En México, las mujeres afrodescendientes se enfrentan a una doble discriminación: racial y de género. Con el propósito de demostrar su existencia y reproducción en nuestro país, desmenuzamos dos de las principales expresiones de racismo cotidiano que afectan la dignidad y autoestima de esas mujeres: la prostitución y el trabajo doméstico.
Actualmente, una de las reflexiones centrales en torno a la población afromexicana son los estereotipos raciales y relaciones interétnicas que han sido construidos alrededor de los miembros de esta comunidad. Ser afrodescendiente en México implica una lucha constante contra su exclusión, invisibilización y discriminación dentro de la sociedad, que se ven reflejados en una mala calidad de vida y en serias restricciones en el acceso a sus derechos y libertades fundamentales.
Tanto hombres como mujeres de la comunidad afromexicana son víctimas de lo que puede denominarse como “microrracismos”, pero también se encuentran presentes una gama de estereotipos, prejuicios y estigmas exclusivos por cada género, por lo cual resulta necesario agregar algunos matices a este tema. En esta ocasión nos concentraremos en aquellos que afectan en especial a las mujeres. Aunque los estereotipos que tratamos son analizados dentro del contexto mexicano, éstos también aplican al resto de las mujeres afrodescendientes de América.
En México es común un refrán que dice “como te ven te tratan”, en el cual se asume que la apariencia física y vestimenta de una persona es un factor importante para tener acceso a derechos y mejores oportunidades. De esta manera, en el fenotipo y color de piel se refleja la creencia de que algunas personas son mejores que otras, lo que funge como marca para definir el lugar que socialmente le es asignado a cada una, y ubica a las personas afrodescendientes en una posición de inferioridad.
Esta clasificación social se remonta al sistema de castas que se mantuvo durante la época colonial, donde los españoles eran la clase social más privilegiada, seguido por criollos, mestizos, indígenas y esclavos. A partir de la independencia, el mestizaje impulsó una ideología para perfilar el nacimiento de una raza mexicana para la construcción de la nación. Esta política no incluyó a las poblaciones de origen africano.
Fue apenas hasta el 2019 cuando las poblaciones afromexicanas obtuvieron reconocimiento constitucional como parte integral del país, pero falta un largo camino por recorrer para que este reconocimiento jurídico se traduzca en mejoras económicas y sociales para las y los afromexicanos.
Hablar de racismo o discriminación racial entre las y los mexicanos es muy controversial. Pero la realidad es que aquí se practica un racismo cotidiano que se manifiesta de manera sutil en comentarios, chistes y actitudes. Lo más grave es que está normalizada, y muchas personas que afirman que no son racistas, en realidad sí lo son.
Además de la discriminación racial a que se ven sometidas por su raza, las mujeres afromexicanas también se enfrentan a las distintas formas y manifestaciones de violencia de género, que afecta por igual a todas las mujeres mexicanas. En este país, alcanzar la igualdad de género sigue siendo un objetivo lejano. La adhesión y ratificación de los derechos de las mujeres no ha sido suficiente para transformar las relaciones de poder en el marco de una cultura patriarcal todavía muy arraigada.
En todas las Entidades Federativas de la República Mexicana existen leyes de acceso de las mujeres a una libre de violencia, y existen instituciones en los niveles estatal y federal que deben transversalizar la perspectiva de género en los programas y políticas públicas. Con todo, no hay avances sustantivos en la materia, lo cual se refleja en el número de víctimas mortales por feminicidio, que se han duplicado de 2015 a 2021, que actualmente asciende a 966 asesinatos, así como en el incremento de denuncias por violencia de género, que han llegado a máximos históricos.
Debido a su doble condición de ser mujer y ser afrodescendiente, la violencia de género genera expresiones aún más crudas entre las mujeres afromexicanas. Los discursos que se construyen en torno a ellas se refieren a características muy específicas, que adquieren sentido en el marco de procesos sociales e históricos complejos. Muchas de esas construcciones son estereotipadas, que fueron difundidas de forma masiva a través los medios de comunicación tradicionales de forma acrítica, y a veces, de manera inconsciente, sin afán de herir, lastimar o discriminar, pero que son igual de perjudiciales. Lo peor de todo es que esas expresiones son asumidas tanto por ellas como por otros grupos raciales.
La prostitución y el trabajo doméstico (servidumbre) son dos de las principales situaciones que viven las mujeres negras en México,alrededor de las cuales se ha construido la creencia de que a esto se dedican muchas de ellas, asumiendo su existencia como si fuera algo implícito y natural. En el imaginario colectivo estas actividades son degradantes, inmorales y de bajo perfil.
Aquí no queremos entrar en polémicas con respecto a la aceptación social y dignificación de aquellas labores, ni entrar en detalle en los debates sobre sus causas, efectos y consecuencias, ni tampoco ocultar el hecho de que existen mujeres afromexicanas que ejercen estos oficios. Lo que pretendemos demostrar es que el hecho de que una mujer se dedique a labores domésticas o a la prostitución no tiene que ver con el color de la piel o con la raza, sino con cuestiones sociales y normas sociales que se han construido a lo largo de la historia.
En el caso específico de la prostitución, partimos del hecho de que la fundación y colonización de la Nueva España se cimentó sobre un basamento sexual, desde que las mujeres nativas fueron entregadas como regalo a los conquistadores. Es representativo, durante la conquista, el caso de la Malintzin o Malinche, que era indígena, y no esclava. Pero este tipo de prácticas persistieron durante la colonización con las esclavas traídas de África, y su condición de esclavitud fue utilizado como argumento para legitimar los abusos de poder y la explotación sexual de las esclavas, que eran consideradas por los amos como un objeto de su propiedad.
Estas relaciones construyeron la creencia de que las mujeres negras tenían una inclinación “casi natural” a la seducción, destacando sus atractivos sexuales y asociándolos como producto de la hechicería que supuestamente practicaban esas mujeres.
Con el tiempo, estas ideas derivaron en historias que difundieron estas características de la mujer afromexicana. Una de las más conocidas es la de la Mulata de Córdoba, una leyenda que trata de una mujer afrodescendiente cuya belleza parecía embrujar a los hombres, hasta que un día la encierran en una prisión, de la cual escapa misteriosamente.
Otra imagen representativa en este sentido es la de Zonga o Rarotonga, una mujer afrodescendiente muy atractiva con un cuerpo espectacular, que era reina hechicera en una isla, que volvía locos a todos los pobladores por sus encantos. La historia fue publicada por primera vez en 1951, y fue difundida en historietas, cómics y en el cine, teniendo un gran éxito.
Estos dos ejemplos han sido interpretados como parte las características de la mujer afromexicana, pero lo cierto es que muchas de ellas han sido tachadas como sexoservidoras simplemente por ver su cuerpo, situación que las colocó en los sistemas comunes a su género y su raza como “mujeres fogosas y siempre dispuestas a la relación sexual”.
Los mismos varones afromexicanos también asumen para sí estos rasgos racializados y sexualizados. De acuerdo con una investigación realizada en la costa chica de Guerrero, esto se da por la socialización, que en el marco de distintas ideologías, es definida como aquel sistema simbólico que sustenta y reproduce relaciones de dominación, en donde los roles de género tienden a una subordinación de las mujeres y a la construcción de modelos tradicionales de feminidad y masculinidad.
De esta forma se entiende que la población racializada también racializa, asumiendo como normales ciertos atributos que en realidad son formas elementales de racismo. Basta con leer la siguiente expresión para comprender la magnitud del fenómeno y observar la supervivencia de jerarquías de género.
“Búscate una morena. Son buenas pa’ hacer tortillas y también son buenas pa’ coger”.
Afirmación de un hombre de la costa chica de Guerrero
En esta frase también se encuentra implícita la creencia de que la mujer afromexicana es, por naturaleza, servicial y apta para las labores del hogar, la cocina y el cuidado de los hijos. Los orígenes de este estereotipo se remontan, de nuevo, a la época de la colonia.
Durante ese periodo, la mujer negra sufrió una explotación perversa, ya que además del trabajo en el campo, se encargaban de los hijos, de la casa, de preparar la comida, y de los hijos de los amos. Es por ello que se fue creando la imagen de una negra servil y sumisa, que puede cargar el mundo sobre sus hombros sin quejarse, y que tiene toques maternales.
En general, su figura es representada por una mujer mayor, de piel oscura y gorda, es decir, un perfil totalmente opuesto al de las que practican la prostitución, pero realmente ambos se complementan entre sí, porque reproducen las mismas formas de discriminación racial y de género, siendo las caras opuestas de la misma moneda.
En México, la industria cinematográfica nacional fue quien posibilitó la difusión del estereotipo de la mujer negra que se dedica a la servidumbre. Una de las cintas donde se aborda este tipo de personajes es Angelitos negros (1948), donde uno de los personajes protagónicos es el de una Nana llamada Mercé, una mujer negra que ha cuidado toda su vida a una niña que, cuando crece, la desprecia, maltrata y discrimina por su color de piel.
Otra producción que tuvo gran impacto en la sociedad mexicana, aunque fue originalmente creada y ambientada en Cuba, fue El derecho de nacer, un melodrama que ha tenido distintas adaptaciones en el cine, la radio y la televisión mexicana. En esa historia aparece, como personaje central, la figura de Dolores Limonta, una criada negra que defiende de manera justiciera la vida de un bebé inocente en peligro de ser asesinado, al que después educa como si fuera su propio hijo.
A pesar de su carácter ficticio, estas historias reproducen el estereotipo racial de que las mujeres afrodescendientes tienen que limitarse a realizar labores domésticas, devaluadas y sin libertad de decisión, bajo el argumento de que tienen poca instrucción y de que están hechas para el hogar. En la práctica, dentro de la sociedad mexicana, la mujer negra es relegada para ejercer otros tipos de empleo, y en algunas ocasiones, se les niega el derecho a asistir a la escuela y a una profesión.
De esta manera, la existencia y permanencia de estos estereotipos son parte de la discriminación cotidiana de la que las mujeres afromexicanas son víctimas. Aún son frecuentes los relatos de mujeres afrodescendientes que son tratadas como trabajadoras sexuales o gente que hace la limpieza. Por tanto, resulta fundamental someter a la reflexión estos estereotipos como una forma de acabar con este tipo de discriminación.
El primer paso es reconocer el gran daño que se les ha hecho a las mujeres afromexicanas de generación en generación. El mensaje debe ser contundente: asumir que la mujer mexicana negra es una puta o una chacha representa un obstáculo para su inclusión dentro de la sociedad mexicana, que restringe su acceso a derechos básicos, como educación, empleo, vivienda y el uso de espacios públicos.
Pero lo más importante es encontrar soluciones para eliminar cualquier tipo de prejuicio y coadyuvar a la plena inclusión de las mujeres afromexicanas a una vida libre de violencia y discriminación, y ser percibidas como personas, con nombre propio, identidad y derechos. Siempre es posible encontrar mecanismos para alcanzar este objetivo si se llevan a cabo en los canales adecuados, que pueden tener implicaciones profundas para atender las obligaciones del Estado mexicano con este grupo social, a través del diseño e implementación de las políticas públicas adecuadas destinadas a atender sus principales demandas.
Carlos Luján Aldana @clujanaldana
Original en: Tlilxayac
[CIDAF-UCM]