No he sido yo nunca muy aficionado a los desfiles, pero el del 1 de diciembre en Bangui no podía perdérmelo por nada del mundo. Hacía cuatro años que los centroafricanos no celebraban su fiesta nacional, debido a la crisis que han vivido desde 2012 y la de ayer tenía sabor a libertad y a grandes deseos de paz.
La República Centroafricana tiene dos días que celebran su nacimiento como nación: el 13 de agosto conmemora su independencia en 1960, pero por razones que no he llegado a entender muy bien, el que tiene más importancia es el 1 de diciembre, fecha en la que hace ahora 58 años el considerado como padre de la patria, Barthelemy Boganda, proclamo la República Centroafricana, que hasta entonces era parte de la colonia francesa del Oubangui-Chari, de la que Chad era también parte.
Cuando la Seleka tomo el poder en 2013, a finales de noviembre de ese año las cosas estaban muy tensas en Bangui y la víspera del 1 de diciembre el presidente Michel Djotodia, seguramente temiendo un atentado, decidió cancelar la celebración. De hecho, a los cuatro días hubo un ataque de las milicias anti-balaka en Bangui que desencadeno una vorágine de violencia que se cobró mil muertos en dos días. Al año siguiente, con la nueva presidenta Catherine Samba-Panza, la situación estaba algo más tranquila, pero organizar una gran concentración de miles de personas habría sido demasiado arriesgado. El año pasado, la fiesta se celebró con tranquilidad, pero no hubo desfile porque el día antes el Papa había estado en Bangui y habría sido difícil enlazar dos grandes fiestas seguidas.
Los centroafricanos tienen un gran sentimiento nacionalista, y eso se puso en evidencia un mes antes de la fiesta, cuando dos veces por semana los distintos grupos empezaron a ensayar el desfile en la gran Avenida de los Mártires. Si bien durante 2016 ha habido muchos menos incidentes de inseguridad en Bangui con respecto a años anteriores, muchos temían que la presencia durante varias horas de grandes multitudes podría presentar riesgos graves: que pasaría si a alguien se le ocurriera lanzar un granada en cualquier rincón, o si los musulmanes del Kilometro Cinco se vieran agredidos o insultados por vecinos de los barrios adyacentes al dirigirse al lugar de la fiesta, o si se desatara una pelea que pudiera desbordarse por cualquier razón…?
Llego el gran día y empecé muy temprano, a las seis de la mañana, con otros dos compañeros de la oficina de Naciones Unidas, acudiendo a una actividad de limpieza comunitaria de las calles del Kilometro Cinco, el barrio de mayoría musulman. Lo organizaba el comité local de la paz, y antes de salir puse en el coche una escoba, una pala y un rastrillo para echar una mano y no limitarnos a mirar y hacer después el discurso de circunstancias diciendo que estamos al lado de la gente, bla, bla, bla. Cuando llegamos, las calles ya estaban limpias y los hombres y mujeres que habían trabajado desde muy temprano nos acogieron con mucha alegría. Durante la hora siguiente nos pusimos a recoger los montoncitos de basura y depositarlos en carretillas. Antes de salir, los líderes del comité nos dieron unos regalos. A mí me entregaron una chilaba blanca y a mi compañera un chal para ponerse encima de la cabeza. Me imagino que será porque nos han visto varias veces acompañarles en la mezquita durante sus celebraciones y quieren que la próxima vez que vengamos estemos vestidos de acuerdo a las circunstancias.
Allí se acabó nuestro programa oficial, pero yo quería ir al desfile y para que no me resultara un estorbo deje el coche y fui a pie. Me metí entre el gentío y allí estuve unas cinco horas. Me llamo la atención el orden y la disciplina que hubo en la ceremonia en todo momento, a pesar de la falta de medios del Estado centroafricano. La misión de la ONU en el país (la MINUSCA) ayudo mucho con un dispositivo de seguridad que calmo mucho los ánimos.
En Centroáfrica, como ocurre en muchos países africanos, los desfiles durante la fiesta nacional no son solo de militares y allí desfila todo el mundo. Ayer, durante cuatro horas, se sucedieron los soldados, la policía, la gendarmería… seguidos por grupos de escolares –desde la escuela maternal hasta la Universidad- funcionarios, miembros de empresas que operan en el país, sindicatos, partidos políticos, asociaciones religiosas, federaciones deportivas… allí estaba todo Bangui. Cada grupo tenía su uniforme de vistosas telas africanas y se veía que la gente se había preparado a conciencia para desfilar marcando el paso. Me llamo la atención ver varios grupos de musulmanes, con su vestimenta islámica, algo impensable hace solo algunas semanas, cuando ir por Bangui con una chilaba o una yihab era exponerse a ser atacado. Y me llamo aún más la atención ver que mucha gente les aplaudía a rabiar, y más que a otros grupos. Una de las personas a mi lado me dijo: “lo ves como no es verdad que cristianos y musulmanes tenemos un conflicto?”
Antes de volverme a casa, sudando a la gota gorda y enormemente feliz, me cruce con el jefe de la policía de la MINUSCA en Bangui, un general tunecino. Me dijo que llevaba allí desde las cuatro de la madrugada y que estaba sorprendido de ver que en todo el dia no se había señalado en las mínimo incidente de seguridad. Le pregunte cuantas personas habría allí y me respondió sin dudarlo: “calculamos que por lo menos 120.000”. Yo eche un cálculo rápido pensando que habría que añadir las aproximadamente 40.000 personas que, según mis cálculos rápidos, habían desfilado durante las cuatro horas que duró la ceremonia.
Siempre pienso que Centroáfrica es un país de grandes sorpresas, para lo bueno y para lo malo. La sorpresa de ayer fue de las buenas y dejo a todos el buen sabor de boca de que, a pesar de lo mal que sigue el país, hay razones para el optimismo.
Original en : En Clave de África