Ghana: el valor de una niña

24/05/2010 | Crónicas y reportajes

Los lunes, miércoles y jueves Abigail Appetey, de doce años, está obligada a faltar a sus clases de la escuela primaria para vender pescado de puerta en puerta en Apimsu, el pueblo agricultor del este de Ghana donde vive. Se levanta a las cinco de la mañana para desplazarse cinco kilómetros y comprar el pescado.

Lo poco que gana no lo gasta en los libros de ejercicios que necesita; sus padres lo gastan en la educación de su hermano Joseph, de veinte años. Abigail quiere ser profesora, dice, pero siempre está cansada en clase.

Según el Departamento de Desarrollo Internacional británico, existen 41 millones de niñas en todo el mundo que deberían asistir a la escuela primaria durante toda la semana y no lo hacen. De esos 41 millones, por lo menos 20 son, como Abigail, de África subsahariana.

En Ghana, el 91% de los niños termina la escuela primaria, pero sólo el 79% de las niñas lo consigue. Respecto a la enseñanza secundaria, el 65% de los niños siguen asistiendo a clase, mientras que sólo un 54% de las niñas lo hacen, según el grupo nacional de presión para impulsar la educación Ghana National Education Campaign Coalition.

En Asesewa, uno de los distritos más pobres de Ghana, el instituto de enseñanza secundaria más cercano a Abigail cuenta con tan sólo cinco chicas en la mayoría de las clases, de veinte estudiantes en total. El plan de mejora del instituto está hecho pedazos, escrito a mano y colgado en la pared de uno de los pasillos. Estamos en mitad de la temporada seca y la temperatura puede alcanzar los 31ºC, pero no hay agua en el instituto y los baños no funcionan. Lo máximo que el instituto parece tener es algún que otro libro de ejercicios y de texto, que parece que son de los años cincuenta.

Según Plan, una ONG británica que actúa en numerosos países y que tiene una sede en Asesewa, el sueldo medio de los 90.000 habitantes de Asesewa es de entre 17 y 21 dólares mensuales.

Casi el 80% de los habitantes cultiva maíz y plantas de mandioca. Trabajan la tierra con machetes o a mano. La mayoría de las familias no tiene ni agua corriente ni electricidad en sus casas y casi la mitad son analfabetas. En una situación de semejante pobreza, las chicas tienen pocas posibilidades de dedicar tiempo -o dinero- al colegio.

Gastos ocultos

Los ministros del gobierno de Ghana abolieron el pago de la educación primaria en el 2005 y presumen de gastar el equivalente a nueve dólares del fondo estatal por alumno cada año. Sin embargo, los padres se ven obligados a comprar libros y uniformes y pagar por los exámenes.

Según Joseph Appiah, el encargado de Plan del trabajo llevado a cabo en Asesewa, son estos gastos ocultos –que pueden alcanzar los 155 dólares por niño al año– los que disuaden a muchos de mandar a sus hijas al colegio.

Además, el valor de una chica con educación es menor que si se tratase de un chico. “La creencia común es que las chicas, cuando se casan, pertenecerán a otra familia; los chicos devuelven los beneficios de lo que hagan a sus padres”, dice Appiah.

En estas comunidades rurales se necesita a las niñas en casa. Desde los siete años, se espera que preparen el desayuno y la comida para sus padres, llevarla a los campos y que cocinen una cena caliente para la noche. Muchas, además, tienen que recoger agua a varios kilómetros de distancia y vender lo que puedan para apoyar los precarios ingresos de la familia. Todo ello deja muy poco tiempo para el colegio. “Aquí, una chica sólo puede terminar su educación si realmente tiene una determinación extraordinaria para ello”, declara Appiah.

Sin embargo, Ghana está prosperando. Las últimas cinco elecciones han sido limpias y justas, lo que lo ha convertido en un país querido para la comunidad donante. Sólo Gran Bretaña donará este año 250 millones de libras para combatir la pobreza en este país.

El crecimiento económico ha aumentado de manera constante durante la última década y el Producto Interior Bruto casi se ha duplicado. El descubrimiento en 2007 de 600 millones barriles de petróleo ha colocado al país en una nueva situación en el plano mundial. El Fondo Monetario Internacional ha definido a Ghana como “uno de los principales mercados africanos emergentes”.

Sin embargo, estos datos son difíciles de ver en Asesewa.

Los diputados de la comisión del gobierno de Ghana para la educación rechazan la alegación de que la nueva riqueza de su país no se esté compartiendo con los distritos más pobres.

Las mejoras llegan lentamente a las comunidades rurales, donde la creencia de que las niñas no deberían ir al colegio está muy arraigada, dicen. “El cambio de actitud depende de los padres”, dice Mathias A. Puozaa, presidente de la comisión. Ya está en marcha un proyecto piloto para distribuir un millón y medio de uniformes de colegio entre los niños más necesitados, añade.

Además, declara que “las escuelas bajo un árbol”, como las que están en las zonas más desfavorecidas, simplemente “no pueden igualarse a los colegios de ciudad, ya que no tenemos el dinero para ofrecerles las mismas facilidades”.

El impulso del fútbol

Sin embargo, lo que estas “escuelas bajo un árbol” no pueden igualar en presupuesto y facilidades, lo compensan de sobra con iniciativa. El club de fútbol femenino de Asesewa ha dado de qué hablar incluso a los diputados de Accra, la capital de Ghana. El fútbol es una pasión para los ghaneses de ambos sexos y el club sólo admite chicas que estén en el colegio o que asisten a cursos de formación profesional. A las chicas i que hayan dejado el colegio por motivos económicos se les ofrece becas, concedidas por Plan, para volver a estudiar y se les permite entrar en uno de los 25 equipos.

El nivel de juego es muy alto. Los partidos son tomados muy en serio y acuden cientos de personas a verlos. Las jugadoras aprovechan la oportunidad de estar delante de un público para promocionar la educación de las chicas a través de los altavoces. Otras realizan visitas por los pueblos entre partido y partido para concienciar sobre la desatención de los niños, las consecuencias del trabajo infantil y la prevención de embarazos en adolescentes.

“El club de fútbol me motiva”, dice Margaret Ampomah (16 años), una de las delanteras. Sin su beca, Margaret, huérfana, no podría haber continuado en el colegio.

El club empezó hace tan sólo tres años, pero se estima que, en algunos pueblos, ha contribuido al aumento de la asistencia de las niñas al colegio en un 15%. Puede que haya sido el impulso que se necesitaba para cambiar la actitud de la población más rápidamente de lo que esperaban los diputados.

En el colegio e instituto de Akateng, no muy lejos del pueblo de Abigail, los niños y niñas han realizado una obra de teatro escrita por ellos mismos sobre la falta de visión de los padres que impiden a las niñas ir al colegio. Entre los asistentes, estaban los verdaderos líderes de estas comunidades rurales: los “reyes” y “reinas”. Se trata de personas mayores muy respetadas que han sido elegidas para presidir en los pueblos y hacer que se mantengan las tradiciones.

Sentado sobre una plataforma más elevada, con una tela amarilla de estampados coloridos sobre los hombros, Kwuke Ngua, uno de los reyes, habla sobre cómo está cambiando la mentalidad. “Antes pensábamos que la mujer no estaba destinada a la educación, pero ahora creemos que les hace bien”, dice. “Tienen más aptitudes, que después pueden aplicar a la comunidad. Todas las niñas deberían ir al colegio”. Una de las reinas, Mannye Narteki, va un poco más lejos: “Las niñas ya no pueden encajar en el mercado laboral sin contar con una educación”, dice.

Un cartel colgado de una acacia ordena a los habitantes del pueblo a “mandar a las niñas al colegio.” Otro, cercano al mercado, muestra fotos de tres mujeres: una juez, una ingeniera y una enfermera. “Quédate en el colegio y podrás ser una de ellas”, reza.

Appiah declara que los padres tienen que entender que si hacen ahora el sacrificio de mandar a sus hijas al colegio obtendrán “mayores beneficios en el futuro”. Asimismo, está contemplando cómo hacer este sacrificio menos doloroso mientras considera un plan mediante el cual a los padres se les obsequiará con arroz o consejos de un especialista sobre sus cosechas, como recompensa por permitir que sus hijas asistan a clase.

Cecilia Ansah, agricultora y madre soltera, no necesita ser sobornada para mandar a su hija, Gifty, al colegio. Ambas duermen sobre una fina tela cerca de un montón de mandiocas y un saco de maíz en el interior de una choza de arcilla cubierta por un techo de chapa ondulada. “La agricultura es un mundo difícil” para dar a su hija de 15 años una buena vida, dice. “No hay trabajo si no tienes una formación”.

Las ONGs dicen que con tan sólo un año más asistiendo todos los días a la escuela primaria los sueldos de las chicas pueden aumentar entre un 10% y un 20%. Un año extra de escuela secundaria puede aumentarlos hasta un 25%.

Las chicas formadas y con poder sobre sí mismas, como las integrantes de los equipos de fútbol, tienen más posibilidades de involucrarse en la toma de decisiones de la comunidad y de conducir el progreso en todos sus ámbitos hacia sus pueblos e incluso más allá.

Puede que sea demasiado tarde para convencer a los padres de Abigail, pero cuando ella tenga hijas, dice, sabrá que “tanto los niños como las niñas deben ir al colegio”.

JESSICA SHEPHERD

Mail & Guardian Online, 23 de febrero de 2010

Traducido por Arantza Cortázar, para Fundación Sur.

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