Kenia comenzó el viernes a enterrar a las víctimas de la masacre de la Universidad de Garissa, mientras que una semana después del ataque, algunos padres todavía esperan ser informados sobre el destino de sus hijos.
El viernes, muchos estudiantes y sus familiares envueltos en lágrimas se reunieron en el tanatorio de Nairobi para rendir su último homenaje a Angela Nyokabi Githakwa, una de las 148 víctimas del atentado perpetrado el pasado 2 de abril por los islamistas somalíes Shabaab. En su ataúd, con destino a un pequeño pueblo cerca de Kiambu, a unos treinta kilómetros al norte de la capital de Kenia, reposa una cruz dorada. A la entrada del depósito de cadáveres, se encontraban alineados veinte ataúdes vacíos y docenas de fotografías de las víctimas. Durante toda la mañana, bajo grandes carpas blancas, decenas de personas iban siendo llamadas para recuperar los cuerpos de sus familiares antes de ir a enterrarlos, a veces a cientos de kilómetros de distancia. Jackson Kilimo es uno de ellos. Perdió un primo y dos primas en Garissa. Ahora, junto a otros miembros de su familia, están preparados para llevarlos de vuelta a su pueblo natal, en el distrito de Marakwet, a unos 380 kilómetros al noroeste de Nairobi. «Identificamos los cuerpos al día siguiente de la tragedia, pero tuvimos que esperar porque el gobierno quería estar 100% seguro de las identidades y los procedimientos post-mortem llevan su tiempo», señaló.
Algunos cuerpos aún no han podido ser identificados, indicó George Williams, responsable de ir nombrando a las familias que vienen para recuperar los cuerpos. «Algunos cuerpos han sido identificados por dos familias». Por tanto, debemos tomar «huellas digitales» para determinar con certeza quiénes son.
En este flujo de tristeza a veces aparece una buena noticia
«Ayer encontramos a alguien con vida,», cuenta el Sr. Williams. «La familia estaba acampando aquí, pero el estudiante se había ido con unos amigos sin decírselo a sus padres».
Solidaridad
El ataque en Garissa, una ciudad al este de Kenia, situada a unos 150 km de la frontera con Somalia, ha sido el más mortífero en Kenia desde el de la embajada de Estados Unidos en 1998 con un total de 213 muertos.
El jueves, el presidente keniata, Uhuru Kenyatta, firmó unas cartas a cada una de las familias de las víctimas, expresando sus «condolencias y las de todo el país» y les prometió «que, como nación, nunca nos olvidaremos de ellos, al igual que tampoco perdonaremos nunca a los que les arrebataron la vida». Sólo las familias de 130 víctimas, hasta el momento, han recibido este mensaje. El resto de cartas se firmarán una vez que el proceso de identificación se haya completado, aseguró un portavoz de la presidencia.
Durante una visita oficial, la secretaria de Estado francesa de Desarrollo y Francofonía, Annick Girardin, anunció una ayuda financiera, sin especificar cantidad, para los estudiantes heridos en el ataque, para que «puedan continuar con sus estudios». «El mundo entero mostró su solidaridad con Francia el 11 de enero (después del atentado a Charlie Hebdo), así que quería mostrar ahora la solidaridad de Francia con el pueblo de Kenia en esta tragedia», declaró.
Críticas
Mientras que el proceso de identificación continúa, los medios de comunicación de Kenia, por su parte comienzan a cuestionar el balance de la matanza, diciendo que todavía hay estudiantes que siguen desaparecidos pero que no están en la lista de muertos. Nairobi, sin embargo, niega cualquier manipulación y denuncia estas críticas como «rumores sin fundamento». En los últimos días, las autoridades de Kenia también han sido criticadas por no haber evitado el ataque, a pesar de la información de que se disponía y de la lenta respuesta de las fuerzas de seguridad.
Afiliados a al-Qaeda, Al-Shabaab ha multiplicado, en los últimos años, los atentados en Kenia, un país con fronteras muy porosas y minado por la corrupción.
afriqueexpansion.com – (Fundación Sur)