Érase una vez, una comunidad de vecinos compuesta por casi todas las especies de animales tropicales. Un buen día se reunieron para buscar una solución al tema de la gran hambruna que azotaba la región.
Después de varias largas jornadas de reuniones y broncas, al final, llegaron a la drástica y dramática conclusión de que cada semana una familia debería de sacrificar a uno de sus miembros.
Así, llevaban casi un mes cumpliendo con el acuerdo, hasta que, un buen día, tuvieron que comunicarle al León, la funesta y terrible noticia de que le tocaba a él cumplir con la norma.
El León empezó ofreciendo muchas excusas: que si su familia padecía de una rara enfermedad, que si su mujer era muy flaca…que si tal, que si cual… bla, bla, bla… Viendo que con toda su palabrería no lograba convencer a nadie, al final aceptó sacrificar a su madre, pero con la condición de que también lo hiciera su gran amigo Etugu, la tortuga.
Etugu, al recibir la noticia, les comentó que comprendiendo la gravedad de la proposición necesitaba que le dejaran pensarlo durante un par de días.
Pasados los dos días, Etugu hizo llamar a todos los habitantes del poblado. Una vez, reunidos, les comentó que estaba ya muy cansado con el comportamiento negativo y desconfiado de su amigo Nzeé, pero, aun con todo, estaba dispuesto a sacrificar a su madre. Al finalizar este comentario, muy enojado y furioso, pidió a los asistentes que le ayudaran a transportar hasta el río el saco en el cual, según él, llevaba atada de manos a pies a su querida madre.
Su deseo fue cumplido. Y, así, se encontraron los dos amigos a la hora y en el punto establecido a la orilla del río.
– Tenemos que abrir primero los sacos para confirmar y comprobar su contenido.– Dijo Etugu.
– No, no, no. ¡Aquí se hace lo que digo yo!– Ordenó Nzeé.
– Vale, por lo menos, déjame ir hacia la parte de abajo, quiero decir… al sur.– Dijo Etugu cada vez más nervioso.
– Te acabo de decir que, aquí se hace lo que yo ordeno y punto. Me pondré yo unos pasos río abajo.– Insistió Nzeé.
– Ok, lo que tú digas.– Respondió Etugu.
Pasada una media hora aproximadamente, Nzeé gritó:
– En cuanto vea el agua manchada de sangre, sacrificaré a mi madre. Te conozco amigo mío.– Gritó Nzeé desde río abajo.
– ¿Que dices amigo Nzeé?– Gritó Etugu.
– ¡He dicho que si no veo el río manchado de sangre, no hago nada!– Volvió a repetir Nzeé.
Etugu, abrió el saco donde guardaba una gran mezcla de báha, una especie de pintura roja, extraída del árbol mbee, o palo rojo, que mezclada con el jugo y pieles de tom, ofúas, engong, mvut y djaa, todas frutas tropicales, simulaban perfectamente el color de la sangre… La vertió sigilosamente en el agua, y gritó:
– ¡Allá va!
– ¿Qué dices?– Preguntó Nzeé.
-Digo que ya está hecho.– Gritó Etugu, mientras hacía ruido con el agua.
Nzeé al comprobar que el agua que bajaba estaba teñida de color rojo, y sin comprobar si realmente se trataba de sangre humana, cortó salvajemente el cuello de su madre en las aguas del río. La descuartizó y volvió a meter toda la carne en el saco.
Cuando Etugu llegó al punto de encuentro, en la orilla del río, le estaba ya esperando su amigo Nzeé, furioso.
-¿Qué tal amigo? Deberíamos, por lo menos esta vez, comprobar los contenidos digo yo.– Comentó Etugu
– ¿Qué dices, te crees siempre muy listo? Ya tengo hambre y mis hijos no han comido desde esta mañana. Además, no pretenderás que me coma la carne de mi madre. Anda, dame tu saco y llévate de una vez éste.– Dijo Nzeé.
El león, furioso, no dejó que su amigo posara el saco en el suelo y se lo arrebató de las manos, encaminándose nervioso hacia el poblado.
Etugu esperó que Nzeé se alejara unos metros, caminó unos minutos tras él, y, una vez en el medio de camino, cogió otra ruta diferente, la cual le conducía hacia la cueva donde había escondido a su familia, antes de ir al río para sacrificar a sus madres junto a su amigo Nzeé.
Cuando Nzeé llegó a su casa le estaba esperando toda su familia, hambrienta y ansiosa. Nada más posar el saco al suelo, su esposa, sin esperar un minuto más, lo abrió y… menuda sorpresa se llevaron todos cuando comprobaron que, en lugar de carne lo que contenía el saco era un revuelto de pieles y de fruta diversa mezclada y empastada.
-¡Vaya! ¡Nos la ha vuelto a jugar!– Gritaron todos al unísono.
Cuando Nzeé y los suyos llegaron a la vivienda de los Etugu, se encontraron con todas las puertas cerradas. La familia se había mudado a otro lugar.
“NO TE FÍES NI DE TU PROPIA SOMBRA, QUE DE TANTO FIAR ESTAN LLENOS LOS CEMENTERIOS”
Baron ya Bùk-Lu – [Edición y revisión, Rafael Sánchez]