Esto, más que una ONG, parece una diócesis. Mis compañeros de equipo Arnold y Francis estudiaron muchos años en el seminario. Yves, el otro consultor con el que doy los cursillos de paz y cohesión social, fue dominico, y servidor de ustedes misionero comboniano. Cuando nuestro .jefe nos felicita por el trabajo no pierde ocasión de señalar que no se nos da mal la oratoria. La homilética, querrá decir. En cualquier caso, lo que más me admira de Arnold es que no pierde nunca el ánimo a pesar de tener sólo un brazo. El otro lo perdió hace algunos años en un accidente de tráfico en Centroáfrica, el país donde trabajamos.
Todos los días, a las ocho de la mañana, tras informarnos sobre la situación de seguridad, salimos en coche a Boy Rabe, una de las zonas de Bangui donde las milicias anti-balaka campan por sus fueros. Durante la última semana, los muchachos que se paseaban con sus guerreras militares, cinta a la cabeza, con ristras de amuletos departidas por el cuerpo, y machete o fusil en ristre, se muestran –sin embargo- mucho menos en público después de que los soldados franceses de la Operación Sangaris y los soldados de la MISCA (la fuerza de intervención de la Unión Africana) entraran por sorpresa en el barrio en dos ocasiones y procedieran a confiscar las armas de los que se encontraron en las casas o por las callejuelas de tierra.
Llevo desde el mes de diciembre dando cursillos de formación para líderes de comités de cohesión social que se dedicarán a mediar en conflictos en sus barrios. Cuando les escucho, me doy cuenta de que son personas que han sufrido lo indecible desde marzo del año pasado, cuando los rebeldes de la Seleka, de mayoría musulmana, impusieron su ley en Bangui y se dedicaron a matar, robar, violar y destruir con toda impunidad. Ahora que la Seleka ya no está en Bangui, son las milicias anti-balaka las que buscan a los musulmanes para vengarse. Uno de los convencimientos que tengo después de trabajar más de dos décadas en varios lugares de África es que la gente en este continente no es ni mejor ni peor que en otras partes del mundo donde hay conflictos armados, pero cuando llega el momento de la reconciliación hay elementos positivos en muchas culturas africanas que les ayudan a mostrar una gran capacidad de perdonar y volver a empezar de cero.
Nada de esto elimina la tristísima realidad a la que asistimos desde hace varias semanas en este país, con matanzas espantosas entre cristianos y musulmanes. Algunas imágenes escabrosas, de linchamientos de antiguos miembros de la Seleka o de simples civiles a los que se mata por el mero hecho de ser musulmanes, están contribuyendo a que se afiancen estereotipos negativos y harto repetidos que hacen que muchos occidentales asocien a los africanos con conceptos de salvajismo y crueldad. No creo, de todos modos, que haya mucha diferencia entre las venganzas perpetradas en Bangui o las crueldades de Kosovo o de Bosnia. Pero cuando llega el momento de reconciliarse no dejo de acordarme de lo que un amigo noruego de Naciones Unidas me dijo en Gulu (Uganda) durante los años más duros de la guerra contra los rebeldes del LRA: “En ningún lugar del mundo he visto una capacidad más grande de perdonar como aquí”. Anteriormente había trabajado en Bosnia y sabía lo que decía.
La gente con la que trabajamos y nuestros propios compañeros siguen siendo víctimas de la violencia que, aunque disminuye algo, sigue imparable. Cuando llego a la oficina y saludo a mis nueve compañeros, tengo que recordar que cinco de ellos duermen –como desplazados- en las inmediaciones del aeropuerto o en alguna de las parroquias de Bangui. A uno de ellos le incendiaron la casa la semana pasada en uno de los ataques de las milicias en su barrio, y lleva varios días buscando como loco un cobijo para su mujer y sus tres hijos. Y el mismo día que eso ocurría, uno de los participantes en nuestro cursillo levantó la mano muy educadamente para decirnos: “Perdón por la interrupción. Es que acabo de recibir un sms en el que me dicen que esta mañana han matado a mi hermano. ¿Me da permiso para salir?”
A veces pienso que la mayor parte de los centroafricanos son como mi compañero Arnold. Aunque sólo tenga un brazo, no se cansa de seguir adelante.
Original en : En Clave de África