Jorge Mario Bergoglio s.j., Francisco, obispo de Roma desde el 13 de marzo de 2013, cumplirá 80 años el próximo 17 de diciembre. En la Iglesia Católica, al llegar a los 75, obispos y arzobispos ofrecen su dimisión al papa, para luego continuar en sus puestos hasta que éste la acepte y nombre un sustituto. Desde que Juan Pablo II introdujera cambios en la constitución de la Curia vaticana hay una excepción: Para quienes trabajan en ella el cese al llegar a los 75 años de edad es automático e inmediato. Por otra parte los cardenales, que desde 1181 son los únicos que participan en la elección del papa, en ese año la de Lucio III, pierden esa prerrogativa al cumplir 80 años. De los 228 cardenales actuales sólo 120 participarían hoy en un hipotético cónclave. ¿Debiera entonces el papa dimitir el 17 de diciembre del mismo modo que los otros obispos y cardenales?
En Africa, en donde antes de la colonización los jefes tradicionales lo eran en general de por vida, la pregunta adquiere connotaciones particulares. En primer lugar por la avanzada edad de muchos de sus gobernantes, algunos de los cuales han conseguido que sus mandatos parezcan vitalicios. Robert Gabriel Mugabe, presidente de Zimbabue, cumplirá 93 años dentro de tres meses. El presidente tunecino Béji Baïd Essebsi celebró este 29 de noviembre su 90 aniversario. Félix Houphouet-Boigny primer presidente de Costa de Marfil se mantuvo en el poder hasta su muerte, a los 88 años de edad. Más “jóvenes”, Paul Biya, nacido en 1933 es presidente de Camerún desde 1982; y Abdelaziz Bouteflika, nacido en 1937, lo es en Argelia desde que fue elegido el 15 de abril de 1999.
En segundo lugar por la ejemplaridad en las dimisiones de aquellos presidentes a los que el pueblo habría ciertamente permitido seguir gobernando. Julius Kambarage Nyerere, nacido en 1922, primer presidente de Tanganyka, –Tanzania tras la unión con Zanzíbar–, abandonó voluntariamente el poder en 1986, retirándose a su pueblo natal, Boutiama, en donde siguió dedicándose a la promoción del Swajili. En 1992 recibiría, con Aung San Suu Kyi, el premio Simón Bolívar que UNESCO y Venezuela otorgan a quienes han contribuido a la libertad y dignidad de los pueblos favoreciendo el advenimiento de un orden internacional mejor. Nyerere murió en 1999. Nelson Rolihlahla Mandela, que fue en 1994 el primer mandatario de raza negra en Africa del Sur tras el desmantelamiento del apartheid, impulsó la nueva constitución aprobada en diciembre de 1996 que impide la gestión del presidente del país por dos períodos consecutivos. Contrariamente a otros dirigentes africanos, Mandela no intentó enmendar ese artículo y se retiró de la vida pública en marzo de 1999 con 81 años de edad. Murió el 5 de diciembre 2013.
Tras tres años y nueve meses de mandato, y aunque elegido papa a una edad parecida a la de Nelson Mandela, la situación de Francisco es, por múltiples motivos, bastante peculiar. Hoy es en el mundo uno de los personajes más apreciados. Si pudieran votar, no cabe duda de que la mayoría absoluta de los católicos lo harían en favor de que, al menos mientras se sienta con fuerzas, el papa Francisco continúe más allá de los 80 años que cumplirá este mes y prosiga ese programa de reformas que ya se adivina en sus gestos, iniciativas, y en los documentos hasta ahora publicados. Están por otra parte el ejemplo de su predecesor, el papa Benedicto, que dimitió el 28 de febrero 2013, y el de los dos últimos generales de la Compañía de Jesús, –de la que Francisco sigue siendo miembro–, Peter Hans Kolvenbach y Adolfo Nicolás Pachón que dimitieron al cumplir 80 años, el primero en 2008 y el segundo hace dos meses.
En otros tiempos, cuando la vida social y política era menos complicada, reyes, emperadores, césares, jefes tribales, papas… y los generales de los jesuitas, salvo excepción, no dimitían, morían. Y tanto o más que gobernar, lideraban a sus súbditos, los inspiraban, eran su referente moral. Llegó luego la democracia y una división más clara de poderes. Hoy algunos países profundamente democráticos como la Gran Bretaña, Holanda o Noruega, distinguen claramente la función de referencia e inspiración, encomendada a un monarca vitalicio de la de gobierno, ejercida por un presidente o ministro elegido en las urnas. En la Iglesia católica, a los papas y obispos se les ha venido exigiendo ser líderes espirituales y buenos gobernantes. Pocos han conseguido sobresalir al mismo tiempo en ambas tareas, sobre todo porque las instituciones, también las de la Iglesia, se han hecho cada día más pesadas y complejas. En 1981, hablando del Padre Arrupe, poco antes del derrame cerebral que le apartó de su cargo de General de la Compañía, un provincial jesuita me decía: “Como organizador y burócrata Arrupe deja mucho que desear. Pero es un extraordinario líder espiritual y le seguiríamos hasta donde nos lo pidiera”. Separar claramente en la Iglesia el liderazgo espiritual de la labor de gobierno no parece por el momento posible. Tal vez las renuncias del papa Benedicto y de los dos últimos generales jesuitas indican hacia dónde está evolucionando la Iglesia.
Robert Moynihan, vaticanista de prestigio y fundador de “Inside the Vatican Magazine”, escribía el 1 de agosto 2015 tras la muerte del jesuita Silvano Fausti, conocido biblista, director espiritual y confidente del Cardenal Martini: “[Silvano Fausti] desveló antes de su muerte que según el Cardenal Martini la dimisión del Papa Benedicto había sido “programada”. Martini creía que los cardenales de la curia buscaban un papa a su medida y no le querían ni a él ni a Ratzinger. Durante el cónclave Martini habría ofrecido a éste su colaboración: “Mañana, acepta el papado con mis votos. Has estado en la curia 30 años. Eres inteligente y honrado: intenta reformar la Curia, y si no, abandona”. ¿Qué hará el Papa Francisco?
En una entrevista en Televisa (Méjico) en marzo de 2015 Francisco dijo: “Tengo la sensación que mi pontificado va a ser breve, cuatro, cinco años…”. Y habló de la renuncia de su predecesor como un gesto valiente. “Por ahora nunca he pensado en dimitir”. “Me sorprendió mi elección, pero Dios me ha dado paz hasta hoy. Y es una gracia que hace que yo continúe… Aunque es cierto que soy un poco inconsciente, así que continúo”. Y añadió: “No hay que considerar a Benedicto como una excepción sino como una institución… “Se ha abierto una puerta institucional”.