Etiopia , cuna de campeones olímpicos, por Antonio Molina

30/11/2010 | Bitácora africana

Patria de grandes corredores de maratón y cuna de muchas leyendas deportivas, Etiopía le disputa a Kenia el liderazgo olímpico de las carreras de fondo. Nos preguntamos cual es el secreto de tantas victorias.

ENTRENAMIENTO DESDE EL AMANECER

La capital del país, Abdis Abeba, está plantada en una meseta a dos mil metros sobre el nivel del mar. En África, como en todas las latitudes, la altitud determina el clima. Al amanecer, una neblina ligera va condensando la humedad nocturna. Hace frío. El olor dominante proviene de las plantaciones de eucaliptos y de la tierra laterítica, roja del óxido de hierro, que contiene.

Como todas las mañanas africanas, la ciudad se despereza temprano y se pone en movimiento: mujeres, hombres y niños comienzan el día en sus diversas actividades. Los hombres van al trabajo o en busca del mismo, las mujeres empiezan las faenas domésticas. La primera es preparar a los niños para la escuela. Luego irán al mercado, lavarán la ropa y cocinarán la comida principal del día. Raras son las que tienen un trabajo fuera del hogar. Aunque entre las jóvenes, que han estudiado, ya van ejerciendo sus profesiones de médicas o enfermeras, profesoras y maestras, abogadas, secretarias, empleadas comerciales y azafatas…
Lo que diferencia Abdis Abeba de otras grandes ciudades africanas son los centenares de muchachos que se entrenan corriendo. Los podemos ver a la puerta de sus casas apretando los cordones de sus deportivas para ir a correr. Parece un pequeño ejército, que por pelotones de alrededor de cien muchachos corren kilómetros tras kilómetros. Uno de los lugares más concurridos es el entorno del viejo hipódromo “Jan Meda”, también se entrenan en la carretera que une el barrio de Bole al aeropuerto, los más valientes se encaminan al monte Entoto, detrás de las plantaciones de eucaliptos, que es la montaña sagrada de la capital. Aquí se acostumbran a vencer la fatiga, los músculos se forjan de acero y el corazón late a velocidades increíbles. La energía que anima a los corredores es el sueño utópico de subir un día al podio olímpico. La carrera de fondo y el maratón dejan entrever la posibilidad de ganar el premio “gordo” en la lotería de la vida. Esto en un país pobrísimo tiene gran importancia.

UN REY DESCALZO

El ídolo legendario de los jóvenes es Abebe Bikila, que gano el maratón en las Olimpíadas de Roma en 1960, con el dorsal 11. Ese año era el comienzo de las independencias africanas. Abebe era un soldado de la Guardia Imperial del Negus, Hailè Selassié. Un entrenador sueco, Onnie Niskanen lo notó entre los corredores del ejército e intuyó que allí había madera de campeón.

Niskanen aconsejó a Abebe, que corriera el maratón de Roma descalzo, pues sus pies estaban acostumbrados a los caminos pedregosos de su patria y, si calzaba las deportivas, iba a sentirse incómodo sobre los adoquines de la vía Appia Antica. Este detalle entró en la historia de las Olimpíadas.

Cuatro años después, Abebe, ya calzado, realizó una azaña que pocos repiten. Ganó de nuevo el maratón olímpico de Tokio.

Bilika no era una gacela aislada. Detrás de él, llegó en 6º lugar su compatriota, Abebe Wakkegyna, que poco tiempo después fue fusilado por participar en un motín de la Guardia Imperial. Bilika escapó con vida, porque no estaba en aquellos días en la capital.

LEYENDAS DEL ALTIPLANO

Bilika aún pretendió ganar su tercer maratón olímpico en los Juegos de Méjico en 1968, pero se lesionó en una rodilla y tuvo que abandonar. No obstante, otro hijo de Etiopía, Mamo Wolde, un corredor maratoniano enorme, firmó la victoria y se afianzó la idea de que el maratón tenía apellido africano en las Olimpíadas.

Bastantes años después, en Sydney, Gezahgne Abera, otro hijo de las tierras altas, recibió la herencia de Bilika.

En 1980, en las Olimpíadas de Moscú, aparece de improviso, Mirus Yifter, un trigrino, que practicaba el fondo corriendo los 5.000 y los 10.000 metros, pero que al correr en las Olimpíadas sorprendió a todos. Parecía un antílope huyendo de un leopardo, nadie le dio alcance. Le sacó al 2º nada menos que 400m…

Estas victorias son contadas como las gestas de los caballeros medievales y la imaginación febril de los adolescentes sueña con prepararse para reproducirlas. Ese es el motor del esfuerzo de tantos muchachos etíopes durante los duros entrenamientos diarios matinales, sea en grupo, sea en solitario.

UN LEÓN LLAMADO HAILÉ

Así nació una nueva leyenda. Hailé Ghebresel-lassiè, pequeño de estatura, flaco como un cachorro hambriento, alegre y sonriente, era hijo de unos pobres campesinos, que tenían solamente la abundancia de hijos: Cinco muchachos y cuatro chicas. Una tropa de nueve bocas que alimentar…

El chico Hailè corría cada día, como si fuera perseguido por un león, cuando su padre decidió mandarlo a la escuela. Sus otros hermanos mayores estaban en casa ayudando al padre en los trabajos del campo.
La casa de adobes, que albergaba la escuela, distaba 18 kilómetros de su hogar. Hailè no sabía andar, siempre corría, apretaba con un brazo los libros y los cuadernos contra su cuerpo y con el otro brazo se balanceaba entre cielo y tierra, como una palanca o péndulo.

Aún hoy, a los 33 años, corre de la misma forma, con un brazo pegado al cuerpo y el otro penduleando, para marcar el ritmo.

Hailè decía a los 20 años, ya campeón: “Mi estilo no será perfecto, pero yo he corrido así toda mi vida. Mi sangre, mi corazón, mi cabeza, ponen en movimiento mis piernas. Coro así porque es mi destino.”

Seguramente que las carreras de su infancia escolar deben haber dilatado sus pulmones, reforzado toda su musculatura, afinado todas las fibras de su cuerpo.

En 1992, con 18 años, Hailè corrió en Corea del Sur en los Mundiales de la Juventud y dejó de piedra, como una estatua, al favorito, Josefat Machuca, un keniano, que de rabia le propinó un puñetazo en la columna vertebral.

Hailè fue el primer atleta que bajó el record de los 5.000 metros a menos de 13 minutos. Venció a su rival keniano en dos Olimpíadas, sacándole en su arranque final unos 300 metros.

TAMBIÉN SUEÑAN LAS MUCHACHAS

La región de Arsi parece una mina a cielo abierto de campeones. Paisanas de Hailè Ghebressel-lassie, son Fatuma Roba, vencedora del maratón femenino en Atlanta (USA) y Hailu Mekkonen, primera en la carrera de los 2.000 metros. Ambas son hijas de campesinos, que tenían que correr todos los días para ir a la escuela.

El cetro de rey de las carreras pasó en Atenas a Kenesine Beleke, muchacho taciturno, que ganó los 10.000 metros, triturando el record mundial. Después ha ganado ocho campeonatos del mundo. Desde 2002, nadie lo ha batido.

CONCLUSIÓN

Con tal galería de mitos, los niños etíopes continúan soñando que un día cualquiera, uno de ellos puede llegar a ser otra leyenda deportiva.
Por eso, cada mañana se levanta temprano y se va a correr para transformar lo imposible en posible.
La ilusión de alcanzar una vida mejor y poder sacar a sus familias de la miseria son el motor, que fabrica campeones. Estos adolescentes están motivados existencialmente.

Autor

  • Molina Molina, Antonio José

    Antonio José Molina Molina nació en Murcia en 1932. Desde 1955 es Misionero de África, Padre Blanco, y ya desde antes ha estado trabajando en, por y para África. Apasionado de la radio, como él relata en sus crónicas desde sus primeros pasos en el continente africano, "siempre tuve una radio pequeña en mi mochila para escuchar las noticias". Durante septiembre 2002, regresa a Madrid como colaborador del CIDAF. En octubre de 2005 aceptó los cargos de secretario general de la Fundación Sur y director de su departamento África. Antonio Molina pertenece -como él mismo dice- a la "brigada volante de los Misioneros de África", siempre con la maleta preparada... mientras el cuerpo aguante.

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