Cada mañana, mi perro adoptivo en Windhoek le hace un pipí al poste que soporta la señal que da nombre a la avenida Fidel Castro de la capital Namibia; después paseamos hasta la de Robert Mugabe y otra micción más, quien pudiera. ¿Qué tienen los dictadores y tiranos de izquierda que nos los imponen desde ese atril de superioridad ética y moral que los maquilla cual luchadores de la libertad? Es simple. Si los despojas de su quimérico enemigo “imperialista” que no es otro si no tu y yo – la clase media que aspira a sobrevivir – su discurso se diluye cual azucarillo; evaporándose esa romántica cantata por una libertad que todo el mundo disfruta menos los que bajo sus barbas malviven con café aguado y pan. El socialismo necesita el caldo de la miseria para sobrevivir ideológicamente ergo su élite la alimenta pero no la sufre.
Las aventuras africanas de Castro y su lacayo en rojo atado El Che, representan el más esperpéntico canto al ego de dos megalómanos idolatrados cuyas efigies sólo faltan en los Adidas vintage del Willy Toledo de turno. De estar algún tiempo tirado en Africa austral y haber callejeado Luanda, Lobito o Menongue, me llevo un zurrón de historias a cerca de los – a menudo bien preparados – médicos cubanos. Los curanderos de Fidel, que con cariño así los llama el que suscribe y a los que alguna columna dediqué, me contaron anécdotas de una guerra extraña y olvidada en la que tanto curaron como cerebros lavaron.
Disfrazado de hombre de negocios, el primero en llegar fue Ernestito Guevara. Su idea era plantar la semilla del socialismo en el enorme Congo y que [esta] se extendiera cual metástasis ideológica por el corazón del Africa central. Decía El Che que los negros eran indisciplinados y vagos; y que por eso no triunfó la aventura. El Che está en muchas camisetas de mozalbetes que ni saben quién es y hasta por un personaje de comic lo tienen y, como su padre teológico, Fidel, goza de un derecho de pernada intelectual entre la progresía de tripa agradecida que igual lo idolatra en el maletero de un Range Rover que en la funda de su IPhone; si Ernesto se despertara, ya te digo yo donde iba el cochazo…Y es que las cabezas de algunos sufren ciertas confusiones. Caso del señor Gabriel García Márquez y su crónica de Angola donde el colombiano, bien cebado a caviar y langosta en la Cuba de su amigote Fidel, se “olvida” de los veteranos que, a cambio de nada, regresaron mutilados, desquiciados y víctimas de patologías pos traumáticas a un país que entraba en la peor crisis de su convulsa historia. Una temporadita en La Habana de a píe, pasando penurias, les evacuaba el bidé mental de rojerío fashion a muchos que ni a Marx han leído y a ser progres juegan. Y les diré que, en cierta manera, “bravo” por este Quijote y su Sancho – Fidel y El Che – que al menos han sido coherentes con sus principios de austeridad e ideología queriendo arreglar – a su manera – el mundo, aunque con ello hayan arrastrado a la miseria a millones de almas. Injustificable; pero por tener ideología les respeto. No, no crean que he enloquecido; aún lo tengo claro, me gustan rubias…pero tampoco seré tan miserable de hacer leña de su muerte y al Tito Castro hay que reconocerle su peso histórico y, guste o no, muchas verdades atronadoras.
El colapso del vetusto imperio colonial portugués en Africa se sintetizó bajo la guerra de Angola y sería la invasión del país africano por fuerzas de Sudáfrica, con el objetivo de tomar Luanda y evitar así un gobierno marxista, lo que justificaría la proclama de Castro en lo relativo al deber inexcusable de ayudar al pueblo angoleño contra la invasión imperialista. Nada nuevo. El derecho divino del vanidoso. ¿Occidente pudo sobrevivir sin el comunismo pero al revés no?; ¿entonces, quién necesitó a quien para comer bien en La Habana o Moscú?
El tour africano de Castro es tan extenso como desconocido. Tapete de la guerra fría donde Sudáfrica personalizaba los intereses occidentales y Cuba los del comunismo, Angola representó el mayor esfuerzo militar [cubano] en Africa con más de cincuenta mil hombres, un millar de blindados y decenas de cazas Mig y helicópteros desplegados de manera permanente en el sur de la ex colonia lusa. El resultado fue la ruina económica de La Habana a la vez que el muro de Berlín caía y El Kremlin retiraba su apoyo logístico a los delirios expansionistas de Castro. Derivadas menores y silenciadas por la dictadura fueron la extinción de su marina mercante que centrada en el transporte logístico, no pudo abastecer la isla de muchos productos y, la más vilmente ocultada de todas; ¿cuántos jóvenes están enterrados en Angola a causa de las visiones de grandeza de Fidel? Eso no lo sabe ni Martí; sólo el diablo y dios y por cierto, la mayoría de la tropa enviada al frente fueron cubanos negros… Bissau, Congo, Etiopia y Moçambique, también serían objeto de la atención de Castro aunque siempre en menor medida que la loca cruzada angoleña.
Preñado de yo, Castro apuntó la independencia de Namibia, el fin del Apartheid en Sudáfrica y la retirada de las tropas de Africa del Sur de la citada Namibia, cual éxitos de [su] Revolución y en su foto con Neslon Mandela así lo quiso perpetuar.
De aquellos médicos, les diré que después de 1995 muchos se quedaron en Angola, Namibia y Sudáfrica. No regresaron a Cuba; ¿por qué?, en palabras de Julio:”…para pasar “mieldas” en La Havanna, las paso aquí y al menos como”. Tanta paz lleve El Caballo como miseria deja a los cubanos y ahora sí que se acabó aquella guerra fría.
CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS EN AFRICA
cuadernosdeafrica@gmail.com
@Springbok1973