Guerras del Congo: simplemente, hay que aplicar el derecho

8/01/2013 | Opinión

Es el conflicto más mortífero en el mundo, pero todo indica que va a proseguir como si no hubiera suficientes masacres. Ello por dos razones esenciales: la obstinación de los dirigentes ruandeses de dotarse de un “Lebensraum” – espacio vital – en el este del Congo y la impunidad crónica de la que se benefician por parte de los países occidentales. En efecto, los instigadores de estas guerras, la Ruanda de Paul Kagame y la Uganda de Yoweri Museveni, son beneficiarios de hecho de un régimen de impunidad. Los crímenes, horribles, de los que son responsables desde 1996 han pasado sistemáticamente en silencio o sólo evocados a flor de labios. Algo indispensable para que la barbarie perdure.

Crímenes graves pero nada de justicia

Se habla de seis millones de muertos, pero no hay ningún ruandés o ugandés perseguido por crímenes en el Congo, algunos de ellos calificados de genocidio. No hay tampoco un Tribunal de Justicia, aunque existe uno en Arusha [Tanzania] para juzgar a los responsables del genocidio ruandés de 1994 (800.000 víctimas) e incluso un tribunal especial creado por la ONU para juzgar a los responsables de la muerte de un solo hombre, el antiguo primer ministro libanés Rafia Hariri. Nada para los seis millones de muertos en el Congo. Todo el mundo se calla. Ruanda y Uganda, sin embargo, no son más que pequeños países que no disponen de bombas nucleares ni petróleo.

Entre los crímenes masivos descritos en los diversos informes desde hace 16 años aparecen crímenes de agresión, masacres de poblaciones civiles, violaciones en masa, desplazamientos forzados, pillaje de riquezas, dificultades para que llegue la ayuda humanitaria, venta de armas a grupos armados violando embargo decretado por la ONU, asesinatos, mutilaciones, torturas. La Corte Penal Internacional no ha emitido mandato alguno contra agentes ruandeses o ugandeses. Los gobiernos occidentales, prestos a enviar tropas para hacer respetar el derecho internacional y los derechos humanos (Irak, Libia, Afganistán, Costa de Marfil) permanecen sorprendentemente discretos sobre el genocidio en curso en el Congo. Uno se pregunta por los motivos por los que Ruanda y Uganda se benefician de tan generosa actitud, que se convierte en un grotesco “dos pesos y dos medidas”, y se interroga hasta cuándo va a durar dicha generosidad.

La inutilidad de las “suaves indignaciones”

El presidente Obama se ha contentado con “exhortar” a su homólogo Paul Kagame para que cese su apoyo al M23. Una palabra suave que no sirve para nada. El apoyo de Kigali al M23 prosigue, porque estas intervenciones de Ruanda en el Congo se inscriben en la perspectiva de la anexión del Kivu, siguiendo el ejemplo de las anexiones realizadas por la Alemania nazi en Europa del este. Proyecto ya reivindicado en septiembre de 1996 por Pasteur Bizimungu, que habló de un Berlín II. Proyecto que se lleva a cabo, como bajo la ocupación nazi, al precio de masacres y de destrucción de las poblaciones autóctonas. La única manera de parar una aventura tan horrible es oponerse a ella por medio de una fuerza legítima y por medio del derecho, detener y juzgar a los criminales.

Pero nada de eso sucede. Seguimos estando en el estadio de la “suaves indignaciones”. El ex presidente Chirac, la primera dama de Francia Valérie Trierweiler y varias personalidades han firmado en Le Monde un escrito reclamando que los cascos azules “hagan su trabajo” en el Kivu. La ONU ha denunciado agresiones repetidas llevadas a cabo por Ruanda y Uganda. El rey de los belgas ha expresado su inquietud. Hay un concierto de indignaciones que no sirven para nada y la guerra, las masacres, las violaciones, la prelación continuarán.

Dos dictadores empedernidos

Tanto Kagame como Museveni tienen amplia experiencia de las indignaciones de circunstancias. Han aprendido a permanecer indiferentes frente a ellas. El listado de las guerras que han desencadenado es largo: Uganda (1981-1986: guerrilla conducida por Museveni con Kagame a su lado); Ruanda (1990-1994); 1ª guerra en el Congo (1996-1997); 2ª guerra en el Congo (1998-2003); la guerra del CNDP/guerra del Kivu, de los protegidos Laurent Nkunda y Bosco Ntaganda; la guerra del M23. Durante estas guerras, estos dos hombres han oído toda suerte de indignaciones. Sólo la amenaza de una detención y de una persecución judicial por parte de la Corte Penal Internacional, siguiendo el ejemplo de Charles Taylor, puede llevarlos a un mínimo de contención. Eso tiene un nombre: aplicar el derecho.

No hay que ser sin embargo ingenuos. La aplicación del derecho exige que se den algunas condiciones que nada tienen que ver con el orden jurídico. Es preciso que entren en juego determinados intereses geoestratégicos. En el Congo, tras Mobutu, que ya no servía a Occidente (fin de la amenaza comunista), aparecieron Uganda y Ruanda para garantizar al menos tres misiones: las políticas liberales, el suministro a las multinacionales de minerales del Congo (saqueados o no) y la asociación a la lucha americana contra el terrorismo islámico. Si se hiciera evidente que los congoleños, además de controlar su vasto territorio nacional, se mostraran capaces de llevar a cabo misiones semejantes, Kigali y Kampala perderían su prestigio. La detención de los criminales y la esperanza de una justicia para las víctimas del Congo se harían posibles. Hay que seguir exigiendo (y no exhortando) la firme aplicación del derecho para poner fin a los sufrimientos de los congoleños.

Boniface MUSAVULI, 31 de diciembre de 2012.

(AgoraVox 31/12/2012)

Resumen y traducción: Ramón Arozarena.

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