Experiencias «funerarias» (II), por Alberto Eisman

17/11/2010 | Bitácora africana

Sigo hoy compartiendo con ustedes experiencias y vivencias alrededor del misterio de la muerte, tal como las he podido percibir en este rincón africano.

¿Cementerio? ¡Por encima de mi cadáver!

Según las costumbres locales que veo en esta parte de Uganda, al difunto (en general) no se le entierra en un impersonal cementerio, fuera de la vista de los todavía mortales que continúan su peregrinaje en este valle de lágrimas. Lo ideal según la tradición es enterrarlo cerca de la casa, a ser posible en el jardín o patio del hogar familiar (siempre que esté fuera del entorno urbano). Sé que para algunas personas esto pueda sonar raro o casi macabro, pero la gente en general no parece tener un miedo especial a los muertos y por tanto los quiere cerquita, posiblemente para que sus espíritus estén contentos y no den demasiado la lata.

Cementerios tal como los conocemos nosotros, haberlos haylos, pero más vale no hacer demasiado énfasis en ellos ya que, según he visto, son lugares desangelados y un poco deprimentes debido al abandono en el que se encuentran, con hierbas y matorrales por doquier, mal planificados y con un crecimiento anárquico que les hace una mera masa amorfa de fosas. Definitivamente, no es el conjunto más logrado del paisaje africano tanto en las ciudades como en los pueblos.

La viuda, una especie a proteger

Siempre me pregunté por qué en la Biblia se hace tanto énfasis en defender a la viuda y al huérfano. Esto lo comprendí mucho mejor en África. Normalmente, cuando muere un hombre, su parentela intenta quedarse con los bienes del difunto, especialmente tierras, casas y algunos enseres valiosos. Ni que decir tiene que el único obstáculo para apropiarse de esos bienes es la viuda que ha quedado ahí indefensa, la cual en la mayoría de los casos es una mujer que apenas tiene estudios, que no trabaja por su cuenta y que por tanto depende completamente de la herencia que le haya dejado el marido. En estas sociedades, la tradición (machista, si se me permite precisar) permite y casi promueve que la mujer viuda pueda llegar a convertirse automáticamente en la mujer de uno de los hermanos vivos del esposo, teóricamente para “seguir dando hijos al hermano difunto” pero de hecho este mecanismo está pensado para evitar que se dispersen las tierras o los bienes del finado. Incluso hay países africanos cuyas leyes todavía son contrarias a que las mujeres hereden tierras. Toda una situación que clama al cielo y que empobrece a un sector bastante importante de la población.

Parientes que de pronto aparecen

El último funeral al que asistí fue bastante curioso: La persona en cuestión había crecido en una familia monoparental, ya que el padre – como pasa por desgracia muy frecuentemente en esta querida África – decidió un día abandonar a la mujer y a la prole y comenzar su vida con otra(s) mujer(es). Esta persona fallecida de la que estamos hablando era el hijo primogénito y, como tal, se convirtió en el padre y el sustento de sus hermanos. En cuanto comenzó a ganar dinero, lo tuvo que emplear en los gastos domésticos, el colegio de sus hermanos, etc. Todo el mundo sabía que era él quien había sacado adelante a los suyos. Llegó a mayor, se hizo famoso y alcanzó una posición más o menos desahogada. Ahora se muere y, al calor de su popularidad, de la relativa riqueza que ha podido acumular y de los muchos donativos que se recogen, el padre aparece de pronto como un fénix renacido y no sólo quiere literalmente tener vela en el entierro, sino que además quiere determinar dónde se le dará sepultura a su hijo, oponiéndose incluso a los últimos deseos del muerto. Afortunadamente, prevaleció el sentido común, y el clan del difunto le puso al pendenciero padre los puntos sobre las íes. Le recordaron delante de todos el hecho que en su día abandonó a una familia de la manera más cobarde y abyecta y por tanto, pusieron clarito que no iba a sacar tajada del asunto, de eso ya se encargarían ellos. El señor en cuestión tuvo que abandonar aquella asamblea humillado y con el rabo entre las patas.

… e intimidades que salen a la luz

Todos somos pecadores, y, como dice el refrán, “hasta a la furcia más cara se le escapa un cuesco.” El problema es que aquí en África, en situaciones así hay posibilidades de que afloren a la luz pública algunos pecadillos que tienen nombre y apellidos, comen, hacen caca y necesitan ropa, alimento y educación. Así pude verlo en el último funeral al que asistí. Aunque en el cortejo fúnebre se veía claramente a la enlutada familia y en los primeros discursos se nombraba a una viuda y a dos hijos, durante la larga ceremonia salió a la luz que había por lo menos tres churumbeles más que habían sido engendrados por el difunto con otras mujeres pero que no habían sido reconocidos oficialmente. Pues bien, parece ser que al final obtuvieron el reconocimiento que merecían al ser presentados en sociedad aunque en principio no aparecieran en el programa oficial. El que está a mi lado, me da un codazo y me dice “tiene suerte que sólo han aparecido tres más, yo creo que tiene por lo menos 15.” Al final, todo se sabe.

Otros tipos de pecadillos típicos de “peces gordos” (hablemos de corrupción, abuso de poder, fraude, evasión de capitales, etc…) apenas salen a la luz en tales ocasiones y es mucho más probable que el fiambre se lleve el secreto de sus hazañas delictivas a la tumba. Desgraciadamente para el erario público, para la ética más fundamental y para el ministerio fiscal, los devaneos de la barriga para abajo siempre han suscitado mucho más interés popular que los de la cartera o la cuenta bancaria en el extranjero.

Hay que ver al muerto

Uno de los momentos más esperados (no me pregunten por qué) es el de la exposición de los restos mortales, o por lo menos la cara de la persona fallecida. Algunos ataúdes locales cuentan con una ventanita con un cristal o con una pequeña portera que se abre. El otro día por pocas hubo una estampida debido al nerviosismo de los asistentes por pasar al lado y poder ver el cadáver. Cuando pregunto, me dicen que normalmente se tiene que mostrar a los asistentes, pero no me saben decir si es por miedo de enterrar a la persona equivocada o para asegurarse de que se hace lo propio con el muerto correspondiente.

(Continuará)

original en : http://blogs.periodistadigital.com/enclavedeafrica.php

Autor

  • Alberto Eisman Torres. Jaén, 1966. Licenciado en Teología (Innsbruck, Austria) y máster universitario en Políticas de Desarrollo (Universidad del País Vasco). Lleva en África desde 1996. Primero estudió árabe clásico en El Cairo y luego árabe dialectal sudanés en Jartúm, capital de Sudán. Trabajó en diferentes regiones del Sudán como Misionero Comboniano hasta el 2002.

    Del 2003 al 2008 ha sido Director de País de Intermón Oxfam para Sudán, donde se ha encargado de la coordinación de proyectos y de la gestión de las oficinas de Intermón Oxfam en Nairobi y Wau (Sur de Sudán). Es un amante de los medios de comunicación social, durante cinco años ha sido colaborador semanal de Radio Exterior de España en su programa "África Hoy" y escribe también artículos de opinión y análisis en revistas españolas (Mundo Negro, Vida Nueva) y de África Oriental. Actualmente es director de Radio-Wa, una radio comunitaria auspiciada por la Iglesia Católica y ubicada en Lira (Norte de Uganda).

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