Simple cuestión de prioridades. Lo peor que le puede suceder a una guerra negra es coincidir con un conflicto blanco. La guerra de los Balcanes vino a eclipsar buena parte de los que ocurría en Liberia, Sierra Leona o las carnicerías que acontecieron en la región de los Grandes Lagos en los años noventa. Concretamente en Rwanda. El colapso del imperio soviético vació los arsenales de armas de Ucrania y estas acabaron por ser el combustible de las fraguas africanas. Carbón blanco para la caldera negra. Algo similar podría llegar a ocurrir con la crisis de la península de Crimea. Si volvemos a tener otra guerra blanca en la periferia europea, los conflictos africanos, ya de por si habitualmente olvidados, pasaran a la rebotica de la parrilla informativa. Por otra parte, su lugar habitual.
La frágil paz que reina en la estratégica y a la vez rica en recursos naturales República Centroafricana; la amenaza de guerra que pende sobre la más imberbe de las nacionalidades africanas como es Sudán del sur; el no me interesa de la comunidad internacional en lo relativo a que Somalia se haya convertido en un reino de taifas gobernado por caudillos que contratan ejércitos privados cuyas sedes están en la city londinense – Unión europea -, y no olvidemos esa cuestión, aunque otra cosa es la moral de geometría variable que nos gobierna; o las ya “aceptadas” y con ello eternizadas guerras internas que sacuden los muchos congos, que en el corazón de las tinieblas, que diría Conrad, conviven, sólo son algunos de los escenarios [negros] que fluctúan en los medios [blancos] según los problemas del primer mundo sean más o menos significativos.
África sigue siendo un lugar olvidado de la mano de dios del que solamente nos acordamos cuando las derivadas de sus problemas internos, cuya causa es en buena parte occidental, nos amenaza o salpica en forma de asalto a las vallas fronterizas; o porque “nuestras” minas de uranio en Níger y Mali se ven amenazadas por barbudos yihadistas; o incluso, en caso de necesitar licencias de pesca para arrasar los caladeros mauritanos y llenar la obesidad de nuestras lonjas. Así funciona esto; así de mal.