Pero volvamos a fijarnos en la ciudad, demos una vuelta por esta Beira ruidosa y dinámica. De la mano de las inversiones extranjeras y, en especial de la pujante presencia china, en Beira se ve movimiento. Para empezar, el aeropuerto presenta un aspecto remozado, gracias a vodacom, una de las dos operadoras de telefonía móvil. Como dice su publicidad, “tudo bom com vodacom”. Hasta parece que ha producido el milagro de que el nuevo escáner (made in China, por supuesto) funcione, de modo que ya no es preciso pelearte con el empleado de aduanas para que te permita pasar el material didáctico que llevas en la maleta. Después, en los días sucesivos, te das cuenta que “algo” ha cambiado. El tráfico está insoportable: por primera vez, hay atascos en Beira. En hora punta (cuatro de la tarde), es imposible circular por la Baixa. Maquinino, la zona comercial, es un caos permanente: a los vehículos de cooperantes, instituciones gubernamentales y de los comerciantes indios y árabes se unen decenas de coches de segunda, tercera o cuarta mano que, por unos seiscientos euros, está comprando la nueva “clase media” africana. Hasta hay cola para estacionar en el Shoprite, hasta hace poco tiempo el único centro comercial de la ciudad…
El coche (de tercera mano) y el teléfono móvil (de penúltima generación) se han convertido en el símbolo de la posición social que ocupas y el espejo en el que mirarse ante los demás para demostrar que eres alguien.
Pero la ciudad aún nos depara más sorpresas. De la mano de los comerciantes chinos se han multiplicado las tiendas y, junto con ellas, han llegado nuevos lugares de entretenimiento y diversión: por primera vez, los niños y niñas de Beira tienen oportunidad de jugar en castillos de aire y de bolas, al estilo occidental, mientras sus familias degustan un buen churrasco en el nuevo restaurante chino, que no tiene problemas en servir comidas mozambiqueñas, el negocio es el negocio. Y es que, por fin, de la mano del gigante asiático, ha llegado el verdadero progreso a la ciudad. Nuestro presidente podía ir a Beira y comprobar como allí se siguen a rajatabla sus sabios consejos de consumir para salir de la crisis. Al hilo de la presencia china, que construye a marchas forzadas la “China Town” entre la autovía del aeropuerto y la antigua carretera a la Manga, se multiplica el comercio informal por las calles y barrios de la ciudad: nunca se había visto tanta gente vendiendo todo lo imaginable que puedas vender, en cualquier lugar y a cualquier hora. Porque a los tradicionales productos agrícolas locales y a los puestos de ropa de calamidades se ha sumado una amplia gama de productos, no sólo de primera necesidad, sino todo un enorme surtido de golosinas, baratijas, bisutería y productos electrónicos de ínfima calidad, que hacen las delicias de la gente… Hasta el Millenium Bank ha abierto una oficina, con cajero automático incluido, en pleno centro de Munhava.
Sin embargo, la vida de los habitantes del barrio no ha cambiado mucho: es verdad que se ha construido un nuevo centro de salud, y que ha mejorado el servicio de ambulancias, pero por lo demás, poca cosa ha mudado. No hace falta más que adentrarse en sus calles, más allá de la rúa Krusse Gomes, para comprobarlo: los mismos niños con las mismas sonrisas y las mismas carencias; las mismas escuelas masificadas; las mismas aguas fecales inundándolo todo; los mismos cines de barrio, construidos con barro y cañas, que hacen más soportables los días, entre telenovelas, vídeos musicales y partidos de fútbol; las mismas conversas entre vecinos que tienen miedo de dar lugar al optimismo (“como vai? Ah, está a andar, pouco a pouco”); las mismas mujeres con la azada en la cabeza y el niño en la espalda camino de la machamba, ahora que el cambio climático modifica la época de lluvias y la especulación alimentaria duplica el precio del saco de arroz…
La vida, como vemos, sigue otros derroteros en Munhava. Coincide más con lo que canta el angoleño Afroman, rapero de éxito en los países africanos de lengua portuguesa. Con unas letras mordaces y un humor irónico y corrosivo, dibuja fielmente los valores de la nueva sociedad que se está gestando, entre coches, móviles, amores traicionados, buscarse la vida y anhelos de mejorar. Como me comentan varios jóvenes a los que les engancha esta música, aunque estas canciones hablen de Luanda, son un retrato fiel del mismo Mozambique:
“Quantos fazem cursos que não são de seu desejo
quantos pais querem trabalhar, mas não lhes dão oportunidades
os filhos a reclamar: nós não almoçamos?
quantos este ano não conseguiram estudar por falta de possibilidades…
É chato ser pobre…”
Y termina, lacónico, con una prueba irrefutable de la nueva mentalidad global que nos envuelve: “Hoje em dia, a beleza do homem está no bolso”.
El progreso arrambla en Beira, pero no es más que el espejismo de una fatalidad. Los informes de la ONU dicen que Mozambique continúa creciendo económicamente. No lo pongo en duda. Pero a las pruebas me remito para afirmar que viene acompañado de un aumento imparable de la desigualdad. A los pobres siempre les llegan los últimos (si es que les llegan) los beneficios de este diabólico sistema económico