Honrar a los muertos anónimos

16/07/2021 | Opinión

Saturados como estamos con noticias de la covid-19, las protestas en Sudáfrica, las interminables guerras en el Este de RD Congo o los atentados yihadistas en el Sahel, serán pocos los lectores que hayan prestado atención a las estadísticas de la Organización Internacional para las Migraciones. Más de 108.000 personas se lanzaron al mar Mediterráneo en 2020 para intentar llegar a Europa desde África, huyendo de conflictos, violaciones de derechos humanos y pobreza. Intentando la travesía murieron el año pasado “sólo” unas 1000 personas, una “buena noticia” (¿?) pensando en las 4.757 perdidas en el mar en 2016. En 2020, los intentos de atravesar el Mediterráneo central disminuyeron en un 40 % con respecto al año anterior, lo que se corresponde con un incremento masivo de intentos de llegar a España por las rutas del Mediterráneo Occidental y del Océano Atlántico. La Vanguardia del pasado 7 de julio daba voz a “Caminando Fronteras”, una organización fundada en 2002 para defender los derechos de las personas migrantes en la Frontera Occidental Euroafricana. Según esta asociación, un total de 2.087 personas que iban rumbo a España habrían muerto o desaparecido durante el primer semestre del 2021 (fueron 2170 en todo 2020), en el naufragio de 79 embarcaciones, 57 de las cuales en la ruta hacia Canarias. De muchas pateras y cayucos sólo se sabe que partieron de África y que nunca llegaron a nuestras costas. El artículo cita por ejemplo el caso reciente de una patera que el 25 de junio zarpó de Dajla(antigua Villa Cisneros), en el Sahara Occidental, con 47 personas a bordo, entre ellas Naminata, de la que su hermano Mahamadou Oyode, inmigrante marfileño que llegó a Barcelona en el 2018, no sabe nada desde que se subió a la patera. De muchas personas que los barcos han rescatado o que las corrientes han arrastrado hasta la costa, sólo se sabe que han muerto en el anonimato. Merecen ser honradas y recordadas. Pero ¿cómo?

Cristina Cattaneo, profesora de Medicina Legal en la Facultad de Medicina de la Universidad de Milán y profesora de Antropología Física en la Facultad de Ciencias y Arqueología, dirige desde 1996 el Laboratorio de Antropología y Odontología Forense (LABANOF), uno de los más prestigiosos a nivel mundial en la identificación de restos humanos. En su trabajo, Cattaneo defiende que todos los muertos tienen derecho a tener un nombre, aunque sean extraños que murieron por muerte natural o personas que murieron de muerte violenta. Y ese derecho, Cattaneo ha querido extenderlo a quienes mueren en el Mediterráneo intentando llegar a las costas italianas. Bajo su dirección, LABANOF trabaja regularmente en ello, en colaboración emigrantes_inmigrantes_migraciones_mar_playa_3_cc0-4.jpgcon las autoridades de las zonas costeras, las de la Marina italiana, y las de los países de procedencia de los muertos que se está intentando identificar. Su intervención tras dos naufragios, el 3 de octubre de 2013 (368 muertos) y el 18 de abril de 2015 (entre 700 y 900 muertos), fue muy comentada, y en 2019 Cristina Cattaneo publicó una especie de crónica de esas intervenciones: “Naufraghi senza volto. Dare un nome alle vittime del Mediterraneo” (Náufragos sin rostro. Darles nombre a las víctimas del Mediterráneo). Los derechos de autor son para financiar el trabajo de LABANOF. Se trata de un evento de vida narrado con sencillez, sobriedad y gran sinceridad. Cattaneo no entra en la discusión sobre cómo lidiar con el drama de los migrantes. Ella se fija un objetivo diferente y noble: honrar su juramento hipocrático y así dar un nombre a todos los cadáveres. Una empresa titánica que ella, junto a su pequeño grupo de colaboradores, está llevando a cabo con terquedad y determinación, y que está dando resultados sorprendentes.

Rachid Koraïchi (nacido en 1947) es un pintor, grabador y ceramista argelino contemporáneo de gran renombre que estudió Bellas Artes primero en Argelia y luego en París (École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs, l’Institut d’Urbanisme, et l’École Nationale Supérieure des Beaux-Arts). Vive en la actualidad ente París y Túnez. Koraïchi proviene de una familia sufí de Argelia, y su arte se enmarca a menudo dentro de la tradición de espiritualidad sufí (siempre se ha interesado Koraïchi por el poeta y erudito sufí Rumi 1207-1273) en la que la estética y la metafísica están entrelazadas. En el último “Flash” de la diócesis de Túnez, el arzobispo Ilario Antoniazzi cuenta cómo se encontró con Koraïchi: “Rachid Koraïchi me visitó en 2018. ‘Soy un artista. Me gustaría realizar en Zarzis [ciudad costera a 552km de la capital Túnez y 253m de Trípoli, capital de Libia] el ´jardín de África, un cementerio, un pedazo de paraíso para los migrantes, el desesperado del mar que el mundo no quiere y tampoco el mar’”. Y Antoniazzi añade: ¡Tantas personas desesperadas buscando un Eldorado en Europa que existió y existe sólo en su imaginación! ¿Quién les da un entierro digno? Rachid Koraïchi, artista argelino, creyente en Dios y en la dignidad de cada hombre, ha vendido sus obras para crear el ‘Jardín de Africa´, un lugar de luto, oración y entierro. Este cementerio quiere ser como la tumba del soldado desconocido, pues son muchos los que no tienen nombre”. El 9 de junio Ilario Antoniazzi estuvo presente en la inauguración del “Jardín de Africa”, presidida por Audrey Azoulay, directora general de la UNESCO. “Cada rincón de este jardín ha sido bien cuidado, desde los azulejos típicos de Túnez hasta los espacios verdes con cinco olivos. Jazmines y otros arbustos embellecen este jardín donde a veces llegan cuerpos en un estado de descomposición. Ya están previstos los edificios para hacer autopsias, facilitar la identificación de los restos y poder repatriarlos si las familias lo desean”.

El 29 de junio RTSInfo dedicó una página a Zarzis y al nuevo cementerio: “Los intentos de cruzar el Mediterráneo desde el norte de África han aumentado un 150 % en un año”. “Tenemos muchos muertos. Es una pesadilla terrible”, exclama desesperado Youssef, empleado municipal de Zarzis, mientras escribe en las estelas las pocas indicaciones disponibles: la fecha y el lugar del hallazgo del cuerpo, las huellas encontradas, un suéter negro, un vestido rojo, el número de ADN… A penas inaugurado, de las 600 tumbas del cementerio, un tercio ya están ocupadas.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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