Un estudio reciente sobre el cristianismo en el Reino Unido publicado por Christian Research indicaba que entre 1930 y 2013 el número de personas que se consideran miembros de una iglesia cristiana ha pasado del 30% al 10,3% de la población, y descenderá al 8,4% en 2025. El estudio señala también que las que disminuyen son las iglesias tradicionales, como la anglicana, la católica o la presbiteriana, mientras que siguen creciendo las nuevas iglesias evangélicas y carismáticas. Es significativo que esa disminución se note en Inglaterra menos que en el resto del Reino Unido, y que no se de en absoluto en la zona de Londres. Es decir que el cristianismo no decae, sino que aumenta, en las zonas geográficas con mayor población de origen caribeño y africano, y en aquellas iglesias en las que la influencia de estas poblaciones es mayor. Algo parecido aparece en las cifras del nuevo Anuario Pontificio. Entre 2000 y 2015 los católicos aumentaron en 235 millones. Pero de hecho en 2016 el aumento sólo fue de 13 millones en lugar de los 18 del año precedente. El crecimiento más espectacular se produjo en Africa Subsahariana en donde entre 2010 y 2015 fue del 19,4%, aunque en ese mismo continente el número de sacerdotes aumentó a un ritmo muy inferior al de los fieles. Las mayores disminuciones se dieron en Europa en donde al finalizar 2015 había 1,3 millones menos católicos que en 2014. ¿Se puede entonces afirmar, como lo hacía The Economist el 25 de diciembre de 2015, que “Es africano el futuro de la religión más popular del mundo”? No necesariamente.
El semanario británico ofrecía una explicación más bien sociológica: “No sólo los cristianos más practicantes viven en Africa, sino que éste es el continente con mayor desarrollo demográfico. Y dada su enraizada pobreza, aunque goce de décadas de desarrollo, no alcanzará fácilmente los niveles de riqueza en los que florece la secularización”. En El mito de una Iglesia africana «fiel», que Fundación Sur reprodujo el 27 de febrero de 2015, José Carlos Rodríguez ilustraba bastante bien las sombras y las luces de la Iglesia católica en África. Señalaba por ejemplo la existencia de algunos dirigentes ejemplares y comprometidos, junto a una actitud general excesivamente clerical; la enorme devoción y empeño de la mayoría de los fieles y su escasa preparación para enfrentarse a las nuevas realidades sociales. Porque habría que matizar, dos puntos me llamaron la atención en aquel análisis: el número insuficiente de religiosos contemplativos y la falta de una segunda generación de teólogos africanos que pusieran en práctica los programas y orientaciones de sus predecesores.
La rica tradición simbólica de las culturas africanas tradicionales no ha desaparecido ni con la llegada de las religiones monoteístas ni con los cambios sociológicos en curso. Y aunque sea cierto que en la iglesia católica el número de religiosos contemplativos es insuficiente, no cabe duda de que una mayoría de africanos mantiene activa una actitud contemplativa tanto hacia la naturaleza como en sus relaciones sociales y espirituales. De ahí la enorme presencia e influencia de las cofradías sufíes entre los musulmanes africanos y las bien visibles prácticas de estilo carismático entre los cristianos, incluidos los católicos. Y en estos días en que celebramos la Pascua del Señor, es bueno mencionar cómo algunos teólogos africanos de segunda generación, particularmente anglófonos, están enriqueciendo nuestra comprensión de la resurrección gracias precisamente a las tradiciones simbólicas del continente. En este tema concreto bien pudiera ser que fuese “africano el futuro de la religión más popular del mundo”.
Ramón Echeverría