Hace nueve años, un joven alto y delgado llamado Mamadou Dia llegaba a bordo de un cayuco a la isla de La Gomera, en Canarias. No fue el primero ni el único. Sólo ese año 2006 otras 32.500 personas hicieron el mismo viaje que él y decenas de miles de africanos lo siguen intentando cada año, en barca, saltando las vallas, cruzando el desierto. Pero ahora Mamadou ha vuelto. Tras ocho años en España, contar su historia en un libro titulado 3.052, Persiguiendo un sueño que ya va por las siete ediciones y un sinfín de peripecias, aquel joven senegalés decidió regresar a su pueblo y poner su granito de arena para que el mundo sea un poco más justo y los muros que nos separan un poco más bajos. Así nació Hahatay, son risas de Gandiol, un proyecto de desarrollo local y educación entre España y Senegal que atrae a decenas de voluntarios cada año.
Detrás de las casas que se asoman de manera desordenada a la playa hay un enorme descampado de tierra y arena salpicado de arbustos. Allí, en un rincón, asomando del suelo, neumáticos de ruedas pintados de vivos colores delimitan el espacio del área infantil creado por Hahatay. Y es aquí, en equilibrio imposible, donde empieza a emerger una estructura redonda de botellas de plástico rellenas de arena unidas con cemento que un día será un aula de preescolar que acogerá a los niños del pueblo. “Estamos a medias”, asegura el senegalés Pape Diop, voluntario, “pero esperamos terminarla este año. En Senegal se tiran muchas botellas a la basura y decidimos reutilizarlas como ladrillos. Las fuimos a buscar a las casas, a los hoteles, a la playa, a todas partes. Ya hemos usado unas 4.000, pero al final serán el doble”.
Edith López, de Santiago de Compostela, es una de las voluntarias españolas que ha venido durante quince días de este verano a arrimar el hombro. “Me sabe a poco, me gustaría ver cómo evoluciona esta obra que estamos haciendo y hemos creado un vínculo increíble entre nosotros y con la gente de aquí, sé que me iré con lágrimas en los ojos”, asegura. Junto a ella, Verónica Chaparro también participa en el campo de trabajo, en este caso aportando su experiencia de arquitecta. “Lo mejor de todo es poder contribuir a que los niños de aquí tengan un espacio para aprender y mejorar. De África estoy aprendiendo muchas cosas, a través de los medios sólo nos llegan imágenes negativos pero aquí todo el mundo se ayuda”, asegura.
El aula es sólo uno de los proyectos de Hahatay. También han construido dos gallineros para una cooperativa de producción avícola, apoyan los estudios de 25 niños cubriendo sus gastos escolares, han reformado el espacio donde las mujeres procesan el pescado y pretenden levantar un centro de orientación profesional para los jóvenes. Todo en Gandiol, el pueblo de origen de Mamadou Dia, donde están encantados con la idea. “Tenía que volver a Senegal y ser coherente con lo que pienso”, asegura, “yo lo he vivido en primera persona y te puedo decir que la emigración no es la solución. África tiene un enorme potencial, pero es aquí donde debemos desarrollarlo. Cuando me subí al cayuco iba a Europa en busca de dinero, pero luego me di cuenta de que el dinero se acaba, pero las ideas no. He vuelto con ideas para generar desarrollo”, añade Dia.
“La emigración me ha decepcionado, pero a la vez me ha enseñado muchas cosas. He descubierto, por ejemplo, hasta qué punto Occidente nos ha colonizado la cabeza. Un ejemplo, el modelo de construcción. Aquí en Senegal hay familias que prefieren construir su casa al modelo europeo, con espacios como jaulas, y luego hay que hacer un gasto enorme en ventilación, electricidad, etc. Lo hacemos todo como los blancos y no le damos más vueltas. En el barrio Miguel Hernández de Orihuela trabajé como técnico de acción comunitaria y vi una pobreza enorme, pero esas imágenes no llegan a África. Luego está el hecho de que las sociedades que acogen a inmigrantes pretenden que estos se diluyan en su cultura, no están dispuestos a aprender del otro”, explica el alma máter de Hahatay.
Desde su perspectiva todo pasa por la Educación. “Muchos niños dejan los estudios porque no se lo pueden pagar o porque sus padres tienen otras prioridades. Una de las primeras acciones de Hahatay fue traer 650 kilos de material escolar y, junto a un grupo de 20 españoles, empezar a financiar los estudios de algunos pequeños”. Asimismo, la asociación se ha implicado en ofrecer actividades lúdicas y de ocio para los pequeños durante el verano y la Navidad, para lo que cuentan con los voluntarios españoles que acuden a los campos de trabajo.
José Orozco, un joven andaluz, es mecánico de aviones y helicópteros. “Hasta ahora no había podido viajar mucho y tenía ganas de darme cuenta de lo diferente que puede ser la vida en otros lugares, así como aportar algo”. Este verano se sumó al grupo de entusiastas colaboradores de Hatatay. “Al principio tenía algo de miedo, se habla tanto de enfermedades, pobreza, etcétera, pero luego me di cuenta de que nada más lejos de la realidad. Desde el principio ha habido muy buen rollo entre todos”, asegura. Y es que la piedra angular de esta asociación, además de los proyectos de cooperación en sí, es la generación de espacio de encuentro entre España y la realidad africana. No la que cuentan en los grandes medios, sino la de sus calles y sus gentes.
“Esto es un espacio abierto donde expresar ideas, es una manera diferente de ver la vida. Para venir aquí hay que ser receptivo, flexible, estar dispuesto a escuchar”, explica Mamadou Dia, “esta ONG quiere experimentar el poder de las relaciones humanas”. Hahatay significa carcajada en wolof, la lengua nacional senegalesa, y en su espíritu está reírse de todos esos estereotipos y tópicos que están incrustados en el discurso de aquellos “que hablan sin saber”. Por 25 euros al día que incluye comida y estancia, los voluntarios se inscriben en los campos de trabajo y participan durante dos o tres semanas en los proyectos de la asociación. Asimismo, se les da la oportunidad de descubrir una parte de Senegal, sobre todo los alrededores de Gandiol, mediante excursiones y visitas. Lugares como la histórica capital colonial de Saint Louis, el parque nacional de la Langue de Barberie o el desierto de Lompoul, al alcance de la mano.
Danzas, talleres de elaboración de jabones o de cocina senegalesa son actividades que también permiten a los voluntarios conocer un poco mejor el lugar que están pisando. “Que experimenten y conozcan el día a día, cómo se vive”. La fórmula funciona y ya van por la quinta edición. Además, se fomenta el consumo local y se da la oportunidad a jóvenes del pueblo de participar en las actividades, lo que genera intercambio de ideas. Un total de ocho miembros del equipo de Hahatay se encarga de aspectos como la logística, la comida o los acompañamientos, lo que les permite tener una pequeña fuente de ingresos. Igualmente, estudiantes de español de la cercana Universidad Gaston Berger hacen las veces de traductores, lo que les abre una puerta a la posibilidad de hacer prácticas con nativos a tiro de piedra.
Cae la noche. Tras una jornada intensa de animación con los niños de Gandiol, una decena de voluntarios regresa a la casa de Mamadou, a la que han bautizado como Sunu Keur (“nuestra casa”). Después de la cena en la que los españoles aprenden a comer todos de la misma bandeja, a la senegalesa, Laura Feal, parte importante del equipo de Hatatay, dinamiza el debate nocturno. Tras las cuestiones prácticas, la evaluación de la jornada y la preparación de lo que se hará al día siguiente, política, educación o la imagen que tenemos de África se convierten en objeto de discusión entre europeos y africanos, cada uno aportando su visión, su experiencia, su punto de vista. Intercambio y acción. Las dos patas sobre las que se apoya Hahatay.
Original en : Blogs de El País. África no es un País