En estos días ocurrió en Malabo otro hecho luctuoso que se suma a la cadena de dolores del pueblo guineano: la muerte, en extrañas circunstancias, del sacerdote católico Jorge Bitá Kaekó. Las extrañas circunstancias de esta muerte no impiden que se atribuya al régimen de Obiang, cómplice y ejecutor de una opacidad informativa y judicial que sólo le beneficia. Y es que confluyen suficientes circunstancias en la labor sacerdotal del finado clérigo para creer que merecía la vindicta de la dictadura reinante, inmersa en unas celebraciones que no quiere que se vean empañadas por las reivindicaciones ciudadanas. A toda costa, el general-presidente quiere trasmitir una imagen de fortaleza que reclama su posición de líder de la Unión Africana, cuya cumbre anual acoge.
La muerte trágica de Bitá Kaekó, un joven sacerdote de la etnia bubi, coincide con el más alto interés empresarial internacional por Guinea Ecuatorial. Empresas de los principales países occidentales muestran su pública apetencia por los recursos naturales de Guinea, expresada esta apetencia en forma de asentamiento de ramas empresariales en los puntos adecuados del país para llevar a Europa, América y Asia más petróleo, más gas, más madera y, en definitiva, más dinero para el beneficio personal y el bienestar de los ciudadanos de Estados Unidos, de Alemania, de Francia, de España, de China. Si es legítimo este deseo, se impregna de claras objeciones morales, y humanas, si los nativos del sitio de procedencia de esta riqueza no solamente no gozan de la misma, sino que gimen bajo la tiranía férrea de quien la controla y dispensa. Y, además, sostenida por el apoyo de los líderes de los países citados ut supra. Además, si este apoyo impide escandalizarse por el hallazgo de un sacerdote con la cabeza partida se produce la banalización del sufrimiento de todos los guineanos. Los guineanos, pues, no son nada si los negocios están asegurados y existe el flujo de bienes a los países ya conocidos.
Después del abandono de nuestra huelga de hambre muchos guineanos expresaron su reticencia de que la misma tuviera el efecto deseado. Muchos expresaron su decepción por mi pronta “deserción”. Hubieran preferido, dijeron sin embozo alguno, que me inmolara por la acariciada libertad de Guinea Ecuatorial. “Ya nos pusimos en marcha y lo abandonaste”, dijeron otros. Ante tan rotundas afirmaciones, les expresamos ahora nuestra sorpresa por su silencio ante la dramática muerte de un sacerdote muchísimo más querido por una capa amplia de una población guineana que, pese a todos los avatares, no ha dejado de ser católica. ¿La muerte consumada de Bitá Kaecó no es motivo suficiente para despertaros de vuestra inacción? ¿No era el aldabonazo trágico que esperabais? ¿Qué más hay que esperar?
Todos los sentires y pesares de la realidad guineoecuatorial coinciden en el tiempo con la desconcertante desunión de los partidos políticos en el exilio, los cuales, en el caso de que lo sean de hecho, son los únicos que no están impedidos para el ejercicio de la divergencia y la libre opinión. Son hombres y mujeres que, al margen del hecho natural de no ser reconocidos por la legalidad vigente en Guinea Ecuatorial, desarrollan su actividad política como si todos ellos defendieran posturas teóricas irreconciliables. No actúan como si Guinea Ecuatorial viviera una dictadura feroz que niega incluso los derechos básicos ciudadanos. Carentes de una voz común ante un hecho que inutiliza a todos, impiden que la dictadura se viera expuesta en todos sus aspectos más ásperos.
No sabemos cuál será el hecho determinante que favorecerá una respuesta común, pero que sepan que el pueblo de quien esperan ser servidos sabrá apreciar su silencio en los momentos que más ha esperado de su elocuencia.
PS: El que esto escribe no ignora que un partido deber estar al servicio del pueblo.