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Inicio > R+JPIC > Documentos > ![]() Benjamín Forcano Religioso y teólogo. Dirige la revista Éxodo y la editorial Nueva Utopía. Garantizar la dignidad de la persona y sus derechos, base y meta de toda política, por Benjamín Forcano 3 de mayo de 2021
1. La persona no es de derechas ni de izquierdas Comienzo por apuntar a la raíz donde se encuentra el origen del árbol socioeconómico de la convivencia. Llevamos no sé cuánto tiempo clasificando a los ciudadanos en dos bandos: la Derecha y la Izquierda. Dos bandos desiguales, contrapuestos, irreconciliables, seguramente porque la historia ha ido tejiendo con esos dos hilos la suerte y el desarrollo de unos y de otros. Y tan pertinaz y cruel se ha mostrado esa figura que, llegada hasta nuestros días, no acertamos a salir de ella y nos resignamos a mantenerla como clave descifradora de nuestra política. Y lo peor es que, sin nada que lo haya demostrado, no hay como clavarle a uno el sambenito de ser de derechas o de izquierdas para dejarlo irremisiblemente calificado. Contra el sentir de esta historia, pienso que la persona humana no es ni derechas ni de izquierdas, no nace inscrita en uno de los dos bandos, ni le corresponde por genética estar en uno de ellos. Esa es una concepción de la convivencia darwinista, inspirada en el fuego de la estirpe, que condena a perpetuar la lucha de unos contra otros y descarta lo más propio del ser humano: su libertad, condicionada ciertamente, pero no atada al yugo de ningún determinismo, sea clase, edad, género, derecho, patria o religión. Los ciudadanos no caminamos como dos carriles de tren que nunca se encuentran. La humanidad avanza y descubre lo absurdo de un convivir enfrentado, y destructor, pudiendo ser fraternal y solidario, con ausencia de sufrimientos, frustraciones, retrocesos y pérdidas enormes. No hay mayor falacia que la de reducir el ser humano a cosa, a valor de mercancía, despojándolo de su dignidad sagrada. Y esa dignidad es el motor que siempre funcionará cuando la perversión humana pretenda despreciar, someter o corromper esa dignidad. La marca de todo ser humano es esa dignidad, inviolable, como inviolables son los derechos que de ella brotan, por más que una concepción neoliberal burdamente materialista busque encubrir o borrar esa marca. Es ésta la base con que las Naciones Unidas quisieron proclamar una nueva época para la convivencia humana, tal como lo consigna en su artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportase fraternalmente los unos con los otros”. Cosa que nuestra Constitución española reafirma en su artículo 10: “La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”. 2. Normativa primordial de toda política Dicho esto, deseo recalcar lo que debiera ser para todos un criterio primordial a la hora de discernir y medir la autenticidad de toda política y, por supuesto, de todo poder económico, sea local, nacional o globalizado. Este criterio emerge de la entraña del ser humano, es universalmente válido y a él está subordinado todo modelo económico, revístase del nombre o color que se quiera.
3. Una práctica negadora de la dignidad y derechos humanos Enunciados estos principios, alguien tendrá que explicar el hecho de los desahucios en nuestro país, que han afectado en estos últimos años a más de 350.000 familias españolas, ejecutados además impávidamente con anuencia de unos y otros responsables públicos. ¿A quién no estremecen esas cruces sangrientas de los desahucios? Alguien tendrá que explicar por qué la distancia entre pobres y ricos está agrandándose a un ritmo sin precedentes: por qué en España, entre 2002 y 2011, la riqueza media creció en un 40 %, pero el 25 % más rico la aumentó en un 40 %; los hogares intermedios en un 31 % y el 25 % más pobre la vio reducida en un 25 %. Alguien tendrá que explicar por qué en 1975 los asalariados recibían en España el 72 % de la renta nacional y en el 2013 el 62,2 %; por qué en la actualidad hay más de 731.000 hogares sin ingreso alguno, por qué se ha destruido más de un 25 % del empleo juvenil y por qué la deuda que España tiene –la más descomunal e intolerable usura de la historia- sobrepasaba al comenzar el 2015 un billón de euros. Este contraste confirma que el criterio para medir la autenticidad y el valor del ser humano viene siendo la clase y el caudal económico y no la dignidad y los derechos de los demás, vistos como un reflejo de la dignidad y derechos de uno mismo: “Trata a los demás, como tú quieres que te traten a ti” (Regla de oro, de la ética universal). En los últimos años, a partir sobre todo del 15 M, la conciencia ciudadana fue analizando que la crisis económica no era casual sino causal. La letanía de abusos, fraudes, corrupciones , transgresiones e irregularidades de todo tipo era repetida casi a diario y tras ellas había unos Partidos que, en lugar de promover y mejorar la vida de los sectores más débiles y necesitados, los sumergía en un mayor empobrecimiento y desespero: “La sociedad española no quiere seguir prisionera de un sistema económico que acrecienta sin cesar las desigualdades, ni esclava de una política despiadadamente injusta, patriarcal, discriminatoria y que atenta contra los principios y derechos básicos de nuestra Constitución” (Manifiesto firmado por 20 intelectuales ) Crecimos en prosperidad, medios y riqueza, pero esa riqueza los Gobiernos la han redistribuido a favor de los grupos sociales de mayor renta. Votar en Madrid, el 4 de mayo, hay que hacerlo apoyando a aquellos partidos que van a asegurar el cambio, los intereses generales, la defensa de nuestra soberanía frente a los intereses económicos, que propicien Acuerdos de Estado para combatir todas las manifestaciones de desigualdad y que ponga las bases para una nueva política económica. Hay Partidos que caminan de espaldas a los retos y demandas más graves de la sociedad. Si se encuentran bien con su proyecto socioeconómico es porque en él ven asegurados sus privilegios, monopolios y beneficios y no aceptan que ese proyecto caiga de raíz, por ser contrario a la dignidad, al bien y derechos de las mayorías. Su inmovilismo demuestra un natural horror a la igualdad y a la justicia, no toma en serio la dignidad y derechos de toda persona. Y en tanto en cuanto se alejen de esa dignidad y derechos, son rechazables, se revistan de las siglas que quieran. Es el momento de abordar reformas concretas y no de luchar por ver quién saca más puntos de poder. Los electores están unidos en querer resolver situaciones y problemas que afectan a una gran mayoría. La disponibilidad al diálogo y al pacto brota de la bondad, del cuidado por los demás, del compartir la responsabilidad, el derecho y la solidaridad con los otros, única forma de que se pueda construir una sociedad más justa y equilibrada, más concorde con los derechos y felicidad de todos.
Nuestra política actual es esclava de una economía global errada, que considera natural la desigualdad y la injusticia y otorga patente a unas minorías para disponer de una fortuna y bienestar que no les corresponde y que sustraen a una gran mayoría. Para acabar con ese clasismo inmoral, creo que se debieran atender tres aspectos principales.
Escribe Bauman: “Desde una ciudad a otra del planeta, las familias no van a Misa o a ceremonias religiosas, sino que van a las grandes catedrales actuales: los templos de consumo. Y son esas las grandes salidas familiares de la semana. Van no sólo a comprar, sino a disfrutar mirando, viendo lo que hay. Nos han hecho, prácticamente, esclavos del consumo. La búsqueda de la felicidad equivale a ir de compras. El crecimiento del consumo es considerado la única manera de satisfacer la felicidad. Y la medida de nuestra posición social y de nuestro éxito depende de nuestra capacidad de consumo. Buscamos en las tiendas nuestra solución a los problemas. Desde la cuna, nos entrenan para usar las tiendas como farmacias que curan o mitigan todos los males o aflicciones de nuestras vidas y de nuestras relaciones con los demás”. 5. ¿Pueden cambiar estos patrones de comportamiento? En tiempos pasados – y me limito a comentar ideas de Bauman- la gente se sentía bien en el lugar donde estaba, bien con sus vecinos y dentro de una red de familiaridad próxima. Pero, llega un momento en que esta relación y control natural de vecindad va desapareciendo, y surge el Estado como encargado de mantener un orden sobre el que se otorga legitimidad para resolver una situación de inestabilidad. Estaría aquí la base del Estado – Nación y de los Nacionalismos, vistos como la ilusión de ofrecer una suerte de paraíso perdido para una convivencia segura y feliz. Es en el siglo XVII cuando se crea un nuevo orden político, con poder soberano en los gobernantes de cada territorio. Nuevos Estados en que la Religión era sustituida por la Nación. Nuevos Estados, cada cual con su autogobierno dentro de su propio territorio. Pero, esto ha cambiado totalmente. Los políticos, es cierto, son elegidos por el pueblo y se les exige que gobiernen según el programa prometido. Pero, hoy, el problema está en que los Estados no son soberanos e independientes. Es una ficción. No pueden controlar la interdependencia de la sociedad global. El poder financiero escapa a su control, y no pueden hacer las cosas que determinan. Los Estados, y los políticos que los representan, no son soberanos en su territorio. El mercado financiero y quienes lo dominan carecen de todo control político, están desregulados y pueden moverse libremente para lograr sus beneficios. Los políticos prometen y establecen medidas, pero la desregulación absoluta del mercado, puede dar al traste en un momento con todos sus planes. Todo se debe, según Bauman, a un divorcio entre poder y política. No hace ni medio siglo que poder y políticas residían en manos del Estado soberano. Hoy, no. Las cuestiones esenciales están sometidas a fuerzas globales. Tenemos poderes libres, sí; pero los políticos carecen de poder. Sabemos seguramente lo que tenemos que hacer, pero no cómo hacerlo. ¿Qué dignidad y qué derechos humanos se pueden hacer valer sin poder real? 6. Nos desafían dos grandes retos:
¿Lograremos gobernar las fuerzas incontroladas del capital que mueven al mundo? ¿Sustituiremos la rivalidad y la codicia por una cooperación amistosa, confiada, de reconocimiento y respeto mutuos? Hoy el tren de nuestra civilización requiere un cambio de dirección. El que no acabe destruyéndonos, supone que estamos dispuestos a detenerlo. Estamos a tiempo. El hombre es hermano, no lobo para el hombre. Estrictamente, a nadie, porque milite en tal o cual Partido, se lo puede encasillar como bueno o malo, leal o enemigo, progresista o conservador; sería aplicar en un plano individual lo que en el plano internacional osó hacer una política estadounidense al marcar a ciertos países como miembros del eje del bien y del mal. Hay una humanidad ontológica, que todos compartimos, desde la que cada uno puede realizarse sin traicionar la naturaleza que a todos nos constituye y fundamenta nuestra dignidad y derechos, nuestra fraternidad y responsabilidad. Benjamín Forcano [Fundación Sur]
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