Si pasamos junto a la gente, escupen al suelo, para alejar la mala suerte. Los brujos nos matan, para hacer de nuestros órganos amuletos”, dice Bub, un niño albino de nueve años.
Divine coge la mano del padre Timothé. Esta niña albina de tres años tiene siempre miedo a que vengan los hombres que quieren matarla. Huyó con sus padres de un pueblo de montaña de Burundi, para encontrar refugio en la parroquia del padre Timothé, en la diócesis de Rutana. Caminaron kilómetros hasta llegar a Giharo, donde está la parroquia. Divine estaba agotada, pero feliz de estar por fin a salvo.
En Giharo conoció a Sandrine y a sus dos hermanas, que tuvieron que huir incluso de su casa, por sufrir de albinismo, un defecto genético que hace que sus cuerpos generen muy poca pigmentación. Es la causa de que sufran discriminación y sean perseguidos por los “cazadores de albinos”. En Burundi, bandas criminales buscan a los albinos y los cazan como a animales salvajes.
Los curanderos y los brujos codician las partes de sus cuerpos, que los convierten en amuletos, polvos mágicos y pociones. Dan buena suerte en el amor, en la vida y en los negocios. El padre Timothé ha acogido en su parroquia a niños en situación de riesgo, para que puedan dormir sin miedo. Un guardia protege la casa por las noches, para que los niños no sean secuestrados.
En estos últimos años, en el este de África, ha aumentado aún más la discriminación y persecución que sufren los albinos. Los albinos son considerados “espíritus”. A través de la posesión y el uso ritual de su pelo, sus ojos o su piel, se pueden obtener poderes sobrenaturales. El aumento de esta persecución comenzó en Tanzania, donde desde el año 2007 más de 50 personas con este defecto genético han sido asesinadas. A partir de este país, la superstición se extendió a Burundi, Zimbabue y el Congo.
Sandrine es excesivamente sensible a la luz. Ella, como la mayoría de los albinos, tiene graves problemas de visión. Muchos se vuelven ciegos, porque el sol daña sus ojos indefensos. El sacerdote ofrece a los chicos protección solar y sombreros, para proteger la cabeza y el rostro. Se asegura de que los niños se sienten en la escuela en la primera fila y que no sean rechazados por sus compañeros alumnos. En ocasiones los niños albinos no pueden asistir a la escuela porque sus débiles ojos no distinguen lo que tienen ante sí en la mesa. Necesitan una atención especial. “Hay que informar y sensibilizar a la población sobre el problema de los albinos”, aclara el padre Timothé. “En la escuela se nos rechaza. Los maestros no quieren que nos sentemos donde podamos ver mejor”, dice una niña albina de 10 años.
Las heridas que Iragi tiene en la cabeza le duelen mucho. El sol que brilla en los campos del este del Congo ha dañado el cuero cabelludo de este niño albino de ocho años. La piel tiene melanomas. Junto a sus hermanas pequeñas, Evelyne y Adele, Iragi ayuda a Victorine, su madre, en las labores del campo. También las pequeñas Evelyne y Adele se quejan de sus heridas en la cabeza.
Con el trabajo en el campo, la madre apenas cubre las necesidades básicas de sus hijos. No llega el dinero para la compra de cremas para la piel y medicinas. El padre abandonó a la familia hace mucho tiempo. No podía entender por qué su esposa había traído al mundo a tres niños albinos. Abandonada en la estacada por su marido, ahora tiene que luchar sola para que sus hijos sobrevivan.
Victorine siempre tiene miedo de que sus hijos sean secuestrados y asesinados, como ha sucedido en otras aldeas. Sus hijos son marginados en la aldea y los demás niños no quieren jugar con ellos. La gente de la aldea cree que Victorine es una bruja que posee poderes mágicos. Sufre las falsas acusaciones y desea que dejen en paz a sus hijos y que sean respetados en la escuela.
El padre Justin Nkunzi, director de la comisión diocesana “Justicia y Paz” de Bukavu, se preocupa de la familia de Victorine. Se encarga del tratamiento médico de los niños y lucha por su dignidad: “Necesitamos dejar claro e insistir en que todos somos iguales, sin importar el color de la piel”.
Se considera que Tanzania es el país con el mayor número de albinos, porque, durante siglos, se mantuvo la práctica de matrimonios entre consanguíneos. Antiguamente los albinos solían morir nada más nacer. Debido a su aspecto se les considera anti naturales y, por tanto, “espíritus”, extraños a la sociedad africana.
Las Obras Misionales Pontificias han dado su apoyo a diversos proyectos en Tanzania, Burundi, Zimbabue y la República Democrática del Congo, que protegen a los albinos y educan a la población para que no consideren que el albinismo es un castigo o brujería. En talleres y programas de radio se transmite que estas personas son hermanas y hermanos nuestros que merecen todo el cariño. En las zonas de conflicto del Congo, donde desde hace años se libra una dura batalla por los recursos naturales, esta superstición está especialmente presente. Se promocionan los amuletos, hechos con partes de cuerpos de albinos, porque dan suerte en la búsqueda de metales preciosos. Con la ayuda de las Obras Misionales Pontificias, muchas personas trabajan para que los niños albinos tengan un futuro, una educación y la atención médica necesaria.
Ellos son los verdaderos héroes, además del padre Timothé y del padre Nkunzi, está el padre Gervais, en Burundi, el padre Vincent, en Ruanda, el padre Damian, en Tanzania, y muchos otros, que, en ocasiones se juegan la vida, para que tengan una estos niños.