El nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Keniana, Philip Anyolo, acaba de hacer unas valientes declaraciones acerca de la situación actual del país, afirmando que el presidente Uhuru Kenyatta ha perdido la legitimidad y la confianza de la gente debido a su incapacidad para restaurar la seguridad en el país.
El prelado no habla a humo de pajas. Aparte de la reciente masacre en la Universidad de Garissa ha habido en los últimos meses repetidos ataques terroristas especialmente contra las fuerzas de seguridad que se unen a un lamentable rosario de similares acciones que llevan años sembrando y afianzando el sentimiento de inseguridad y laxitud en todo el país. A pesar de las muchas promesas y declaraciones de repulsa y de reacción fulminante contra los culpables, la situación no ha dejado de empeorar y lo que es peor, se sospecha incluso de quien debería velar por la seguridad de todos.
En el ataque de Garissa hubo avisos escritos enviados días antes a todos los rectores de universidad para que tomaran medidas y el gobierno era por tanto consciente de que algo se cocía… pero no se hizo nada. En el ataque contra el centro comercial Westgate de Septiembre del 2013 donde murieron “aproximadamente” 72 personas, todavía no se ha aclarado qué pasó de verdad y cómo fue posible organizar tal acción. Aquellas lamentables imágenes de los soldados y policías kenianos más ocupados en saquear el hipermercado y las tiendas adyacentes que en proteger o liberar a aquellos rehenes siguen estando en la memoria de todos. Y el gobierno calla. Cuando se trata de estos ataques (especialmente en el caso del centro comercial) hay tantas preguntas acerca de la identidad de los perpetradores como acerca de la acción misma de las fuerzas armadas. Cuantos más ataques se producen, más se multiplican las preguntas sin respuesta a la par que se enrevesa aún más la situación para la ya desesperada gente de a pie, que no saben si temer más a un terrorista o a un miembro de las fuerzas de seguridad.
Todo esto, para quien haya seguido la trayectoria de este país en los últimos años, tiene sin embargo un claro pecado original: la corrupción rampante y la responsabilidad de los que están en el gobierno ante hechos y atrocidades por las que hasta ahora no han respondido. Cabe recordar que tanto el presente presidente Kenyatta y su vicepresidente Ruto aparecieron junto a otros personajes en las listas de la Corte Internacional de Justicia como sospechosos de crímenes contra la humanidad. Al día de hoy, esos procesos han quedado en agua de borrajas porque se han suspendido después de interminables obstáculos en el camino, incluyendo la mágica desaparición, muerte o radical cambio de testimonios(de los testigos que quedan vivos) Cuando llegaron las últimas elecciones, tanto Kenyatta como Ruto llevaron a cabo una unión política contra natura (eran enemigos declarados en los sangrientos días de 2007 y 2008) y azuzaron como pudieron la carta tribal, arguyendo que todo aquello que la Corte Internacional de Justicia tenía contra ellos no era sino una caza de brujas. El electorado les respondió siguiendo aquel famoso lema de “son unos hijos de perra, pero son nuestros hijos de perra” y ahora están al frente del país, intentando erradicar una violencia cuando ellos mismos tienen numerosos esqueletos en su armario personal. No es extraño que estén fallando en el intento, porque a mi parecer entre la corrupción imperante y los eventos del pasado, no deben tener las manos libres para tomar las medidas necesarias. Sería tirar demasiado de la manta y dejar a todo un país a merced de fuerzas ocultas (no hablamos de parapsicología, sino de grupos armados organizados por líneas tribales), las mismas fuerzas a las que ellos recurrieron en las elecciones de 2007 cuando estaban enfrentados, vieron que los resultados eran adversos y quisieron cambiar con violencia la balanza electoral a favor de su correspondiente partido o facción provocando aquel tremendo caos en el que se vio sumido el país en cuestión de días y que costó más de mil vidas y decenas de miles de desplazados internos.
Dice el refrán “quien vive en casas de cristal no debería arrojar piedras a otros” , yo no termino de ver que estos líderes puedan hacer nada para erradicar la violencia de El Shabaab. Ellos mismos – ya sean convocados un día a La Haya o no – tendrían que dar cuenta de sus acciones cuando a la sazón la violencia parecía una solución legítima para allanar el camino hacia sus desaforadas ambiciones políticas.
Original en : En Clave de África