Entre la generación de líderes de las independencias en África podemos encontrar personajes de la talla del muy conocido Nelson Mandela, y también figuras como Léopold Sédar Senghor, Amílcar Cabral, Jomo Kenyatta, Kwame Nkrumah y Patrice Lumumba, entre muchos otros, no tan reconocidos en general como Madiba a nivel internacional. Asimismo, entre las numerosas ideologías de la época de la descolonización que revolucionaron África, entre las décadas de 1960 y 1970 (si bien muchas tuvieron desarrollos previos, como el panafricanismo), se encuentra una vertiente del socialismo africano, en donde destaca el ideario del líder tanzano Julius Nyerere, quien fuera apodado “Mwlalimu”, maestro en lengua swahili, el idioma oficial del país, además del inglés. En diciembre de 1961 esta ex colonia alemana, y luego británica, alcanzó la independencia y Nyerere, su primer presidente hasta 1985, fiel a sus ideas, se decidió a emprender la transformación revolucionaria del país aplicando la ideología y el proyecto condensado en su escrito “Ujamaa: base del socialismo africano”, publicado en 1962. La aplicación de este manifiesto llevada a la práctica provocó el movimiento de población más grande en la historia de África. Este socialismo contrastó con el marxismo, definido por él como “socialismo científico”.
Objetivos genuinos
Nyerere, sensible, de origen muy humilde, hábitos sencillos, y opuesto a la codicia y el despilfarro de muchos otros líderes africanos de su tiempo, se mostró desde un comienzo imbuido de la preocupación por lo social y la valoración de la autenticidad. Su clara oratoria lo convirtió en un ícono. “Debí haber sido un predicador antes que el presidente de una República”, afirmó en una ocasión. Su preocupación por alcanzar una sociedad más justa lo condujo a redactar Ujamaa (“espíritu de familia” o “familia ampliada” en swahili) en donde su autor explicó que el socialismo, a diferencia de Europa, radica en el germen de la sociedad africana, pese al terremoto de la imposición colonial. Partiendo de la base que socialismo y democracia son actitudes mentales, rescató de las sociedades africanas tradicionales los valores esenciales. “Era imposible la explotación capitalista. La holganza era una ignominia incomprensible”, se lee. El trabajo era la base de la sociedad, “no hay socialismo sin trabajo”, sentenció. El líder razonó que si en el pasado los miembros de la sociedad tribal eran pobres o ricos eso dependía de la prosperidad general y del trabajo conjunto, si la tribu prosperaba todos lo hacían.
También definió al capitalismo como una actitud mental. El concepto de trabajador asalariado fue una introducción del colonialismo europeo, al igual que la idea de aspiración a una riqueza personal. Nyerere entendió que los africanos quisieron volverse ricos a imagen y semejanza de los capitalistas europeos, explotando a terceros. Lo último, a su parecer, resulta totalmente incompatible con el socialismo que intentó construir. Se trató de un tema educativo ante todo. “Nuestro primer paso debe ser reeducarnos; recobrar nuestra antigua actitud mental”, escribió. Su autor rechazó la actitud capitalista que introdujo el colonialismo, y sus hábitos resultantes (por ejemplo considerar la tierra como una mercancía comerciable).
El socialismo europeo, explicaba Nyerere, no pudo existir sin su contraparte, el capitalismo. Sin embargo, el socialismo africano no partió desde clases antagónicas, por lo que casi llegó a negarlas. “No necesitamos que se nos «convierta» al socialismo como no necesitamos que se nos «enseñe» democracia. Ambas cosas tienen raíces en nuestro pasado”, escribió. El objetivo de su doctrina residió en garantizar la actitud mental socialista libre de las tentaciones del lucro personal, para revertir la reconocida condición de pobreza de Tanzania, gracias a un esfuerzo sincero y conjunto. Por último, en lo que fue tildado de utópico su manifiesto, propuso pasar de la actitud mental que caracterizó la tribu hacia esferas mayores, la nación, incluso el continente y más. Su concepto de “familia ampliada” debería abarcar la humanidad entera, cuando el verdadero socialista considera a todos los hombres como sus hermanos, escribió el Mwalimu poco antes de cerrar su escrito.
Las aspiraciones de Nyerere, su ideología, determinaron su política. En septiembre de 1967 publicó “Socialismo y Desarrollo Rural”, en donde sentó la intención de establecer aldeas socialistas autosuficientes en todo el país para el desarrollo rural. Siete meses antes había lanzado la Declaración de Arusha, por medio de la cual quedó en evidencia el miedo del presidente ante la emergente clase capitalista en ascenso y la erosión de los valores tradicionales. En su proyecto prevalecieron como bases el desarrollo agrícola y la autosustentabilidad, sustentados en el trabajo campesino. En particular, la dependencia del capital extranjero era un problema que Nyerere vio con gran preocupación. “La independencia no puede ser real si una Nación depende de regalos y préstamos de otra para su desarrollo”, escribió en Arusha, ciudad del norte tanzano. Para él, con tal de no depender de la ayuda externa, el país pudiera estar dispuesto a crecer a ritmo más lento. Como fuera, la ayuda externa debía quedar supeditada al esfuerzo por el desarrollo interno. Sin embargo, para los años 70 Tanzania fue el país más beneficiado de toda África por la ayuda externa.
Utopía vs Realidad
En forma muy entusiasta, tras la Declaración de Arusha comenzó la ola de nacionalizaciones masivas. Para no generar incertidumbre ni miedo, Nyerere especificó que las aldeas ujamaa serían introducidas a voluntad y sin coerción, al definirlas como una asociación voluntaria de personas que decide trabajar para el bien común.
A pesar del esfuerzo desplegado por la propaganda oficial, el proyecto y la campaña avanzaron a ritmo lento. A finales de 1968 solo 180 aldeas calificaban como proyectos ujamaa. A mediados de 1973 se elevaron a 5.000, comprendiendo unas 2 millones de personas, el 15% de la población nacional. Además, en muchas de éstas los habitantes vivían en condiciones deficientes y carentes de líneas cooperativas mientras que los más beneficiados por el proyecto fueron los cercanos al partido gobernante.
Al ver que el proyecto no funcionaba como Nyerere deseaba, en noviembre de 1973, en forma compulsiva, el gobierno anunció que los remanentes de población campesina fuera de las ujamaa debían ubicarse en las mismas antes de finalizar 1976. “Vivir en una aldea es una orden”, sentenció. De este modo, entre 1973 y 1976 unas 11 millones de personas fueron ubicadas en nuevas aldeas, en el movimiento de población africano más grande de la historia. El presidente declaró que la operación fue abrumadoramente voluntaria. Sin embargo, hubo muchos informes de coerción y brutalidad. En varias ocasiones fueron incendiadas casas al conocerse que las personas desplazadas habían retornado a sus hogares.
El programa por poco casi condujo a la catástrofe. El proyecto causó la caída abrupta de la producción de alimentos, a lo que se sumó la sequía. Entre 1974 y 1977 el déficit cerealero era de más de un millón de toneladas. En consecuencia, en 1975 el gobierno debió recibir asistencia internacional del FMI y el Banco Mundial, además de más de 200.000 toneladas de ayuda alimentaria. Finalmente, pese a la intención de Nyerere, su proyecto reforzó la dependencia externa. Si para 1979 el 90% del campesinado estuvo alojado en las aldeas del proyecto, no obstante el escueto 5% del ingreso agrícola del país provino de las mismas.
Desde la perspectiva estatal, la política tampoco fue efectiva. Ésta generó una multitud de corporaciones ineficientes y costosas. A diez años de la Declaración de Arusha Nyerere se quejó en términos duros de la ineficacia de su ujamaa así como de la pereza y el desinterés de muchos de los encargados al aplicar las medidas. De todos modos, las empresas estatales continuaron operando de la misma forma, incurriendo en pérdidas enormes. Para finales de la década de 1970 la economía tanzana se tambaleaba: en 1980 las exportaciones cubrieron solo el 40% del valor de las importaciones y la deuda externa creció fuertemente. A nivel cotidiano y complicando un panorama económico penoso, la inflación, la sequía y la escasez de insumos básicos se hicieron intolerables para amplios sectores de la población. En conclusión, en diciembre de 1981, a 20 años de la independencia, Nyerere sostuvo en una emisión radial que la nación era más pobre que en 1972 y admitió que el país era socialista pero no autosuficiente. En 1982 aseveró que si bien el país tenía sus problemas, el socialismo no era uno de esos.
En general, pocos se mostraron críticos frente al proyecto del líder tanzano y no hubo discusión política alguna. Bajo el sistema de partido único (instituido desde 1977 el Chama Cha Mapinduzi), el Parlamento se vio sobrepasado y la prensa fue acallada. La clase política dominante se mostró intolerante frente al disenso y hubo una cantidad significativa de prisioneros políticos en el país.
Sin embargo, no todo fueron sombras en el panorama de Tanzania durante la era Nyerere. La esperanza de vida se elevó de 41 años a 51. Pese al crítico cuadro económico, los progresos en las áreas de educación, salud y servicios sociales fueron considerables. La escolarización primaria avanzó de un cuarto al 95% de los niños, la alfabetización se elevó de un 10 al 75% de la población adulta y cuatro de cada diez aldeas fueron provistas de agua potable mientras tres de cada diez tuvieron hospitales. Pero es cierto que el progreso se debió en buena medida al aporte de ayuda externa. Sin estos fondos, que en los 70 se elevaron a u$s 3.000 millones, Tanzania hubiera tocado el abismo. Para Nyerere, haber atraído esos capitales no reflejó el éxito de su estrategia sino el convencimiento sobre la sinceridad de sus objetivos.
Elogio final
Si el lector europeo consideró la Ujamaa un manifiesto utópico, el plan, basado en el desarrollo agrícola comunitario, no era muy adecuado para reducir la dependencia económica de Tanzania. Pero es indiscutible que Nyerere resultó fiel a sus ideales y, por ejemplo, a finales de 1985, a contramano de una buena parte de los líderes africanos, decidió voluntariamente dejar el poder. En su último discurso como presidente de la nación admitió que los tanzanos le habían perdonado sus numerosos errores de gestión. Se dice que tras la renuncia volvió a su hogar en bicicleta. Su legado como estandarte del socialismo africano y de la unidad continental, de la lucha contra el Apartheid y toda forma de racismo, del convencimiento que puede haber un mundo mejor si es con unidad, de traductor de dos obras de Shakeaspeare al swahili que tanto cultivó, perdura a pocos meses de cumplirse 17 años de su muerte.
Original en : Blogs de El País – África no es un país