La chimenea de la avaricia, por Rafael Muñoz Abad

23/10/2019 | Bitácora africana

chimenea_kimberly.jpg Foto del autor

La codicia del hombre no conoce límites y una vez encendida le arrastrará a un agujero donde lo perderá todo. Una sofocante tarde de verano de 1866, un grupo de muchachos jugaba en las riberas del río Orange donde una piedra brillante llamó la atención de uno de ellos. Erasmus Jacobs encontró un cristal erosionado y lavado que acabó en las manos de un señor barbudo que desde la codicia de sus ojos vio algo más que la inocencia del brillo que gustó al jovenzuelo. La inocencia es una puta en potencia, sólo necesita ver brillo para corromperse.

Los tratados de geología citaban los ríos como los únicos proveedores de diamantes que acababan precipitados en aluviones o deltas. Después, se descubrió la chimenea de kimberlita del reseco norte de lo que hoy es el Cabo Norte, Sudáfrica. Una eyaculación de brillantes que se agarraban a puñados. Lo que era un polvoriento cruce de caminos ocre dejado de la mano de dios, floreció en el asentamiento de Kimberly.

A la par, el brillo atrae el brandi barato y las fulanas; siendo sus primeras derivadas la gonorrea y riñas de rufianes al alba. Las cuatro casetas iniciales dieron paso a las casas de cambio; hoteles y tabernas; contratistas y talleres; hasta el caballo de hierro justificó una estación y pronto se creó un importante nudo ferroviario. El viejo oeste Americano floreció en su versión africana. Pueden imaginar y bien, John Waynes y buscadores de fortuna por doquier hacinados que fácilmente enfermaban por las insalubres condiciones del asentamiento minero. La mayoría lo perdía todo. De sol a sol picaban piedra y allí dormían; una iglesia para purgar codicia y un balón de rugby para desfogar.

Pero cualquier escenario siempre entrega un alumno aventajado y ese fue un tal Cecil Rhodes. A la postre, padre económico y moral del África blanca y uno de los fundadores de lo que hoy es el grupo De Beers; el mayor emporio de la alta joyería de diamantes. El mayorista del “amor”… Un día les hablo de su cara más sucia, cuando ya no me importe que me maten.

Rhodes, y su salud de bohemia, fue enviado a Durban para unirse al negocio familiar del algodón; cambió así la húmeda Inglaterra por la templada y soleada Africa del Sur. El algodón no terminó de florecer, pero pronto su fino olfato para el negocio le llevó al norte donde vendería hielo a los mineros para reinvertir el dinero con la intuición de un azor judío. Sus ceros no tardarían en multiplicarse y acabaría vendiendo parcelas de explotación diamantífera. Un genio de las financias.

Kimberly hoy es la capital del Northern Cape Estate. Un descampado deshabitado que casi tiene el tamaño de España. Las joyerías trufan la ciudad de los diamantes y el dinero es visible en sus casas. Kimberly se llama así en honor a la chimenea de kimberlitas, diamantes en bruto, con la que la ruleta geológica obsequió al lugar. The Big Hole se puede visitar, pero solo desde la distancia. Con objeto de curar la codicia de muchos, el agujero, el mayor excavado a pico y pala y aún lleno de diamantes, está inundado de agua y fuertemente cercado. La producción anual es de casi un millón de carats en brillantes. Se visita desde una plataforma en trampolín que pende a unos cien metros de altura. Impresiona mucho divisar la fortuna desde tan cerca; saca lo peor que todos llevamos dentro…Análogamente, se mantiene parte del asentamiento minero original. Pasear por sus calles y entrar en las tabernas o la capilla, o incluso afeitarte en su barbería de época, te traslada a la fiebre del diamante fácil; toda una experiencia.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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