Djibril Bâ se mueve en este aparente caos de plantas, árboles y hierbas con una destreza singular. “Mira, esto es un baobab”, comenta, “es un auténtico árbol-farmacia. De él se aprovecha todo, las hojas, las semillas, los frutos, la corteza, las raíces… y por esta razón muchas culturas africanas lo han dotado de un carácter mágico y dicen que en él viven los espíritus. Como su crecimiento es tan lento, así impiden que los niños se acerquen y lo maten”. Estamos en el jardín del hospital de Keur Massar, del que Djibril Bâ es su director, un santuario de la medicina tradicional africana a sólo 25 kilómetros de Dakar, un espacio para la sanación y la investigación del inmenso patrimonio natural y terapéutico de la flora africana.
Tras atravesar el eterno atasco que se forma a diario a la salida de Dakar, la capital de Senegal, y dar algunos tumbos en una carretera en construcción, llegamos al hospital tradicional. Un muro blanco rodea el espacio, que dista mucho en su aspecto de las clínicas occidentales. Hay varias construcciones, todas de planta baja, y por ningún lado se atisban quirófanos, paritorios o salas de rayos X. Hay un laboratorio, sí, una pequeña farmacia, una recepción, media decena de cuartos para atender a los pacientes en la intimidad y, sobre todo, un inmenso jardín de unas cinco hectáreas de extensión de donde salen los remedios naturales para una larga lista de enfermedades. Porque aquí las plantas, las más de 250 especies que conviven en este espacio, son las grandes protagonistas.
La historia del hospital de Keur Massar está ligada de manera indisoluble a la fuerte personalidad de la científica francesa Yvette Parès. Doctora en Medicina y Biología, llega a Senegal en 1960 para dar clases en la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar y con la mochila llena de buenas intenciones, con la idea de “aportar a los africanos cosas maravillosas”. Pero su contacto con África trasmuta los papeles y pasa de ser maestra a aprendiz. Primera persona en cultivar el bacilo de la lepra, Parès se convierte, en 1975, en directora del Centro de Investigaciones Biológicas sobre esta enfermedad, lo que le lleva a cuestionarse las terapias propuestas por la medicina occidental, que considera decepcionantes. Entonces conoce a alguien que cambiará su vida y su percepción de la ciencia médica, el curandero tradicional peul Dadi Diallo.
El “maestro” Diallo introduce a Parès en terapias alternativas contra la lepra, basadas en plantas africanas. Y a la científica se le abre un mundo nuevo. Con una inmensa generosidad, Diallo acepta introducir a Parès en el mundo de las plantas medicinales. “¡Fue un milagro!”, aseguraba la doctora años después en una entrevista, “es extraordinario que los terapeutas africanos hayan tenido confianza en una extranjera, sobre todo porque yo representaba, hay que decirlo, al país colonizador. Hubo toda una serie de circunstancias que permitieron que los grandes maestros senegaleses me aceptaran”.
Fueron quince años de formación, levantándose cada mañana temprano y yendo al campo para aprender a identificar las plantas, recogiendo muestras, preparando los remedios, sabiendo reconocer las enfermedades a un golpe de vista y descubriendo también la dimensión mística de las terapias de los curanderos africanos. No fue fácil ni rápido, tuvo que superar la desconfianza de los curanderos, pero Yvette logró introducirse en un saber antiguo que había ido pasando de una generación a otra. Y en 1980, junto a Dadi Diallo y otros expertos africanos como Yoro Bâ, director del jardín botánico de la Universidad de Dakar, la reputada científica inauguraba el hospital tradicional de Keur Massar.
En un primer momento fue un centro para enfermos de lepra. Por eso se escogió un lugar alejado de la ciudad y aislado para evitar posibles contagios. Incluso se construyó dentro del hospital un pequeño colegio para los hijos de los enfermos (en la actualidad lo utilizan los niños del pueblo de Keur Massar y lleva el nombre de Yvette Parès). Pero pronto se empezaron a tratar allí otras enfermedades: tuberculosis, dermatosis, hepatitis, diabetes, asma, sinusitis, reumatismo, malaria, diarreas, problemas intestinales, etc. Y el jardín empezó a crecer con plantas traídas no solo de todos los rincones de Senegal, sino también de otros países de África e incluso de más allá.
En el laboratorio, los trabajadores del hospital (son una veintena) se afanan en la preparación de bolsitas con hierbas u hojas molidas para infusiones mientras en el exterior, a la sombra de los árboles, tres curanderos aguardan la próxima visita. Son Moussa Ndiaye, de Podor, Alioune Ngom, de Thiés, y Hamady Diow, de Matam, terapeutas tradicionales que trabajan para el hospital y que, al mismo tiempo, contribuyen con su experiencia para hacer de este lugar el mayor centro de fitoterapia de todo Senegal. No hay mucho movimiento. “La mayoría siguen pensando que la medicina occidental tiene todas las respuestas y sólo acuden a Keur Massar cuando no encuentran respuestas allí. Es una pena”, asegura Geneviève Baumann, presidenta de la ONG Encuentro de Medicinas, uno de los principales apoyos del hospital.
El mismo problema ya lo detectó Yvette Parès en los años ochenta. La científica francesa generó una gran polémica asegurando que había encontrado remedios naturales contra el SIDA. “Si vienen a tiempo, los pacientes pueden sanar”, aseguraba entonces Parès, pero se encontró con un enorme escepticismo de la medicina occidental. “Son escépticos porque hemos crecido en la idea de que los occidentales somos los mejores, son escépticos por ignorancia, no necesariamente por mala voluntad. Los occidentales han llevado a cabo un auténtico lavado de cerebro a la gente y para entender la medicina tradicional hay que superar ciertas barreras mentales construidas por nuestra educación”, insistía la científica.
Esas barreras, que también existen para muchos africanos, han relegado a la medicina tradicional a un segundo o tercer plano. Quizás por eso, el hospital tradicional de Keur Massar tiene el ambiente de esos lugares que han vivido mejores momentos, quizás tiempos de gloria. Pero la batalla no está perdida. Además de contar con un cierto apoyo del Gobierno senegalés, cada año, becarios voluntarios venidos de distintos rincones del mundo se acercan hasta aquí para investigar el poder de las plantas africanas. El centro ha reservado un espacio con habitaciones para ellos si desean instalarse en el propio hospital y conocer de cerca su funcionamiento. Y de Europa llegan pedidos de plantas medicinales. Cada vez más.
Así lo quiso Yvette Parès, autora de tres libros de divulgación, La medicina africana, una eficacia sorprendente (2004), El SIDA, del fracaso a la esperanza: la mirada de una científica, doctora y terapeuta tradicional (2007) y Perlas de sabiduría de la medicina tradicional africana (2009), quien falleció hace dos años. Entre las plantas de menta, la citronela, el aloe vera, el noni, el basilisco o los árboles de anacardo que pueblan el jardín de Keur Massar, los curanderos del hospital aún aciertan a ver el espíritu de Yvette Parès, siempre investigando, siempre aprendiendo, siempre preguntando.
Original en : Blogs de El País: África no es un País