Alguien me refirió la cita de un escritor español (que por desgracia no he podido comprobar) que decía que la gran diferencia entre Europa y África se veía de manera más clara en la manera como se comportan una madre con su hijo: En África la madre va andando, lleva un hatillo en la cabeza y quizás una bolsa o alguna mercancía más en en los brazos y su bebé la sigue a corta distancia; puede ser que se caiga y comience a llorar, y a ese llanto la madre apenas le prestará atención; al final, el niño se da cuenta de que no consigue nada con sus quejas y su lloriqueo y, ante la perspectiva de quedarse ahí sentado y perder el rastro de su madre, se levantará entonces raudo y veloz, olvidará sus penas y correrá detrás de la madre. En Europa, el niño (que, obvia decir, vive entre algodones), se cae y lógicamente llora desconsoladamente, y ante esa situación la madre corre a consolarlo, le sacude el polvo, le pregunta mil veces qué ha pasado, le dice aquello de “sana, sana, culito de rana”, le cura las heridas (si las tuviere), lo colma de besos y de abrazos y no se moverá de su lado hasta que el bebé se calme y se tranquilice su conciencia maternal.
Este ejemplo es para mí verdaderamente representativo de dos maneras diferentes de entender la vida y la educación de los hijos. Por Dios, no seré yo quien diga que no hay que dar calor humano y cariño a los niños… pero viendo lo que veo en estos días, me hago demasiadas preguntas sobre la manera como se “les da amor” y se educa a las nuevas generaciones. Un ejemplo – real como la vida misma – que me acabo de encontrar en los últimos días: Una pareja de amigos, europeos ellos, son cooperantes en una ONG internacional y pertenecen a esa joven generación antiautoritaria que algunos llaman “la generación blandiblub”; pues bien, mis amigos trabajan aquí y tienen una hija, a la cual la podríamos llamar miamor (puesto que es como la suelen llamar a todas horas). Miamor es un ser encantador en sus horas propicias pero cuando se cabrea se convierte en poco menos que la niña del exorcista. Se sabe única tanto en casa como fuera de la misma (blanca protegidísima entre niños negros bien curtidos en la intemperie emocional) y por medio de diferentes tretas ha perfeccionado el arte de domar y manipular a sus padres y hacerles que hagan exactamente lo que a ella le dé la real de la gana.
Miamor, que no tiene un pelo de tonta, ya ha aprendido perfectamente de qué percal están hechos sus heroicos progenitores y los acorrala emocionalmente a intervalos regulares. Ni que decir tiene que la niña es la encarnación viva del “culito veo, culito deseo” y de hecho, como hija única, obtiene en poco tiempo todo lo que quiere, no importa si se trata de una nueva barbie, un colgante original de Hello Kitty (me han tenido que soplar esto), una playstation o cualquier otro capricho… el no va más ocurrió el otro día cuando mis amigos me comentaron que como próximo destino vacacional habían elegido Croacia. Cuando les pregunté por esta elección, me dijeron casi sin inmutarse que miamor había visto un anuncio promocional en la CNN y les había dicho, señalando con el dedo a la pantalla “ahí es donde quiero ir para las vacaciones.” Con un par… Así me gustan a mí los niños, asertivos, con prioridades, ideas claras y sin complejos. Con tales antecedentes, no necesito decirles adónde van a ir de vacaciones este verano, eso lo sabe hasta el sursum corda.
Yo nunca se lo he dicho a ellos, pero me da la impresión que mis amigos están convencidos de que si le niegan a la nena cualquiera de sus demandas, eso le va a causar un trauma de mil demonios cuyo tratamiento les hará pulverizar los ahorros de varios años en psicoanalistas, terapias gestálticas o charlas de diván. Una catástrofe así hay que evitarla a toda costa, y comulgan con piedras de molino con tal de preservar la salud mental y la “felicidad” de la nena. Lo peor de todo es que veo que, en vez de vivir su vida como individuales, como pareja o simplemente como familia, los dos han tomado de manera inconsciente la decisión de vivir la vida de la nena y así consumen sus días, bailando al ritmo impuesto por ella y sumidos en una terrible dictadura emocional de inciertas consecuencias.
Sin querer caer en generalizaciones fáciles, creo que puedo decir que situaciones así de kafkianas suelen suceder sobre todo en Occidente y creo que, por desgracia, son más frecuentes de lo que nos atrevemos a admitir. Sigo pensando que en África, a pesar de tantas rémoras relativas al desarrollo y los obvios lastres económicos y sociales, se sigue educando mejor a los niños, porque todavía la familia (y la tribu o el clan) tiene mucho que decir, sobre todo en el ambiente rural. Creo que es más fácil también porque el contexto vital está más libre de las influencias tan masivas que se ven en los colegios y los ambientes que respiran las nuevas generaciones de los países más “avanzados.” Es verdad que en África, a veces las circunstancias “se pasan” con la infancia… he visto niños de 7 años que, sin dejar de ser niños o renunciar a su espíritu juguetón, se ven obligados a hacerse cargo de sus hermanitos más jóvenes con una responsabilidad que dejaría pasmado a más de uno. No es la situación ideal, desde luego, pero es una tremenda enseñanza para la vida y el futuro de esos niños que ya a estas edades tienen que “hacer de mayores.” En circunstancias así se acaban muchas tonterías.
Es cierto que en Europa la formación académica es mucho mejor, pero en la vida no todo son contenidos intelectuales. La educación es mucho más que la formación intelectual. En el ambiente aburguesado de Europa, pasota y “light” a más no poder, con la crisis que comparten instituciones e individuos y la enorme presión que viven los niños – y los padres – por parte de una sociedad tan acomodada y facilona creo que serían fundamentales para producir cientos o miles de casos patológicos como los de miamor, seres que no han tenido que enfrentarse nunca ni son psicológicamente capaces de enfrentarse a una frustración, a una negativa (justificada o injustificada) o a un desafío de la vida. Los lectores que desde Europa o las Américas lean me confirmarán o desmentirán esta afirmación mía.
Lo peor es que veo venir el final (creo que triste) de esta historia… mis amigos ciertamente continuarán dando todo lo mejor a su niña y no le negarán nada, quizás – espero equivocarme – llegará un día en el que la niña pegará el estirón y se convertirá en una adolescente, comenzará entonces a rebelarse, a hacer su propia vida y a tomar sus propias decisiones e incluso podría llegar el momento en el que dará una patada en salva sea la parte a los que tanto la han mimado y protegido. Quizás en ese momento, movidos por una justificada amargura, sus desconsolados padres preguntarán aquello de “¿qué hicimos mal, miamor? Te dimos siempre todo lo mejor” y se darán cuenta que, para madurar como persona y aprender las lecciones más fundamentales de la vida, alguna vez es necesario caerse, luchar por sí mismo contra las adversidades, recibir “nones” por respuesta, aceptar la frustración y las limitaciones propias y de los otros, levantarse por uno mismo y, llegado el momento, lamerse las heridas físicas o emocionales o tragarse el orgullo propio. Hay muchos peligros en la vida, pero no todos son tan terribles ni tienen un aspecto tan espeluznante como el coco, la bruja Maruja o el hombre del saco, es tremendamente pernicioso cuando te consienten todo, te acostumbran a recibir siempre un “sí” por respuesta y te hacen vivir entre algodones.
Original en http://blogs.periodistadigital.com/enclavedeafrica.php