Gane la lotería, sea americano

23/12/2010 | Crónicas y reportajes

Durante los últimos días he sentido bastante resentimiento debido a mi vida como joven “veterano” que da clases en una universidad rural del norte de Etiopía.

Mi salario no corresponde al de un profesor universitario de mi categoría.

Gano 2.600 birr (aproximadamente 162 dólares) al mes, en una economía inflacionista. Así que, a pesar de tener un gran título, tengo un mísero salario.

Puedo comer, de milagro, 3 veces al día. Y si me arriesgo a comer tanto todos los días, me vería agobiado por mis deudas hasta cobrar el siguiente mes.

Sin embargo, no soy un pesimista. A los que están en mi lugar también se les concede unos 160 birr adicionales (unos 10 dólares) y un sobresueldo que les permite pagar una casa enorme mensualmente. Yo vivo en una casa miniatura, como de milagro y para entretenerme veo la televisión en casa de mis vecinos.

Comprarme una televisión supondría dos meses de mi salario sin comer. Hace poco, pensé que debía hacer algo al respecto y afortunadamente se me ocurrió una idea: ¡la lotería de visas!

La lotería de visas es un premio anual que sortea Estados Unidos. De joven lo consideraba como injera (la comida típica de este país) caída del cielo. Por la noche soñaba con Estados Unidos y una gran vida en Los Ángeles.

Gracias a Hollywood, conocía Los Ángeles por la película LA Confidencial. Las familias que envían a sus hijos a Estados Unidos gracias la lotería de visas reciben un enorme homenaje de sus vecinos. Sin embargo, más tarde consideré la lotería una traición del lugar donde nacimos, pero ahora, bueno, creo que si la ganara podría mejorar mi situación de pobreza.

El problema es que la lotería de visados no encaja realmente con mi personalidad.

Cuidado al preguntar

Como cualquier niño, nunca obedecía a mi madre cuando me decía que fuera a pedir injera a los vecinos, antes que ir, prefería irme a la cama con hambre. Incluso me daba reparo pedir una goma en clase para borrar un fallo, prefería tacharlo con saliva. Tampoco pedí nunca a mis compañeros un sacapuntas, afilaba mi lápiz con la pared.

Así que la idea de rellenar una solicitud para participar en la lotería de visados me perturbaba y no me convencía del todo. Además, no tenía ni idea de cómo hacerlo.

¿Cómo se podía rellenar una solicitud de lotería de visas? ¿Dónde se hacía? ¿y qué pasaría si alguien me viera? ¿Cómo podía un reconocido profesor universitario rellenar una solicitud para participar en la lotería de visas como cualquier ciudadano común?

Porque la lotería de visas está de moda en Etiopía. Hay carteles donde pone “¡Aquí puede rellenar la solicitud para participar en la lotería de visas!” con la imagen de Barack Obama en todos los ciber cafés desde hace semanas. Incluso algunos empresarios sólo abren los ciber cafés durante el mes en el que se rellenan las solicitudes.

En el campus de mi universidad hay anuncios de la lotería de visas por todos lados: en la cafetería, en los tablones de noticias de clase, en la entrada de la biblioteca. El consejo de estudiantes es el que ha colgado todos estos anuncios y el que nos ha animado a participar.

He recordado, nostálgicamente, cómo el consejo de estudiantes, una vez, movilizó una lucha por los derechos básicos y la libertad académica. Ahora, este consejo ha creado colas para participar en la lotería de visas. Se forman las mismas colas que las que vi, hace poco, en la oficina de inmigración en Adís Abeba una mañana, en donde los ciudadanos se peleaban para conseguir un pasaporte para irse al mundo árabe a trabajar de criados.

Pero, ¿cómo podía rellenar una solicitud para participar sin que nadie se enterara? Ni mis compañeros ni yo queríamos que se nos viera rellenando las solicitudes como si necesitáramos huir desesperadamente. Además, donde yo vivo hasta una mosca de otro lugar se podía identificar fácilmente, así que decidí coger un taxi al anónimo centro de la ciudad.

Me dirigí a un ciber café y fingí navegar por internet. Mientras, estudié disimuladamente a los clientes. Algunos se estaban fotografiando colocados con un fondo blanco detrás; otros, intentaban sonreír irónicamente como si la lotería de visas llegara por el hecho de sonreír.

El centro de negocios estaba repleto, había muchos jóvenes, algunos adultos, una familia de siete, una criada con un bidón de gas para cocinar, un mecánico y mis antiguos alumnos. Este centro de negocios había atraído muchos solicitantes porque cuatro personas que hicieron allí la solicitud ganaron, y la gente suele ser supersticiosa.

En cuanto mis antiguos estudiantes y algunos conocidos se fueron, aproveché para susurrarle a la fotógrafa que quería rellenar una solicitud.

“¡Perfecto!, tiene que pagar 100 birr, luego tenemos que hacerle una fotografía y rellenar la solicitud. Le haremos la confirmación de la solicitud mañana”, me contestó en voz alta. Me morí de vergüenza. ¿Por qué no me contestó con el mismo tono con el que yo le hablé? ¿Quería que mis alumnos la escucharan? ¡Mala persona!

Mejor no, esperaré

Luego me di cuenta de que los ciber cafés permitían rellenar las solicitudes a los interesados durante el día, cuando había poca conexión, y más tarde el personal enviaba las solicitudes por la noche cuando la conexión era más rápida. Al día siguiente, los empleados del ciber café nos enviaron la confirmación, pero, ¿quién se haría responsable si ocurriera un error? No quería perder mi oportunidad. “Volveré”, dije, saliendo a escondidas.

Me dirigí a la única oficina de correos que hay en la ciudad, para encontrar una muchedumbre y desorden. Había solicitantes, que habían llegado temprano para rellenar la solicitud para participar en la lotería, enfadados con aquellos que se habían saltado la cola y todo acabó en una pelea. Los empleados de la oficina de correos tuvieron que parar para poner orden.

Mientras esperaba, leí noticias que anunciaban que la lotería de visas sólo duraría un mes este año, advirtiendo los pocos días que quedaban y recordando las ventajas que te daban por realizar la solicitud en la oficina de correos.

Entre estas noticias había una que decía que la oficina de correos, al pertenecer al gobierno, tenía el derecho a escribir una carta oficial a la embajada americana en caso de errores de ortografía. ¡La oficina de correos quería sólo demostrar lo difícil que estaba siendo para el gobierno meter a la gente en otro país!

Por supuesto, además de los empleados del gobierno, también hicieron la solicitud los oficiales del gobierno. Cuando el comisario de policía ganó la lotería, intentó mantenerlo en secreto, pero las noticias lo anunciaron. Cuando volví a la universidad, escuché rumores de que hasta se había pillado al jefe más importante del centro de investigación rellenando la solicitud para participar en la lotería de visas.

Finalmente, al haber entendido que a la lotería de visas estadounidense no le importaba lo más mínimo mi currículum, me dirigí al afortunado ciber café. Me fotografiaron sonriendo, pero rellené la solicitud con seriedad y me fui como si me hubiera acostado con una prostituta.

MOHAMMED SELMAN

Mohammed Selman es profesor de periodismo y escritor FreeLancer. Vive en Etiopía. En 2009 recibió el premio de Excelencia en Periodismo para prensa, de la Foreing Press Association, en Addis Abeba.

Publicado en Mail & Guardian, Sección Voices of Africa, el 09 de diciembre de 2010.

Traducido por Alicia Roca Canales, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción/Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

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