El corazón de las tinieblas es la novela que hizo famoso al polaco cuyo nombre original modificó, al estilo británico, Joseph Conrad, para habituarse a la lengua inglesa de la que llegó a convertirse en uno de los mayores referentes literarios a caballo entre los siglos XIX y XX. Esta obra refleja aún hoy la idea distorsionada de África como campo de la aventura intrépida, el salvajismo y la inmersión en terrenos que lindan en la frontera entre lo humano y lo animalesco, o lo demoníaco. En cierta forma, el relato pretende ser autobiográfico, existe una transposición, el protagonista Marlow, un marinero de oficio cuyo barco se encuentra a la vera del inhóspito Río Congo en espera de hallar al empresario, el señor Kurtz, cumple la misma función que le tocó al narrador, un aventurero y apasionado de los viajes, quien abriga la esperanza en el éxito de su empresa, con enfáticas intenciones de cumplir su misión pese a la conciencia de los peligros y la adversidad presentes en esos parajes.
Los críticos plantean que lo que formuló Conrad fue una apología del imperialismo, al mostrar el primitivismo de África como corolario de la “misión civilizadora” británica (y europea). En efecto, al comienzo de la obra, el autor escribió: “La conquista de la tierra, que por lo general consiste en arrebatársela a quienes tienen una tez de color distinto o narices ligeramente más chatas que las nuestras, no es nada agradable cuando se observa con atención. Lo único que la redime es la idea. Una idea que la respalda: no un pretexto sentimental sino una idea; y una creencia generosa en esa idea, en algo que se puede enarbolar, ante lo que uno puede postrarse y ofrecerse en sacrificio…”. Es decir, pese a reconocer el robo con violencia y asesinatos deparados en toda empresa de anexión imperial, no obstante, justificó la idea; no así los medios para concretarla.
Como sea, si bien El corazón de las tinieblas se publicó por primera vez como novela en 1902, este año se cumplen 115 de su aparición en formato libro, cuando Conrad sumó dos relatos (Juventud, de 1898, y El fin de la atadura, de 1902) junto al citado para un nuevo volumen. Este hecho motiva revisar la obra y tender puentes con el presente, con aspectos de la realidad de África, su representación fuera de las fronteras, basada primordialmente en el equívoco, la ignorancia y/o una tergiversación versada en el racismo.
Infortunio. Ejemplos
Una revisión de la actividad en las redes sociales puede dar cuenta del desconocimiento generalizado acerca de África. Como para poner un coto a una actividad de selección que puede tornarse casi eterna, se seleccionaron algunos ejemplos de personajes de renombre, como el mismísimo presidente de los Estados Unidos, que incurrieron en auténticas y vergonzosas “meteduras de pata” en los últimos cinco años.
Días atrás, en el contexto de la última reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, celebrada en la ciudad de Nueva York, y en el marco de una cumbre con líderes africanos, el presidente del país anfitrión, Donald Trump, elogió el sistema de salud de “Nambia”. Además, repitió el error, al comenzar la presentación del modo que sigue: “Es un gran honor para mí ser anfitrión de este almuerzo y contar con los líderes de Costa de Marfil, Etiopía, Ghana, Guinea, Nambia…”. Yerro, confusión o problema de dicción, una flagrante ignorancia sobre África, una excelente metáfora de lo desconocido, acerca de lo que no interesa aprehender. Es la misma idea que se puede encontrar más de 110 años antes en boca de Marlow, o en la pluma de Conrad, en una de las tantas descripciones efectuadas sobre África en el libro: “Después de todo, aquello no era sino un espectáculo salvaje, mientras que me sentía súbitamente transportado a una región oscura de sutiles horrores, donde un salvajismo puro y sin complicaciones era un alivio positivo…”.
La misma impresión puede deslizarse a partir del caso Justine Sacco, en diciembre de 2013. Ganó su efímero momento de fama cuando esta joven sudafricana, residente en Nueva York y en aquel momento responsable de Relaciones Públicas de la firma estadounidense IAC, perdió su puesto al bromear sobre África y el sida. Estando de viaje, antes de abordar su vuelo en Londres, y utilizando Twitter, expresó: “Me voy a África. Espero no agarrarme sida. Es broma. ¡Soy blanca!”. Al arribar a destino, Ciudad del Cabo, Sacco se encontró con una catarata de insultos y repudios a su tuit, que era trending topic y con el aviso que la empresa prescindía de sus servicios. La autora de tan imprudente y racista tuit presumió de su condición de blanca como escudo para no contagiarse de una enfermedad que, en su obtusa opinión, solo pareciera afectar a africanos, y hasta consiguió aprobación en la red, si bien el repudio fue lo que predominó. Este racismo no parece muy distante de las opiniones de Marlow a finales del siglo XIX sobre los africanos presentes en el relato. En un párrafo se lee: “…los hombres eran… No, no se podía decir «inhumanos». Era algo peor, esa sospecha de que no fueran inhumanos. La idea surgía lentamente en uno. Aullaban, saltaban, se colgaban de las lianas, hacían muecas horribles, pero lo que en verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea del remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados y tumultuosos…”.
En el mundo del fútbol
En junio de 2015, el futbolista uruguayo Edinson Cavani, en la previa de un partido que enfrentó a su conjunto nacional frente al seleccionado jamaiquino, declaró: “Como todo equipo africano, Jamaica es difícil por su velocidad y su fuerza”. Esta garrafal equivocación geográfica puede remitir al desconocimiento profundo esbozado respecto a África, un tópico actual pero recurrente en el siglo XIX. Marlow, en relación a la cuenca del Río Congo, explicaba: “En verdad, ya en aquel tiempo no era un espacio en blanco. Desde mi niñez se había llenado de ríos, lagos, nombres. Había dejado de ser un espacio en blanco con un delicioso misterio, una zona vacía en la que podía soñar gloriosamente un muchacho, para convertirse en un lugar de tinieblas. Había en él especialmente un río, un caudaloso gran río, que uno podía ver en el mapa, como una inmensa serpiente enroscada con la cabeza en el mar, el cuerpo ondulante a lo largo de una amplia región (…) La serpiente me había hipnotizado.”. Como se observa, Marlow conocía de la existencia de un río pero no mucho más de la zona. Más avanzada la obra, el protagonista, antes de emprender el viaje por el río Congo, sentencia: “…durante uno o dos segundos sentí como si en vez de ir al centro de un continente estuviera a punto de partir hacia el centro de la tierra.”. La noción de extrañeza se hace total.
Otro ejemplo de actualidad también proviene del ámbito del fútbol. Se trata del último mundial, celebrado en Brasil, cuando la aerolínea de bandera estadounidense Delta Airlines festejó el triunfo del seleccionado nacional frente a Ghana mediante un tuit ilustrado por dos imágenes: a la izquierda la Estatua de la Libertad y a la derecha una jirafa. Las críticas y acusaciones a la empresa no se hicieron esperar, alegando que en dicho país africano no existen ejemplares de esa fauna. Delta debió asumir el error, pedir disculpas y eliminar el tuit. Una vez más, el desconocimiento sobre África propicia situaciones embarazosas, la asimilación a estereotipos simplistas, como creer que el continente es solo sede de la naturaleza exuberante, del primitivismo en su pura esencia, que cada palmo de territorio está poblado por manadas y manadas de jirafas, aunque diste la realidad de ser así. En El corazón de las tinieblas el lector se encuentra con una frase de este tenor distorsivo, cuando Marlow afirma: “Éramos vagabundos en medio de una tierra prehistórica, de una tierra que tenía el aspecto de un planeta desconocido. Nos podíamos ver a nosotros mismos como los primeros hombres tomando posesión de una herencia maldita, sobreviviendo a costa de una angustia profunda, de un trabajo excesivo”. El protagonista se dice estar viajando en “la noche de los primeros tiempos”.
Primitivismo, salvajismo
No lo suficientemente extrañado por estas muestras de primitivismo, Marlow describe a los colaboradores africanos de entre su partida, a quienes califica de caníbales. El salvajismo aflora en el retrato de estos seres a quienes el europeo vincula con lo satánico. Agrega: “(…) llevaban consigo una provisión de carne de hipopótamo, que una vez podrida hizo llegar a mis narices todo el misterio de la selva.”. Las imágenes que utiliza el narrador para evocar la quintaescencia del salvajismo continental son múltiples, no obstante la que sigue es paradigmática: “Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra y los árboles se convirtieron en reyes. Una corriente vacía, un gran silencio, una selva impenetrable…”. Estas panorámicas del exotismo remiten a un hilarante tweet de la estrella del pop Lady Gaga, quien, en una visita por Sudáfrica a finales de 2012, bromeó que había visto una jirafa si bien su vuelo siquiera había aterrizado, tal vez producto de la excitación que le producía llegar a “África”, ignorando que no es un país sino un continente.
El último caso. El 5 de diciembre de 2013 falleció a sus 95 años el ícono sudafricano Nelson Mandela. Mucha gente lo confundió con el actor afro-estadounidense Morgan Freeman, quien lo había personificado en la pantalla grande. Los homenajes se sucedieron, sobre todo en las redes sociales, arrastrando dicha garrafal confusión. Tal vez esta suerte de deshumanización ejercida contra los africanos recuerde un fragmento de El corazón de las tinieblas. Luego que Marlow ve fallecer a su asistente expresa: “Yo echaba atrozmente de menos a mi difunto timonel (…) Tal vez juzguen ustedes bastante extraño ese pesar por un salvaje que no contaba más que un grano de arena en un Sahara negro”.
Un misterio llamado (aún hoy) África
Con todo esto, pareciera ser que África continúa siendo en las mentes de muchos hombres y mujeres un gran misterio, en pleno siglo XXI, una región incomprendida, como si se tratara de un planeta diferente, semejante a la misteriosa tierra de tinieblas de la novela más conocida de Conrad, escrita en una época de conquistas imperiales y de vanagloria del hombre europeo y blanco.
(*) Omer Freixa es historiador africanista argentino. Investigador, docente y escritor. Profesor y licenciado en historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Máster en Diversidad Cultural con especialización en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Su web es www.omerfreixa.com.ar
Original en : Afribuku