Nos enamora el lenguaje franco y espontáneo de Francisco. Aunque a veces… El padre Jacques Hamel había sido asesinado el 26 de julio. El 31 de julio en el avión de vuelta de las JMJ de Polonia, y respondiendo a preguntas de los periodistas, Francisco habría dicho, según el corresponsal del periódico católico francés La Croix: “Si hablo de violencia islámica tengo que hablar de violencia católica. No, los musulmanes no son todos violentos, los católicos no son todos violentos. Es como en una macedonia, hay de todo…” Pero ¿es así de sencillo? Ante todo, y hablando de violencia, hubiera convenido distinguir entre Islam (adjetivo “islámico”), e “islamismo” (adjetivo “islamista”), esa invención reciente que Fethi Benslama califica como uno de los hechos más importantes del Islam contemporáneo y que tiene también en árabe su correspondiente neologismo, “islamawiyya”.
¿Estaba Francisco comparando a los católicos con los musulmanes? ¿O con los musulmanes islamistas? Un artículo del filósofo Rémi Brague, aparecido el 24 de mayo de 2016, y reproducido por Le Figaro el 1 de agosto, intentaba responder a una frase atribuida al papa Francisco, “La idea de conquista es inherente al alma del islam, cierto. Pero se podría interpretar con esa misma idea de conquista el final del evangelio de Mateo en el que Jesús envía a sus discípulos a todas las naciones”. Y la reacción de Brague: “Los textos sagrados de las dos religiones no justifican la violencia de la misma manera”…“El objetivo del cristianismo es la conversión de los corazones, enseñando, y no la toma del poder”. Reacción también, la de Brague, demasiado fácil y simplista. Porque es cierto que en la actualidad las principales interpretaciones de los textos sagrados por parte de ambas religiones no justifican la violencia de la misma manera. Pero todavía hay cristianos favorables a la violencia pura y dura, como también, y esto según el mismo Brague “un amplio examen de conciencia se da entre numerosos musulmanes como reacción a los horrores del estado Islámico”.
Más visceral la reacción de Jean-Marie Guénois (Le Figaro 1 agosto) quien tras preguntarse qué es lo que el papa pretendía en su entrevista en el avión que le traía a Roma, propone varias alternativas, entre las cuales la más probable según él: “Busca humillar a los nacionalistas franceses…, desarmar a Occidente, prohibir la guerra justa… relativizar los crímenes cometidos por el Islam y imputar a los católicos los atentados que han golpeado a nuestros compatriotas y correligionarios…”. Visceral e injusta. Pero hay que decir que numerosos católicos franceses estarían de acuerdo con él. Si son ciertas, las estadísticas publicadas en la página web «atlántico.fr«, son reveladoras. A la afirmación “la presencia de una comunidad musulmana en Francia es una amenaza contra la identidad de nuestro país” adherían en mayo de este año el 55% de los católicos practicantes (y el 47% de los franceses). En abril de 2012 lo hacían el 47% (y el 43%). Y con la frase “La influencia y la visibilidad del Islam en Francia son hoy demasiado importantes” estaban de acuerdo el 71% de los católicos practicantes (y el 63% de los franceses), mientras que en 2012 lo estaban el 60% (y el 60% de los franceses).
Acusar al papa Francisco de querer “humillar a los nacionalistas franceses” e imputar a sus compatriotas y correligionarios los crímenes cometidos por Daesh es por parte de Jean-Marie Guénois francamente ridículo. Pero es también una manera muy efectiva de hacer olvidar la parte que le corresponde a Occidente, y más en concreto a los “nacionalistas franceses” en el nacimiento del Islamismo y de su último retoño Daesh.
En su último libro (“Un furieux désir de sacrifice: le surmusulman”, Seuil, mayo 2016) Fethi Benslama nos recuerda que para que del Islam surgiera el Islamismo habían sido necesarios tanto factores internos como externos. Así por ejemplo entre los primeros la derrota del racionalismo, el reforzamiento de un Islam puramente jurídico, la desaparición del califato. Y entre los segundos, principalmente el advenimiento de la Modernidad (y del incipiente Laicismo), deseable sin duda, pero acompañada por los cañones y los complejos de superioridad occidentales, y ofrecida a los pueblos árabes con cínico e hipócrita maquiavelismo. Fethi Benslama cita como ejemplo de esto último la proclamación de Napoleón en Alejandría el 1 de julio de 1798: “En nombre de Dios el Benefactor, Misericordioso, no hay otro Dios sino Dios, no tiene hijo, ni asociado en su reino. […] Pueblo de Egipto, os dirán que vengo para destruir vuestra religión. No os lo creáis: responded que vengo para restituir vuestros derechos, castigar a los usurpadores, y que yo respeto a Dios, a su profeta y al Corán más que los Mamelukos. […] Jueces, jeques, imanes, decid al pueblo que también nosotros somos verdaderos musulmanes. ¿No somos acaso nosotros quienes destruimos al papa que decía que había que hacer la guerra a los musulmanes? ¿No somos nosotros quienes destruimos a los caballeros de Malta, porque esos insensatos creían que Dios quería que hicieran la guerra a los musulmanes?” (Napoléon, Oeuvres complètes, t.2, Paris, Éditions la Bibliothèque digitale, 2012). A Abderrahman al-Jabarti, un sabio egipcio de la época, la actitud y el comportamiento de Napoleón en particular y la de los occidentales en general le parecieron falsas e hipócritas. Esa apreciación no ha cambiado con el pasar del tiempo. Según Amin Maalouf (“Le dérèglement du monde”, Grasset 2009) el comportamiento de los occidentales ha hecho que a muchos árabes una modernidad nacida en Occidente y que les era absolutamente necesaria, les pareciera no creíble. Una vuelta al pasado para resolver los problemas actuales sin servirse de los instrumentos humanos de la Modernidad, eso es el Islamismo y sus retoños encarnan y pretenden.
La frase de Francisco en el avión que le traía a Roma habría sido más acertada si hubiera hablado, por ejemplo, de “violencia en el mundo musulmán” y “violencia en el mundo cristiano”. Habría sido también más fiel a la realidad histórica, dado que los musulmanes han ejercido la violencia sobre todo contra otros musulmanes, y los cristianos contra otros cristianos. Pero más allá de cuestiones semánticas hay que reconocer que viniendo de América Latina, y a pesar de sus orígenes italianos, el papa Francisco es “un poco menos occidental” y puede que también sea “un poco menos moderno” que los europeos y los norteamericanos. ¿Tendrá por ello más credibilidad cuando decida invitar al mundo musulmán y por qué no a los pueblos del Sur en general, a servirse de la Modernidad para mejor vivir su propia espiritualidad, sea esta musulmana, cristiana, budista o sencillamente tradicional?
Ramón Echeverría
* Ramón Echeverría es misionero de África, conocidos por Padres Blancos, y colaborador de la Fundación Sur.