatizados para siempre, ya que fueron objeto de mutilaciones sexuales forzadas. ¿La causa? La negación del derecho de las personas a elegir su propio líder a través de las urnas, esa maldición endémica del estado africano moderno. Sin embargo, Kenia hizo una petición a Obama, por considerarse el lugar lógico para su primer contacto presidencial con tierras africanas. Debería haber sido una ocasión para que se celebrase con tonos festivos, el retorno del hijo nativo. De hecho, si los sentimientos pesaran más en la escala de los derechos que la humanidad en sí misma, la petición de Kenia hubiera sido irrefutable universalmente.

La otra solicitud, y de hecho mucho más presuntuosa, para que Obama tuviera en cuenta el país en su primera visita presidencial al continente, es por supuesto, del mío, Nigeria. Los nigerianos no han presenciado un levantamiento, a escala parecida a la de Kenia en las últimas décadas, desde que a mediados de la década de 1960 tuvo lugar una indiscriminada, aunque mucho menos sistemática, campaña de incendios y matanzas en una región, que el Jefe del Estado llegó a describir como el “Wild, Wild West” (el salvaje y embravecido oeste). También hubo una avalancha muy reciente de matanzas en uno o dos estados del norte, pero en ningún caso llegó a acercarse a la brutalidad del panorama keniata.

Es innecesario decir que no se puede situar a Nigeria más alto que Kenia en la escala democrática, aun cuando el robo electoral no resultó en ese caos, no más que lo que ha conducido a una prolongada guerra civil que ha devastado Costa de Marfil en los últimos años. Sin embargo, es importante recordar que a la Guerra de Secesión de Biafra, que comenzó en 1966, no le faltaron estados afluencias inflamables, que procedían de injusticias electorales acumuladas. Los recuerdos de esa guerra, y el miedo de que se repitiese una desestabilización aún mayor del país, han contribuido a la aparente complacencia de la población nigeriana, alrededor de un proyecto actual y muy consolidado de privación del derecho a voto nacional. Sin embargo, sólo las personas satisfechas de sí mismas, se atreven a eliminar las posibilidades de una explosión eventual de la furia reprimida que proviene del desposeimiento civil, y del aire de impunidad que rodea a los delincuentes incorregibles. De hecho, muchos observadores, tanto de dentro como de fuera del país, ven que esta inevitabilidad es sólo cuestión de tiempo. Desde la debilitación de la sociedad civil durante las décadas del régimen militar, los nigerianos utilizan libremente la expresión de “colonialismo interno”, como la expresión mejor preparada para la continua supresión del derecho popular, que es una negación democrática y orquestada, que opera en cadena, y que está sustentada por una hegemonía selecta, y dispuesta a mantener un control perpetuo del país. Sin ofrecer nada a cambio, esta conspiración improductiva se ha vuelto cada vez más arrogante y despectiva en su rechazo a incluso una apariencia pragmática de un gesto hacia unos métodos imparciales que a veces salva el orgullo y la dignidad de una persona.

Así, esto es el fondo en el que uno escucha, o lee, quejas de resentimiento e indignación por parte de las “animadoras” del gobierno, por el boicot simbólico que Obama ha hecho al “Gigante africano”. Están perdidos frente a la ironía de pedir reconocimiento por parte de un producto de la igualdad electoral, un afroamericano que llegó al poder en una nación que en un tiempo, era abiertamente racista, a través de las urnas. Estas quejas no son estúpidas, sin embargo, son meros actores en un guión de cinismo diabólico.

¿Cómo es posible que dichos políticos conciban que un líder como Barack Obama, que ha llegado al poder gracias a tener respeto por la manifiesta voluntad de los ciudadanos, prestase su presencia para dignificar a un estado que rechaza demostradamente, y de hecho ridiculiza activamente, los mismísimos medios que le han conducido, a Obama, al poder?

Según dicen, la sangre es más densa que el agua. La postura de Obama pretende informar a los países como Kenia o Nigeria que ni la sangre ni el petróleo son más fuertes que la igualdad.

¡Qué tristeza da, no la estudiada exclusión de Obama de su itinerario de esas dos naciones, sino la falta de autoevaluación objetiva en los círculos de los gobiernos de estos países tan “agraviados”! Esto evoca una gran pena por todo el continente, ya que este tipo de liderazgo aún existe hoy en día, y en vez de retirarse a sus agujeros dorados para reflexionar, han salido en defensa de algún derecho místico, ya que no está sustentado por ningún tipo de credenciales en un gobierno democrático y responsable. De los dos, el caso de nuestra propia nación, Nigeria, es obviamente el más patético.

Principalmente, entre las cualidades que han hecho ganar a Barack Obama la corona de la presidencia estadounidense, está el reconocimiento público de la inteligente imparcialidad que posee, el reconocimiento de un pensamiento, de ser culto y analítico gracias a la capacitación y al temperamento. Cualquiera que haya leído sus memorias, Dreams from my father, o se haya enterado de alguna manera de su trayectoria desde la infancia, pasando por su formación intelectual y política, en la que todo aporta evidencias, a través de una extenuante campaña política, entendería inmediatamente que Obama pasaría antes el Día de Acción de Gracias con el gobierno genocida de Omar Bashir o con los exiliados ulemas de Irán, que pasarlo en Uganda o Nigeria, para una primera visita que, no sólo persigue unos objetivos políticos y económicos, sino que también es profundamente simbólica.

La gran astucia de Barack Obama, que dictó la estrategia de la campaña política que le catapultó a la victoria, desde la baja posición de un ranking externo, podría haber informado a las “animadoras patrióticas” de los malos gobiernos africanos, que no podrían esperar una consideración preferencial del 44º Presidente de los Estados Unidos de América. Este, sólo para refrescar la memoria, fue el candidato que aseguró desde el principio que rompería con el patrocinio corporativo, y así, sin deuda, confió en la contribución masiva de céntimos y peniques para asegurar un mandato con una independencia máxima. Como contraste, contemplemos el contrato solemne y permanente de la base de poder de Nigeria, no simplemente a la oligarquía adinerada, sino a los elementos más corruptos y criminales en esta oligarquía de dudosa reputación. Nigeria es un país que despilfarra repetidamente sus oportunidades para mantenerse en lo alto, para presentar al mundo un coloso con muchísima dotación, cruzando el continente con el genio productivo y superabundante de su gente y la generosidad de los recursos naturales.

En vez de esto, ¿qué ha sido la actualidad? Una plaga de incontinentes gobernantes reelegidos, algunos con uniforme militar, otros vestidos con ropa civil, pero todos clones unos de otros, unidos por un compromiso de despilfarrar sin inmutarse, y ayudándose mutuamente a la hora de ser corruptos, para añadir el insulto a la herida, un anhelo obsesivo por perpetuarse, con el cultivo de un completo desdén por los derechos elementales de los ciudadanos, para conseguir tener voz en la elección de liderazgo. ¿Es realmente un país que se merece el reconocimiento, y mucho menos un gesto de respeto, de algún país del mundo con un gobierno elegido democráticamente, y especialmente de uno con tanta importancia política sin precedentes, por el continente africano?

No es necesario decir que, hace una década, Ghana no hubiera sido un aspirante. Pero el continente ha sido testigo, y todavía tiene envidia, de la transformación que ha tenido lugar en Ghana, un proceso interno de propia recuperación, que casi se iguala a la que ha ocurrido en Estados Unidos con la transición de George Bush a Barack Obama. Entre los atributos de inteligencia se encuentran la capacidad de crear, o reconocer la oportunidad de renovarse a sí mismos. Los nigerianos, que han residido allí o en Estados Unidos, durante la última década, se han dado cuenta de los últimos ocho años del gobierno de Estados Unidos iban asombrosamente de manera paralela a Nigeria: ocho años de gasto, decepción, de división y corrupción, de una bancarrota cada vez mayor, ocho años de una subversión arrogante de las normas democráticas…todo encabezado por un hombre que el país, el continente y el mundo esperaba mucho de él, ocho años que mandaron al país de forma vertiginosa a un momento reverso que le ha hecho ganarse la designación humillante de un “país fracasado”.

Por supuesto, si Barack Obama pudiese visitar a los nigerianos, sólo a los ciudadanos, para expresar sus condolencias por tal complicado estado inmerecido, y negociando con las ONGs, y así intercambiar puntos de vista con políticos alternativos, interactuar con los sindicatos, mantener conversaciones con los insurgentes de la región del Delta que produce petróleo, y ofrecer directamente socorro a los abandonados ciudadanos de un país sumido en la ignorancia, no tengo ninguna duda de que Nigeria sería de hecho el primer país que visitaría. Sin embargo, un precedente así lo hace imposible, al menos por ahora, y el único programa que permanecería hubiese sido, como mucho, una interacción oral con la otra Nigeria, debidamente examinada.

El resto sería comer y beber, firmar algunos acuerdos decadentes e intercambiar regalos, con el símbolo actual de un país deteriorado de una alineación de liderazgo, un país cuyas demandas del estatus de un gigante sólo están mantenidas por las dimensiones gigantescas de su retrogresión desde la independencia, la ineptitud del gobierno y la escala colosal de corrupción. Obama sabe que cualquier mano que diese en una recepción de estado estaría empapada de pura putrefacción del sumidero de robos, a lo mejor, manchada de sangre de las amenazas políticas percibidas en todos los niveles de oposición.

Las declaraciones de Obama indican muy claramente que sería el primero en admitir que su propio país era anteriormente muy corrupto, tanto allí como en el extranjero, pero puede alardear de que los Enron, Anderson y Madoff son meros rehenes temporales, que tarde o temprano, acaban entre rejas. Además, sabe que el caso con Nigeria es lo contrario, que la clase de Enron y Madoff sería presentada como el tipo de ciudadano destacado de Nigeria, festejado a escala nacional, que tras sus carreras nada gloriosas y conocidas abiertamente, en el país y fuera, se celebran servicios de acción de gracias por ellos en la iglesia y en la mezquita, y que, estos que deberían ser parias sociales, se pondrán en fila para darle un apretón de manos oficialmente y hacerse fotos protocolarias con él. Estas fotos las legarán a sus hijos y nietos, las colgarán en las paredes doradas y en los pilares de impunidad criminal hasta la glorificación eterna de la decadencia. Él ha elegido sabiamente ser el portador modesto y sencillo de la bandera, de la teología redentora del cambio.

El hijo que regresa sabe que el Delta, el único proveedor económico de Nigeria, para el que todas las maneras prioritarias y potenciales de productividad han sido echadas por la borda, está incendiado. Alguna vez me he preguntado, por la forma, tanto si es coincidencia o no, de que uno de los pocos funcionarios del que la armada nigeriana pueda estar realmente orgullosa, actualmente un coronel retirado, haya hecho de una granja de avestruces no muy lejos de Abuja, la sede del gobierno. No puede ser accidentalmente. Tarde o temprano, creo que piensa, que los ocupantes de Aso Rock, y los “representantes” derrochadores de la población nigeriana en los órganos legislativos, reconocerán el mensaje del avestruz, su hábito legendario de enterrar la cabeza en la tierra de despreocupación, mientras que el viento está agitado y lo descubre por detrás. Actualmente no es el viento, sino el fuego, y sólo el avestruz no reconoce todavía que sus plumas traseras están en llamas. Esta es la lección del levantamiento de Delta. A veces es necesario decir las cosas por los megáfonos, y a los pretendientes de llevar la responsabilidad de ser un líder: lo que los insurgentes de Delta dicen a este estado tan despreocupado es que el actual conflicto llega tras décadas de un despectivo abandono de los gansos que ponen los huevos de oro.

Están anunciando, en términos claros, que un sistema que desvía un obsceno porcentaje de los ingresos nacionales, para sostener los ritos, rituales y estilos de vida de los miembros de los órganos legislativos, es actualmente insostenible. Además, añaden que el estado nigeriano es por sí mismo insostenible como está constituido y gobernado a día de hoy, y debería descomponerse, después organizado de nuevo, y en ese momento en una manera que reflejase las verdaderas aspiraciones y derechos de los componentes y proveedores de dicha entidad artificial. Están señalando un hecho constante y evidente: que después de mucho tiempo, incluso cuando un líder nacional recién llegado ha prometido muy pronto, no menos que una drástica puesta a punto, se afinca rápidamente en la base de poder de la que procede, para apuntalar y consolidar un edificio de primera, derrumbado. Esto que hace, la pauta se ha convertido en predecible y aburrida, por una modesta redistribución entre una élite restrictiva y maquinadora, pero muy a menudo por una conversión sin escrúpulos del poder estatal, una brutal represión y los asesinatos políticos y estrategias divisivas. Esto es lo que sufrió el país, de nuevo, durante los ocho años de mal gobierno del último gobernante, un supuesto demócrata y cristiano convertido, y predicador asiduo. En resumen esto es la extracción, implícita o declarada, de las declaraciones de los insurgentes de Delta.

No voy a gastar más tiempo en individuos de conducta desviada del movimiento, oportunistas y mercenario, raptores que sólo quiere rescates, extorsionadores y psicópatas, cuyas operaciones han contribuido a oscurecer el núcleo ideológico del Movement for the Emancipation of the Niger Delta (MEND), una confusión creada asiduamente por los líderes corruptos del país. El mundo exterior conoce su propia historia, y deberían ser los últimos en señalar en presencia de extorsionadores y psicópatas de cualquier movimiento, aunque resulte difícil. Nosotros, en Nigeria, somos los que tenemos que hacer entrar en vereda a estos criminales y llevarlos ante la justicia, lo que a veces es, sin embargo, complicado por la presencia de muchos otros veteranos, criminales con prejuicios muy arraigados, más extorsionistas insolentes, asesinos, descarados, y todos los expropiadores de los recursos del país en posiciones de poder, deleitándose en la actual impunidad. Ahora, ¡Esta es la mafia, cuya existencia triunfalista eligió a un político democrático extranjero, abanderado por un precedente magnífico, que espera ser legitimada por una visita inaugural!

Sin embargo, los chovinistas superpatrióticos y nacionales deben estar animados a continuar regodeándose, enfurecidos, en el fango del amor propio del país, con la ambición de la prostitución libre. Sólo podemos recordar que, fuera de sus estrechos alrededores, hay otros líderes nacionales que no son tan promiscuos como estos, o que están acostumbrados a luchar contra las adversidades.
Deberían contentarse con la emoción representativa del actual líder nacional elegido, que sin poder creer que estuviese de verdad sentado en presencia de un antiguo Presidente de Estados Unidos, no pudo contenerse y dijo efusivamente: “Este es el momento más feliz de mi vida”. El Presidente visitante era George Bush II. En contraste, esto es de verdad uno de esos casos en que “absence makes the heart grow fonder” [La ausencia aviva el amor]. Para el nigeriano medio, este mes de julio de 2009, en el que otro presidente NO ha pisado suelo nigeriano, es un mes para valorar. El sentimiento, después de todo, no es más que un préstamo del embelesado presidente del país, por el que ese nigeriano, igualmente embelesado, dice: “Este es el momento más feliz de mi vida”.

Por Wole Soyinka

Publicado en The Guardian, Nigeria, el 13 de julio de 2009.


Traducido por Patricia Herrero Pinilla, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción /Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

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