Lunes 20 de julio. Nueve y media de la mañana. Sala 4 del Palacio de Justicia Lat Dior de Dakar. El ex presidente de Chad, Hissène Habré, vestido con un bubu tradicional blanco y llevando en la mano un rosario musulmán, permanece sentado en la primera fila rodeado de agentes de policía. Él no quiere estar allí, ha sido traído por la fuerza desde la prisión en la que está recluido desde hace dos años hasta la sala donde va a ser juzgado por crímenes de guerra, contra la Humanidad y torturas. De repente, un grupo de jóvenes sentados más atrás, entre los que se encuentran sobrinos y familiares del propio Habré, comienzan a agitarse y lanzar consignas a favor del Chad y del dictador y contra el proceso judicial. “Traidores, esto es una vergüenza para África”, repiten los jóvenes. En ese instante, el propio Habré comienza también a gritar contra “el imperialismo” y los “servidores del neocolonialismo” hasta que es desalojado del lugar.
El show estaba calculado y forma parte de la estrategia del ex dictador de presentarse ante el mundo como una víctima de Occidente y al Gobierno senegalés y los jueces que le van a juzgar como esbirros de una trama orquestada desde Europa y Estados Unidos, con la complicidad del actual presidente chadiano, para ajustar cuentas con él y destruir su imagen. Habré y sus seguidores han desplegado desde hace años toda una campaña mediática para equiparar su figura a la de líderes africanos antiimperialistas y defensores de la libertad, como Thomas Sankara, Patrice Lumumba o Nelson Mandela. ¿Cuánto de cierto hay en este discurso? ¿Este proceso judicial es realmente una imposición occidental contra África? ¿En qué se parecen Sankara, presidente de Burkina Faso asesinado en 1987, y este hombre que grita en el tribunal cuya legitimidad rechaza?
Primer hecho constatable: Hissène Habré llegó al poder y se mantuvo en él no por actuar en contra de Occidente, sino gracias a Occidente. En concreto, gracias a Francia y Estados Unidos. Hay que remontarse hasta los años sesenta para encontrarnos en París con un inquieto e inteligente estudiante de poco más de veinte años, nacido en Faya-Largeau, al norte de Chad. Tras la independencia, su país está gobernado por el sudista y autoritario François Tombalbaye, que ha impuesto un régimen de partido único, y este joven árabe consigue una ayuda para ir a Francia a estudiar Ciencias Políticas. Allí, entre lecturas de Fanon, el Ché Guevara y otros revolucionarios se consolida en su cabeza la idea de poner fin al poder omnímodo de Tombalbaye. Aunque el joven Hissène tenía sus propias ambiciones personales.
En 1972 regresa a Chad y se une a las filas de los rebeldes del Frente Nacional de Liberación del Chad (Frolinat), que hostigan al presidente desde el norte. Pronto se convierte en uno de sus líderes más sólidos. Y es en este momento cuando Libia entra en la vida y el espíritu de Habré para quedarse. Tombalbaye firma un acuerdo con el coronel Gadafi por el que Libia ocupa la banda de Aozou, en el norte del país, y a cambio Trípoli deja de prestar apoyo a la rebelión. Pero ni el sostén libio pudo mantenerle mucho más tiempo en el poder. En abril de 1975 Tombalbaye es finalmente derrocado por un golpe de estado y asesinado por los militares, subiendo al poder el general Félix Malloum, que rompe relaciones con Libia y poco después nombra a Habré primer ministro. El niño brillante del norte, el joven estudiante revolucionario en París, el líder rebelde se acerca cada vez más a su objetivo.
Apenas unos meses después de su nombramiento, Habré, ansioso por seguir escalando posiciones, desencadena un conflicto que provoca la caída de Malloum y la llegada al poder de un gobierno de transición presidido por Goukouni Oueddei. Las calles de Yamena son el escenario de un conflicto sangriento de final incierto hasta que Goukouni saca un conejo de la chistera y pide ayuda a Gadafi, quien no duda en venir en su ayuda y ocupar dos terceras partes del país, incluida la capital, e infligir una severa derrota a los rebeldes de Habré, que se retiran hacia la frontera con Sudán. Libia, una vez más, la bestia negra de Hissène Habré.
Y es aquí donde entra en juego Occidente. Estamos en 1981. A miles de kilómetros, en Estados Unidos, Ronald Reagan acaba de ganar las elecciones presidenciales y llega a la Casa Blanca con el objetivo de declarar la guerra al terrorismo. Y en aquellos años ochenta el auténtico hombre del saco para Occidente no era otro que Gadafi. Así que los intereses de Habré y los de Reagan eran coincidentes. La alianza estratégica era sólo cuestión de tiempo. EEUU pretende golpear al líder libio y para ello utilizará a este joven de ideas revolucionarias, a quien comienza a suministrar armamento y dinero con la idea de que su rebelión triunfe y se convierta en presidente de Chad. El 7 de junio de 1982, Habré entra al frente de sus renovadas tropas en Yamena. Y desde el primer día comienza su macabro baño de sangre: prisioneros ejecutados, represalias, caza a todo aquel que fuera sospechoso de formar parte de la oposición.
Sin embargo, Goukouni y su aliado libio no habían dicho la última palabra. En 1983, lanzan una contraofensiva y toman la ciudad natal de Habré, Faya-Largeau, y posteriormente todo el norte del país, lo que desencadena una conflicto de gran dimensión. EEUU y Francia envían material y tropas en ayuda de Habré, con el claro objetivo de frenar el expansionismo libio. La guerra se extiende hasta 1987, pero la decisiva contribución occidental acaba por inclinar la balanza en favor de Yamena. A partir de entonces, un crecido Habré podrá concentrarse en otros menesteres como el exterminio de dos subgrupos étnicos, los Hadjarai y los Zaghawa, algunos de cuyos destacados líderes habían osado oponerse a su poder. El mero hecho de pertenecer a estas tribus te podía conducir directamente a una de las terribles cárceles del régimen, en el mejor de los casos.
Segundo hecho evidente: no es Occidente quien ha desencadenado la maquinaria de la Justicia internacional, sino el tesón, la constancia y el empuje de las víctimas que lograron sobrevivir al régimen y que nunca tiraron la toalla. Cierto es que han contado con el imprescindible apoyo de organizaciones de Derechos Humanos, como Human Rights Watch, pero son ellas las protagonistas. Fue el contable Souleymane Guengueng quien comenzó a recoger los testimonios y a elaborar fichas ya en 1991, fue la abogada chadiana Jacqueline Moudeina quien se puso al frente de la defensa de los supervivientes, incluso con riesgo para su vida (sufrió un ataque con una granada que le dejó graves secuelas), han sido Zacarías, Fatimé, Ginette, Omar, Abderramán y así hasta casi 1.500 torturados o familiares de fallecidos quienes han logrado sentar a Habré ante un tribunal.
Los partidarios del ex dictador argumentan que el juicio no es imparcial porque está financiado en buena medida por el actual régimen chadiano, al frente del cual se encuentra Idriss Déby, ex colaborador directo de Habré y luego rebelde que logró echarlo del poder en 1990. Es cierto que Chad aporta buena parte de la financiación de las Cámaras Africanas Extraordinarias, pero no está bajo su jurisdicción, no la puede controlar. De hecho, el Gobierno de Yamena pidió personarse como parte civil y el juez lo rechazó. Y una reflexión. ¿Se puede censurar a un Estado por pretender arrojar luz sobre una parte de su historia? ¿Se le puede criticar por tratar de dar una respuesta a las víctimas?
Esto no puede hacer olvidar que el actual régimen chadiano no es precisamente un adalid de las libertades. O que a Déby le podría incomodar que se hurgue en algunos aspectos del pasado, como las masacres del septiembre negro en las que él era jefe de las Fuerzas Armadas. Hace unos días en Dakar, dos de sus ministros, el de Comunicación y el de Justicia, dieron un patético espectáculo cuando un periodista senegalés les preguntó por la posibilidad de que Déby tuviera que dar explicaciones, esquivando la respuesta. Pero lo cierto es que no se ha presentado ninguna denuncia contra el actual presidente, además de que es poco probable que se pueda enjuiciar a un jefe de Estado en el cargo. La triste experiencia del sudanés Omar Al-Bashir, que lleva años burlándose de la Justicia internacional, apunta en esta dirección.
En la época que Habré estuvo en el poder, entre 1982 y 1990, reinaba la paranoia. Todos podían ser acusados de complicidad con la rebelión o de ser espías de Gadafi. Nadie estaba a salvo de una posible purga. Hermanos contra hermanos, hijos contra padres, primos enfrentados entre sí. Denuncias falsas, ajustes de cuentas. El ex dictador sembró un clima de terror y miedo y su aparato represor se empleó con saña. Los presos morían de inanición y enfermedades en las cárceles, métodos crueles de tortura como el arbatachar, en el que se ataban las extremidades por detrás del cuerpo durante horas provocando parálisis que podían durar meses, el ahogamiento, la electricidad se usaban de manera sistemática. Pese al tiempo transcurrido, la herida causada a los chadianos está lejos de haberse cerrado. Cuando fue expulsado del poder, Habré vació las arcas del Estado y se instaló cómodamente en Dakar, donde fue recibido con los brazos abiertos y asilado.
No es Occidente quien ha llevado a Habré ante un tribunal. Han sido sus víctimas. Y no es el neocolonialismo o el imperialismo, como gritó el lunes 20 de julio en una imagen histórica que quedará para la posteridad como la del dictador caído, quien está moviendo los hilos de este proceso. Es la Unión Africana quien, en una decisión histórica, decidió que Hissène Habré fuera juzgado en África por jueces africanos en aplicación del principio de la justicia universal. Sankara, Lumumba o Mandela se enfrentaron a los intereses occidentales o al apartheid; Habré fue un instrumento al servicio de Occidente que se aprovechó de este apoyo para mantenerse ocho años en el poder durante los cuales se empleó a fondo contra los propios chadianos, que desde entonces reclaman Justicia.
Aún así, para ser condenado, los abogados que representan a las víctimas tendrán que demostrar en el juicio, que comenzó el 20 de julio, se suspendió 48 horas más tarde en virtud de una estratagema dilatoria de la defensa y que se reanuda el próximo 7 de septiembre, que Habré daba las órdenes y que estaba enterado de todo lo que pasaba. Existen pruebas documentales de que es así, de que la DDS le rendía cuentas de manera permanente de todos los interrogatorios, torturas o fusilamientos y de que era él en persona quien decidía la suerte de los presos. Pero la historia de su juicio no está escrita. La estrategia de su defensa, que no reconoce la legitimidad de las Cámaras Africanas Extraordinarias, le podrá servir para ganar tiempo pero no podrá esconderse mucho más. Es una pena que no quiera hablar, que no explique su amistad con Reagan, que no cuente de los misiles suministrados por la CIA, del apoyo francés. Eso sí fue neocolonialismo y no esto. Esto es África juzgando a un dictador africano.
Original en : Blogs de El País. África no es un país.