El líder revolucionario cubano, Fidel Castro, murió el pasado viernes con 90 años y sólo ocho después de haberse retirado de la escena política en el país que había dirigido durante 47 años.
Castro llegó al poder en 1959, a la cabeza de una revolución, y condujo a Cuba hacia un régimen socialista de partido único. Odiado y admirado a partes iguales, había un lugar lejos de Cuba donde el mandatario dejó una huella imperecedera: África. Pudos ser que llegara tarde y en un momento en el que probablemente ni el propio Castro se lo esperaba. No se ha estudiado en profundidad el génesis y alcance de esta relación, ya que no fue demasiado directa.
En el África de la Guerra Fría, Cuba se alineó con la Unión Soviética, y de parte de un surtido de fuerzas y gobiernos progresistas, anticolonialistas y antiimperialistas, desde Cabo Verde, hasta la actual República Democrática del Congo (RDC) y la lucha contra el apartheid en Sudáfrica y la guerra contra el terco colonialismo portugués en Mozambique y Angola.
Las actitudes hacia Cuba seguían divididas a lo largo de las líneas ideológicas Oriente-Occidente, con regímenes conservadores anticomunistas y capitalistas tanto en la Kenia de Jomo Kenyatta como en la Kenia de Daniel arap Moi; el Malawi de Hastings Kamuzu Banda y el, profundamente hostil, Marruecos del Rey Hassan II.
Otros líderes, como el senegalés Léopold Sédar Senghor, y los mandatarios de Botswana, evitaron tomar partido y mantuvieron una posición neutral durante toda la Guerra Fría.
El desastre político de los 70
Sin embargo, a medida que África cerraba la década de los setenta, se preparaban muchos cambios que iban a alterar la posición de Cuba y de Castro en África.
Con excepción de Botsuana y Mauricio, casi todos los demás países de África estaban sometidos a dictaduras militares, regímenes de partido único o regímenes minoritarios de supremacía blanca (Sudáfrica, Zimbabue [que sería en adelante Rhodesia] y Namibia).
La «crisis del petróleo» de los años setenta, que provocó una subida drástica de los precios, y la incompetencia y brutalidad de los gobiernos militares unipartidistas (ya fueran de izquierda o de derecha), pasaron factura. La mayor parte de África entró en los años 80 en una situación deplorable y sus ciudadanos fueron los primeros en sufrir las consecuencias.
La Unión Soviética, un aliado clave de los gobiernos revolucionarios en África, había puesto en marcha lo que iba a ser una guerra desastrosa en Afganistán, con una invasión del país en 1979. Muy rápidamente, quedó claro que la guerra estaba minando las energías de la Unión Soviética y los compromisos con los aliados africanos comenzaron a desvanecerse.
Era una etapa en que occidente, el «bloque capitalista», estaba comenzando un exitoso período político e intelectual, coincidiendo con el inicio de la aventura soviética en Afganistán y la elección de Margaret Thatcher como Primera Ministra en el Reino Unido. Y sin duda el hito más decisivo fue la elección de Ronald Reagan como cuadragésimo presidente de los Estados Unidos un año después. Ellos reavivaron la Guerra Fría y consideraron a los movimientos de liberación del sur de África, incluyendo el Congreso Nacional Africano (CNA), como organizaciones «terroristas». Las perspectivas de acabar con el apartheid en Sudáfrica y conseguir la libertad en Namibia parecieron retroceder considerablemente con el nuevo orden mundial Reagan-Thatcher.
En Sudáfrica, el apartheid, con más fuerza que nunca, aumentó el apoyo al reaccionario y brutal movimiento rebelde de la Renamo en Mozambique y la UNITA de Jonas Savimbi en Angola. A principios de los años ochenta, tanto el inexperto gobierno de Samora Machel en Mozambique como el MPLA de José Eduardo dos Santos estaban en sus momentos más bajos.
Debido a la división política, se creó entre la élite africana un sentido clima generalizado de fracaso, e incluso de vergüenza. África necesitaba algo novedoso y esperanzador para reavivar la «lucha», como se llamaba popularmente entonces, y para verse bien en el mundo. Esto llegó en parte con la evolución política, pero, sorprendentemente, llegó sobre todo de la mano de las artes y, en concreto. la música.
La superestrella del reggae, Bob Marley, se estaba convirtiendo en el grito de rabia de los jóvenes africanos, y su música un grito de aliento para los movimientos progresistas. En 1979, lanzó su canción «Zimbabwe».
“Every man gotta right to decide his own destiny,
And in this judgement there is no partiality.
So arm in arms, with arms, we’ll fight this little struggle,
‘Cause that’s the only way we can overcome our little trouble.
Brother, you’re right, you’re right,
You’re right, you’re right, you’re so right!
We gon’ fight (we gon’ fight), we’ll have to fight (we gon’ fight),
We gonna fight (we gon’ fight), fight for our rights!
Natty Dread it in-a (Zimbabwe);
Set it up in (Zimbabwe);
Mash it up-a in-a Zimbabwe (Zimbabwe);
Africans a-liberate (Zimbabwe), yeah…”
…cantaba.
(Todos los hombres tienen derecho a decidir su propio destino/y en este juicio no hay parcialidad/así que brazo con brazo, con armas, lucharemos/porque es la única manera de superar nuestros problemas/Hermano, tienes razón, tienes razón/tienes razón, tienes razón, tienes tanta razón/vamos a luchar, tenemos que luchar/vamos a luchar, luchar por nuestros derechos/No temas en Zimbabue/organízalo en Zimbabue/machaquémoslos en Zimbabue/Los africanos liberarán Zimbabue)
Bob Marley dio un concierto de independencia en Zimbabwe en abril de 1980, uno de los conciertos más destacados de la época. Se hizo un hueco en la imaginación política y musical popular africana. Los jóvenes empezaron a llevar rastas, y saltaban y movían la cabeza vigorosamente en los clubes nocturnos, sujetando sus mecheros en alto, al son de la música de Marley.
En esta época, se empezó a escuchar la música de Johnny Clegg, un músico blanco sudafricano, y su banda Juluka, cuyo material fue censurado en su país y el grupo se popularizó en todo el continente. Aunque muchos sudafricanos blancos se oponían al apartheid y estaban en el CNA y otros grupos, su historia no era bien conocida en el resto del continente. Músicos como Clegg ayudaron a que se conociera su historia.
Stevie Wonder también hizo su aportación en 1980 con «Master Blaster», cantando «… La paz ha llegado a Zimbabwe …»
Colectivamente, la música introdujo un nuevo lenguaje accesible para hablar de liberación y libertad, despojada de la rígida e ideológica restricción del «proletariado», «clase obrera», «vanguardia revolucionaria», de la que se había impregnado el movimiento antiimperialista. Se estaba desarrollando una tercera vía, para que las personas «anticomunistas» pudieran entrar en una conversación sobre el esfuerzo de liberación, y en la que la izquierda pudiera reunirse con los conservadores en África sin parecer «traidores».
Charles Onyango-Obbo
Rogue Chiefs
[Traducción, Clara Esteban García]
[Fundación Sur]