La aparente confusión y el vacío de poder que parece reinar en lo que pueda quedar del anterior estado libio, ha generado una carencia de gobierno que corre el riesgo de ser ocupada por facciones de índole integrista. La herencia pos Gadafi se caracteriza por el caos administrativo; caldo de cultivo que ofrece una acuciante deriva institucional y la incapacidad de enmendar el rumbo o encarar un nuevo proyecto de estado. Todo esto, a las mismísimas puertas de Europa.
El secuestro del primer ministro libio a manos de hombres armados y la detención de un dirigente de Al Qaeda, por unidades de elite norteamericanas, representan los episodios y/o consecuencias más recientes de aquel aviso, con el que los servicios secretos argelinos alertaron a la CIA acerca de la concentración de voluntarios islamistas que en Afganistán se daban cita para aunar fuerzas frente a la invasión soviética. Tras la retirada, ¿no hubo servicio de inteligencia occidental implicado, que no sopesase medir las consecuencias de que miles de mártires islámicos se hicieran fuertes en Kabul? De aquellos barros estos lodos. Los muyahidines, a los que la CIA respaldó, armó con misiles Stinger y que incluso la Casa Blanca visitaron, degeneraron hacia el movimiento talibán y hasta los atentados de Kenia y Tanzania en 1998, nadie pareció preocuparse de lo que un tal Bin Laden pretendía. La prioridad era acelerar el derrumbe del comunismo y si para ello había que armar y financiar una yihad, que [en aquel entonces] soplaba a favor, era un riesgo [quizás no valorado] pero si asumible.
La ola de violencia generada a resultas de la victoria del Frente Islámico de Salvación en las elecciones de Argelia [en los años noventa], aireo que entre los islamistas había veteranos argelinos de la yihad afgana, cuyos vuelos habían sido pagados por fortunas similares a la de Bin Laden y las orbitas de la monarquía saudí. La diáspora de veteranos “afganos” ayudó a desestabilizar Argelia y el norte de Africa; con el consiguiente avivamiento del extremismo islámico en Francia.
El papelón de Arabia Saudí en todo esto es maquiavélico. El supuesto aliado occidental financia el neo wahabbismo; vestíbulo filosófico de la interpretación más radical de las enseñanzas coránicas y partitura del integrismo islámico. La huella de Riad y su poder económico aparecen detrás de algunas de las conexiones terroristas de mayor renombre; caso de la financiación de las camionetas Toyota de los talibanes; de los campos de reclutamiento sudaneses; o como responsable logístico del alistamiento y traslado de musulmanes de medio mundo para luchar en Afganistán o Bosnia. Llamada ideológica, que allende de la red de madrasas pakistaníes, semillero del integrismo, incluso contó con oficinas de reclutamiento para tales. Catalizador y soporte recíprocamente. Yendo más allá, ¿están las fortunas saudíes detrás de las ramificaciones de Al Qaeda en Libia, Somalia o recientemente en Africa occidental?
Los estados destruidos, fallidos o frágiles, casos de Libia, Somalia o Guinea Bissau, Malí y Sudán respectivamente, representan el hábitat ideal para que el terrorismo organizado se instale y reciba crédito haciéndose fuerte en un santuario desde el cual operar. Y uso el término santuario [físico], porque el ideológico ya vive acomodado en la península arábiga. Tal vez otro día hablaremos de la discreta y hermética conexión libanesa en Africa.