Mi compañero de trabajo, un beninés simpático con el que comparto mesa y conversaciones, vuelve después de tres días de ausencia. Me cuenta que ha representado a nuestra oficina de la ONU en un .taller sobre fronteras africanas que organizaba la CEEAC, la Comunidad de Estados de África Central, que agrupa a once países. Dos de ellos, Ruanda y la República Democrática del Congo, tuvieron un incidente serio en un tramo de su frontera hace no mucho, el 11 y 12 de junio, en el que murieron cinco soldados congoleños. Ruanda dice que fue en el intercambio de disparos. Congo afirma que fueron hechos prisioneros y ejecutados sumariamente.
El incidente, que tuvo lugar a unos 20 kilómetros al Norte de Goma, es el enésimo capítulo de la rivalidad entre estos dos países y tiene muchas lecturas. Una de ellas es la demarcación fronteriza que se difumina entre montañas y que no siempre ha estado clara. En varias ocasiones, soldados ruandeses han ido a cortar árboles de eucaliptos plantados por ellos varios años atrás o han llevado su ganado a pastar en un territorio que Congo reivindica como propio. Es un ejemplo reciente de cómo unas fronteras inciertas suelen ser fuente de conflicto. En un reciente artículo, la revista Jeune Afrique ponía el siguiente ejemplo: en marzo de este año los electores de Crimea se pronunciaron en un referéndum en favor de formar parte de Rusia, y a los dos días era ya un hecho consumado. Extrapolando este caso a África cabría pensar qué ocurriría por ejemplo, si un día Ruanda pidiera a la población ruandófona de esta parte del Congo (en el Kivu Norte) de pronunciarse sobre a qué país quieren pertenecer.
Todo puede ocurrir en un continente en el que las fronteras se trazaron, con escuadra y cartabón, en la conferencia de Berlín, en 1885, con un trasfondo de rivalidades entre potencias europeas. Lo hicieron sin tener en cuenta los pueblos que separaban. Algunas de las actuales fronteras africanas incluso cortan en dos barrios de la misma localidad. En el pueblo de mi mujer, en el Noroeste de Uganda, basta con caminar un par de cientos de metros para encontrarse en un riachuelo donde sus hermanas se encuentran con sus primas congoleñas haciendo la colada en las mismas aguas. Si no fuera porque todas hablan la lengua Alur no podrían entenderse, con las primas de la parte ugandesa teniendo el inglés como lengua y las parientas congoleñas formando parte de la francofonía. Las fronteras separan familias y están en el origen de muchos más disparates, a pesar de loa cual el día después de las independencias, la OUA no tuvo más remedio que erigir en dogma la intangibilidad de las fronteras heredadas de la colonización, independientemente de cómo estuvieran trazadas. La Unión Africana ha conservado el mismo principio, como el menos de los males. En la base de este principio está el miedo a cuántos conflictos estallarían si en todas partes los nuevos países se pusieran a revisar sus fronteras. Pero durante los últimos años, a la amenaza de las disputas por fronteras arbitrarias se han añadido disputas que tienen en su origen la riqueza del subsuelo.
Descubrimientos realizados durante los últimos años de yacimientos de petróleo, por ejemplo, han reavivado conflictos fronterizos entre Uganda y la R D Congo, en el lago Alberto, o entre Sudán y su joven vecino del Sur, independizado en 2011. El año pasado, en octubre, hubo también tensiones serias entre Congo Brazzaville y Angola en la frontera del enclave de Cabinda. Otros casos que se han intentado resolver por las armas son la banda de Auzou, rica en fosfatos, entre Chad y Libia, o los enfrentamientos entre Camerún y Nigeria por la península de Bakassi. Otras veces los conflictos son sobre aguas territoriales, bajo cuyo fondo hay yacimientos de gas y petróleo. Esto ocurre entre Mozambique y las Comores, o entre Madagascar y las islas francesas del Índico.
La Unión Africana cuenta, desde 2007, con un programa sobre fronteras. Lo dirige el maliense Aguibou Diarra. Esta oficina envió ese año un cuestionario a todos los miembros de la UA sobre la situación de sus fronteras. Alemania y Francia entregaron también mapas coloniales para ayudar en la investigación. En 2010 presentaron sus conclusiones. Una de ellas es que el 70% de las fronteras entre países africanos no están definidas con claridad, y en algunos casos reina el desconocimiento más absoluto. Abundan los casos: entre Liberia y Costa de Marfil, entre Costa de Marfil y Ghana, entre Eritrea y Etiopía, entre Sudáfrica y Lesotho… La oficina de la UA sobre fronteras sostiene que los países deben resolver sus litigios sobre la base de los archivos históricos, pero el problema es que su interpretación puede diferir de un país a otro. En algunos casos se ha recurrido a la Corte Internacional de Justicia de la Haya. En 2002, este organismo dirimió el caso de la península de Bakassi, dando la razón a Camerún frente a Nigeria. Fue una píldora difícil de tragar para el orgulloso gigante africano, que demoró todo lo que pudo la implementación del fallo judicial y finalmente en 2008 retiró sus tropas de Bakassi, aunque apenas cuatro años más tarde, en 2012, el presidente nigeriano todavía quería convencer al Parlamento para volver a reabrir el caso. Actualmente el departamento de fronteras de la Unión Africana examina otro caso: el del islote de Mbanie, reivindicado por Gabón y por Guinea Ecuatorial.
Aunque la tendencia es resolver estos conflictos de forma amigable, no podemos perder de vista el riesgo de que estas diferencias fronterizas se conviertan en volcanes que pueden entrar en erupción en cualquier momento.
Original en : En Clave de África