Los medios de comunicación han hablado ampliamente del “acuerdo del siglo” presentado el 28 de enero por Donald Trump para poner fin al conflicto entre israelitas y palestinos. Promesa de 50.000 millones de dólares en inversiones y docenas de miles de empleos para los palestinos… a cambio de renunciar a la capitalidad de la Jerusalén histórica, admitir el control israelí en el valle del Jordán y los asentamientos judíos en Cisjordania y, como condición previa, “comportarse bien” durante los próximos cuatro años. Es decir aceptar vivir en una cárcel a cielo abierto. El drama para quienes admiramos al pueblo judío es que ese anuncio se hizo al día siguiente de la conmemoración del 75 aniversario de la liberación de Auschwitz, como si, ––otro caso más en muestro mundo contemporáneo––, la memoria histórica funcionara en sentido único y se estuviera repitiendo el fenómeno del oprimido que se convierte en opresor. Por si no bastara, la presencia junto a Trump y Netanyahu de los embajadores de Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Omán añadía leña al fuego y confirmaba que se desquebraja el apoyo de los gobiernos árabes (no necesariamente el de sus pueblos) a la causa palestina. Aunque la oposición de Jordania e Irak en el Medio Oriente, y de Túnez y Argelia en el Magreb al plan de Trump fue inmediata, países que dependen mucho de Estados Unidos, como Egipto, Arabia Saudita y EAU han “apreciado los esfuerzos” de Trump y calificado su plan de “iniciativa seria” e “importante punto de partida”. Varios editoriales en la prensa de Arabia Saudita (que refleja en general la posición de la familia real), han criticado el rechazo palestino al acuerdo (“condenado a terminar en los basureros de la Historia” según el presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmud Abbas). Uno de esos editoriales calificaba a los palestinos de “profesionales en el desperdiciar ocasiones”. Pero Oriente Medio nos tiene acostumbrados a dar una de cal y otra de arena, y el 1 de febrero los miembros de la Liga Árabe reunidos en El Cairo rechazaron por unanimidad el “acuerdo americano-israelita porque no respeta los derechos mínimos y las aspiraciones del pueblo palestino”. Y pidieron a los dirigentes árabes que “no cooperen con la administración americana para la puesta en práctica del plan”. Claro que a menudo el viento se lleva las palabras, y tanto a los saudís como a sus aliados poco les costará abandonar a los palestinos con tal de seguir beneficiándose de la ayuda americana e israelita en su confrontación con Irán, en la guerra en Yemen o en sus disputas con Qatar.
Tampoco en el Magreb ha sido unánime la reacción al plan del presidente estadounidense. El 30 de enero, un comunicado oficial del Ministerio de Exteriores argelino reafirmaba su apoyo a un estado palestino con su capital en Jerusalén-Este. Al día siguiente, la Algérie Press Service refería la declaración hecha la víspera por Amine Makboul, embajador palestino en Argel: “El ‘acuerdo del siglo’ no pasará mientras haya un pueblo que resiste y una dirección que rechaza las decisiones que se burlan de los derechos de los palestinos”. Publicaba igualmente las declaraciones a favor de los palestinos de algunos asociaciones (Mechaâl Echahid, El-Irchad wa el-Islah), partidos políticos como Jil Jadid (Nueva Generación), y personajes políticos como el diplomático y exministro Abdelaziz Rehabi, para quien la de Palestina es una “cuestión de descolonización que necesita el apoyo y la solidaridad de la sociedad civil del mundo árabe. Similar a la argelina ha sido la posición del ministerio tunecino de Asuntos Exteriores en su cuenta de twitter pidiendo el reconocimiento de los derechos de los palestinos, un estado soberano y Jerusalén-Este como capital.
Diferente ha sido la reacción del ministro de Exteriores marroquí Nasser Bourita que el 29 de febrero, en una rueda de prensa en Rabat, en presencia de su homólogo portugués Augusto Santos Silva, declaró: “Marruecos aprecia los esfuerzos constructivos de paz desplegados por la administración americana en el Oriente Próximo”. Aunque añadió que “Marruecos considera que el estatuto de Jerusalén debe ser mantenido”. Las relaciones entre Marruecos e Israel son muy peculiares. Son israelíes más de 800.000 judíos marroquíes, entre el 10 y el 15% de la población de Israel. Y aunque hoy viven en Marruecos poco más de 2.000 judíos, nunca Marruecos ha renegado de la contribución judía a la identidad del país, reconocida en el preámbulo de la nueva constitución de 2011. Gesto más bien simbólico, en abril de 2019 el rey Mohammed VI decidió relanzar las elecciones de representantes de las comunidades judías que no se habían llevado a cabo desde 1969. Decidió también la construcción en Fez de un museo dedicado a la cultura judía. En otro terreno mucho más concreto, Ashark al-Awsat publicó el 5 de febrero, citando la página web francesa Intelligence Online, que Marruecos había comprado a Israel tres drones de reconocimiento por un valor de 48 millones de dólares. Citando igualmente fuentes de Tel Aviv, Ashark al-Awsat afirmaba que Israel había ofrecido a Marruecos reconocer su soberanía sobre el Sahara a cambio de la normalización de las relaciones Marruecos-Israel. Al parecer los contactos se han ralentizado debido a las discrepancias entre el Consejo Nacional de Seguridad israelí y el Mossad a quien no se había informado de tal iniciativa. Con lo cual, siempre según el Ashark al-Awsat, el rey de Marruecos se estaría impacientando.
Embrollos, divisiones, vaivenes y contradicciones abundan no sólo en ambas orillas del Mediterráneo, sino también en la ONU. Aunque Mahmud Abbas evocó ante el Consejo de Seguridad de la ONU una situación de “apartheid”, y calificó el estado palestino propuesto por Trump de “queso gruyer”, finalmente los palestinos, dada la falta de apoyos suficientes, renunciaron a pedir una resolución del Consejo. La presentó sin embargo Moncef Baati, representante de Túnez, miembro no permanente del Consejo de Seguridad. Parecía reflejar así la actitud del presidente tunecino Kaies Saied que, en la tarde de su elección el pasado mes de octubre, enarboló ante la gente la bandera de Palestina y ha calificado el proyecto de Trump como “alta traición” e “injusticia del siglo”. Y sin embargo Moncef Baati fue destituido por Kaies Saied el 7 de febrero, acusado de hacer circular una resolución “presentada de tal manera que no habría podido pasar”. ¿Improvisación? ¿Falta de experiencia? ¿O malicia insuficiente para poder navegar en las aguas del Oriente Medio?
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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