Azafatas rubias que gentilmente atienden a un elegante señor negro sentado en una butaca de primera clase en un vuelo de Jo´burg a Frankfurt. El día después del derrumbe del Apartheid trajo imágenes que anteriormente difícilmente pudieran ser tomadas como icono de la sociedad sudafricana. Una ofensiva estatal vertebrada entorno a agresivas campañas de publicidad en las que blancos y negros aparecían por igual; donde quizás el mejor ejemplo fue la proliferación de series del estilo de La hora de Bill Cosby; telefilmes que mostraban el bienestar y éxito social de la neoburguesía afroamericana de los EE.UU. Abogados y doctores negros que compartiendo elegantes vecindarios con blancos acomodados, empezaron a ser habituales en la pequeña pantalla. Sudáfrica está muy por delante del resto del continente africano en lo que a niveles de bienestar social e industrialización se refiere; tratándose, a pesar de sus muchas otras carencias, de una de las economías emergentes que forma parte de los denominados BRICS. Sus aglomeraciones urbanas la hacen foco de inmigración para el resto del continente que suspira con engrosar las filas de esa nueva clase media negra que ha surgido. El grado de occidentalización de la sociedad negra es muy alto; y aún así, asistimos a un neoapartheid donde en pleno Soweto un concesionario BMW convive con un arrabal de chabolas. Y es que ahora, los estratos sociales más deprimidos y engrosados por la inmigración, señalan con alevosía a la nueva clase social: negros con modales de blancos les dicen con acritud. Uno de los males de la industrialización sudafricana es la generación de bolsas de trabajadores sin recursos. Maná para las cadenas de comida rápida que ofrecen alimentos baratos pero de muy mala calidad. Es una paradoja como Sudáfrica, presentando una activa industria alimenticia y una excelente huerta mediterránea, ostenta el mayor grado de obesidad del continente africano donde los fast foods proliferan en cada esquina. Incongruencia que igualmente recoge España. Resulta que ahora, el sobrepeso empieza a relacionarse con aquellos que no pueden acceder a una alimentación de calidad y deben suplir el aporte calórico con alternativas más económicas y por ende más perjudiciales. Vaya paradoja, pero la situación no dista mucho de lo que por igual acaece en las sociedades desarrolladas; igualmente abonadas a la comida basura y sus enfermedades coronarias. Con unas cifras de obesidad cebadas a base de hamburguesas gigantes que ya afectan a muy por encima de la mitad de la población negra y a casi un tercio de los blancos, pasa que la sobrealimentación se está relevando como un serio problema en muchos países africanos. ¿Surrealista verdad? La otra gran lacra que afecta a la población negra es la epidemia del SIDA. Una sangría incontrolable que popularmente y de forma macabra se le conoce como “el virus del adelgazamiento”. Dolencia física y social que los estigmatizados procuran esconder detrás de las calorías de dietas a base de hamburguesas y fritangas; pensamiento de engorde, que al fin y al cabo es consonante con las culturas africanas donde lo grande siempre es mejor que lo pequeño; aparentemente sano alivio del pobre cuyo retroviral viene en un pan entre queso y refrescos.
Centro de estudios africanos de la ULL
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