Son las 6 de la mañana, hace un rato que me he levantado y he preparado el desayuno para Issuf y para mí.
Si él me invita a té por las noches, está muy rico, también debo invitarle yo a café y galletas por la mañana.
Se acaba de ir y aquí estoy, sentado en el porche, sudando, mirando con esperanza la suave brisa que mece tímidamente las ramas de las débiles, jóvenes y tiernas, acacias y el resto de los arbustos de mi jardín. Algunas nubes rompen el monótono azul del cielo y abren la esperanza de una pequeña lluvia, unas cuantas gotas que limpien este aire que respiramos. De todas maneras el aire está más limpio después de reposar toda la noche y el poco de viento que se lo lleva de un lugar a otro.
De repente, oigo abrirse el portón del jardín, no del todo, sólo lo suficiente para vislumbrar que hay alguien allí. Es muy pronto para que llegue Oumou e Issuf ya se ha ido hace un rato.
Me asusto, veo a alguien en el portón y como no tengo las gafas puestas no distingo si ha llegado mi última hora o el lechero, pero como no tengo lechero mi instinto de perverso nazzara me inclina por lo primero.
Entro raudo en casa y meto en mi bolsillo mi kit de primeros ataques: mi navaja.
También me pongo las gafas para ver cómo mejor defenderme o por si aquí también se respeta la tradición secular de no pegar a un gafotas. Opto por las gafas más clásicas y no las de patillas de colores por aquello de dar más penita, llegado el momento de tirarme al suelo ovillado suplicante por mi vida (inciso: acabo de matar un mosquito hijo puta lleno de sangre roja de blanco).
¡Helás! Resulta que mis intrusos son Lagui y Flora, vecinos que vienen a hacerme una visita de cortesía.
Al final es que los nazzara somos tan desconfiados que nos ponemos en lo peor y puede que en otros países africanos me quede corto, pero no es el caso de Burkina.
Les invité a tomar algo y estuvimos hablando de esto y de aquello.
Yo hablaba de esto y ellos creo que de aquello, porque la comunicación con mi nivel de francés y el suyo se hace complicada.
Lagui es el hijo de mi vecino de la derecha según se mira, no según se mire, y Flora es una joven que me ha confesado que no va a al colegio, que se queda a ayudar a su madre y no sabe ni leer ni escribir, ni en francés ni en mooré.
El caso es que he desmantelado el peligroso comando MAU-MAU convirtiéndolos en mis amigos con unas galletas y un vaso de zumo.
No tenía cuentas de colores pero me he sentido un Hernán Cortés, aunque me parezca más a un Hércules Cortés (los muy antiguos puede que le recordéis, los demás a intentar encontrarlo en Google, por si aparece. Pista: luchador de los ’60 de lucha libre).
Valientes besos
PS.- Esto va a ser una romería por las mañanas. Hoy ha vuelto a venir a saludarme y a tomar un café, Jack, amigo de los anteriores inquilinos al que le encanta Nespresso y viene todos los días expreso a tomarse un café a mi salud. Porque tampoco tenemos mucho más de qué hablar, dichas las cortesías de rigor (ya os las contaré en otro fascículo).
Original en FronteraD