A Miguel Larburu, una vida de entrega en el desierto
Siento una especial inclinación por la vida en el desierto. Su inmensidad, su sobriedad, sus enormes horizontes y sus cielos nocturnos estrellados me cautivan. Hablaré hoy del desierto de Mauritania con la ilusión de que más pronto que tarde sea visitado por personas que disfrutan de la contemplación de sus sensacionales bellezas y, por qué no, del sonido sosegado del silencio, tan necesario en los tiempos actuales.
Centraré mi atención en uno de los aspectos de esos ricos océanos de arena: la vida económica de sus oasis y, más concretamente, de su agricultura, en una zona árida de Mauritania, El Adrar.
El Adrar es una vasta entidad ecológica en donde predomina el sistema de los oasis. Por supuesto, no hay prácticamente tierras arables, si bien se producen dátiles, legumbres y frutas. El Adrar posee 5.673 Has. de superficie ocupada por los oasis (29 % del total del país) y 8.884 explotaciones agrarias (33 % del total). Se trata, por lo tanto, de explotaciones familiares de pequeño tamaño. En efecto, la dimensión media de los oasis de El Adrar es reducida (76 Ha.), aunque sea superior a la media del conjunto de los oasis del país (56 Ha.). Además, el número de oasis ha aumentado en los últimos decenios. En 1984 se contaban en El Adrar 31 oasis y en 2016 se cifraban en 75; es decir, su número, en ese periodo de tiempo, se ha multiplicado por casi dos veces y media. (Datos proporcionados por el Profesor Sadvi Ould Sakhawi, Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Nouakchott; procedentes de la “Estrategia de Desarrollo del Sector Rural” del gobierno de Mauritania).
En esas condiciones edafológicas, las necesidades de arroz, trigo, legumbres secas, aceites, … son evidentes. Son condiciones propias de una situación de inseguridad alimentaria, que afecta masivamente a sus habitantes. Los grupos más vulnerables son las mujeres, los niños menores de 5 años, los jóvenes, los mayores y los parados.
La coyuntura actual, derivada de la conflictividad provocada por la guerra en Ucrania, conlleva una escasez alimentaria con subidas brutales de precios, que repercuten muy negativamente sobre los importadores de alimentos, entre los que se encuentran el conjunto de la población y, muy en particular, los habitantes de los oasis.
Un elemento fundamental de la cultura de los oasis es el relativo a los palmerales. Son sus auténticos pulmones, generadores de agua y riego, y fuentes de cultivo. Los palmerales crean un ecosistema fértil para diversas producciones, que incluyen tanto hortalizas como frutas para el consumo humano. Asimismo, son lugares de descanso, brindan refrescantes sombras y proporcionan una gran belleza paisajística. En consecuencia, se trata de proteger los ecosistemas de los oasis-como reservas de biodiversidad- para luchar contra la desertificación, valorizar el saber-hacer de sus poblaciones y adaptarse al cambio climático.
El logro de dichos objetivos podría conseguirse por la agroecología, que es una vía prometedora para su agricultura, basada en tres prácticas de gestión. Una, la economía y la gestión eficiente del agua para evitar la erosión, controlar las escorrentías (derramamientos) y la evaporación. Dos, la gestión de los recursos de tierra y ganado; es decir, el establecimiento de reglas de propiedad, uso y administración para evitar desigualdades. Y tres, la gestión de la biodiversidad, por motivos económicos (alimentos, madera, forrajes) y por motivos inducidos de defensa de los cultivos frente a los insectos destructores.
Obviamente, estas prácticas derivan del principio de optimización de usos de los diferentes recursos, tales como los hídricos para no perder una gota de lluvia (impedir vertidos y fugas de agua), los bio-nutrientes (nitrógeno y fósforo), los compost mejorados por los propios agricultores (residuos vegetales más excrementos), la materia orgánica en los suelos (plantar árboles en las parcelas cultivadas, que a su vez secuestran carbono de la atmósfera), los bio-pesticidas (para reducir al máximo los pesticidas químicos y peligrosos), el control de los insectos destructores y la ordenación del territorio.
En fin, téngase en cuenta que estas propuestas deberían enmarcarse en el imponente proyecto de La Gran Muralla Verde del Sahara y del Sahel (de 8.000 km. de longitud y 15 km. de ancho), liderado por la Unión Africana, para crear paisajes verdes y productivos, luchar contra la degradación de los recursos naturales, hacer frente a las sequías y al cambio climático, fomentar el desarrollo rural y mejorar las condiciones de vida de las poblaciones locales con su activa participación.
José María Mella
[CIDAF-UCM]