Escapismo a través del deporte en Burundi

14/07/2008 | Crónicas y reportajes

Son las 7 de la mañana de un domingo, pero ya hay cientos de cuerpos brillantes esparcidos por la arena de las playas de Bujumbura. Estamos todos aquí para una cosa, para hacer ejercicio.

Salí de mi casa al amanecer con mis zapatillas de deporte. La ciudad todavía se estaba despertando, pero adelanté a unos cuantos corredores madrugadores de camino a las orillas arenosas del lago Tanganika. Ya había unos cuantos coches en la carretera, la mayoría de ellos transportando mercancías a los mercados.

Estoy luchando por mantener el paso. Me encanta correr, pero ya no lo hago regularmente. ¡No tengo tiempo! Cuando por fin alcanzo la costa, sin aliento, me siento energizado instantáneamente. Ahora ya ha salido el sol, como una bombilla gigantesca encendida en una fiesta de playa privada, y la vista de todos esos cuerpos moviéndose es surrealista.

Llamativos empujones y estiramientos de cuerpo se exhiben sobre la arena, un espectáculo que se extiende hasta la carretera. Los vehículos en movimiento sortean con precaución los cuerpos contorneándose. La gente está en grupos, o sola, jugando al fútbol, haciendo aerobic, doblándose y flexionando, todo esto mientras habla y se pone al día con los cotilleos. Para muchos de nosotros, sencillamente este es el lugar perfecto donde estar en la capital de Burundi, un caluroso domingo por la mañana.

En concreto este trozo de playa de dos kilómetros normalmente acoge a cientos de jóvenes y no tan jóvenes burundeses que siguen la moda de hacer ejercicio. Pero el resto de la ciudad también se llenará con el zumbido de sus ciudadanos caminando en grupos que pertenecen a los alrededor de 20 clubs de deporte, o con la familia y amigos.

Otro punto concurrido de Bujumbura para los deportistas es una ruta cuesta arriba muy popular, difícil de recorrer tanto corriendo como caminando. La compensación final a tan intenso exfuerzo es, una vez en la cima, la vista. La vista panorámica se extiende hasta más allá del gran lago hasta las puntas de las colinas de la vecina República Democrática del Congo. Mirar hacia abajo a la ciudad contenida y más allá me da un irresistible sentimiento de paz interior, que ocasionalmente, todavía subo corriendo a esa colina.

Los visitantes extranjeros de la ciudad siempre hacen comentarios al respecto: a la gente de aquí le gusta mucho hacer ejercicio a cualquier hora en cualquier parte. La gente de esta ciudad adora estar fuera de casa transpirando, y los corredores son una vista muy recurrente, ya sea de día como de noche.

Bujumbura, la capital de Burundi, en el corazón de África, es el hogar de 600.000 personas. Esta es una gran población para una diminuta ciudad que parece más bien una agradable pequeña ciudad, con sus árboles verdes y a la que es fácil adaptarse.

Burundi sufrió durante una década una sangrienta guerra civil, pero este pequeño y pobre país ha permanecido más o menos pacífico desde las últimas elecciones de 2005. Comparado con el resto de países, la capital no recibió el impacto total de la guerra, así que, aunque sus viejos edificios podrían usar un chorrito de pintura fresca, Bujumbura sigue siendo una ciudad atractiva. Pero la guerra es parte de la explicación para el hecho de que el fenómeno del ejercicio se enraizara en la capital, más que en las zonas rurales.

Desiré Ntungana, un gorila de discoteca de treinta y tantos y mi instructor de kárate y aerobic, lo explica así: “La gente no tenía nada que hacer durante el tiempo de la guerra, ya que todos los trabajos se detuvieron. Un montón de gente empezó a hacer ejercicio para pasar el tiempo y cuando empezaron a quedar regularmente, es cuando se empezaron a formas muchos clubs. Esta era la actividad con la que se libraban de los malos pensamientos”.

Yo era un adolescente cuando empezó la guerra, en 1994. La escuela cerró sin más. Mi tío, que estaba en el ejército, reunió a varios familiares y amigos para disfrutar de los placeres de correr y hacer ejercicios para fortalecer el cuerpo. Era una manera de mantenernos motivados, la luz del sol en un día sombrío.

Las cosas no han sido siempre así. Hace más de una década, explica Ntungana, la tendencia era ver a la gente joven haciendo ejercicio, más que a generaciones mayores. Ahora, asegura Ntungana, mientras me abre camino en la playa, “puedes encontrarte con una madre mayor haciendo ejercicio, porque se lo ha recomendado el doctor”.

“Una vez que sus cuerpos empiezan a ser más flexibles, la gente se hace adicta”. Mientras este alto y atlético entusiasta del ejercicio habla, una mujer grande y su hija de un tamaño similar se pavonean por la playa, charlando y felices de estar en la calle para recibir el sol de la mañana.

Ntungana es mi instructor favorito de los cinco clubes que hay, aunque después de sus agotadores ejercicios quema-grasas, soy una muerta viviente. Mi propia madre corre tres mañanas a la semana, se levanta a las 6 de la mañana, con sus amigas, para estar en forma. Yo lucho por mantenerme a su altura.

Las clases del domingo de Ntungana son parte del club de footing familiar.”Cuando me ven dar ejercicios divertidos, todos me siguen en manada”, dice riendo. “Cuando veo a alguien haciendo ejercicio, me siento feliz. Si puedo ayudarles a entrenar, me hace feliz”.

El deporte se convirtió en un refugio, cuando escaseaban los trabajos, asegura Paul Rwota, el presidente del club al que su médico ha ordenado hacer ejercicio para adelgazar. Es algo que la gente hace para ayudar a pasar el tiempo, además de por razones de salud, dice, añadiendo que él hace lo que sea por mantener su rutina de ejercicios.
“Pero me ayuda a relajarme”. En esto, Rwota es como muchos burundeses que han encontrado en el deporte una manera de alegrarse el espíritu y enfrentarse a la desgracia de la guerra, con todos los problemas económicos y sociales que ello conlleva.

Rachid Rukwiye, de 40 años, vuelve a su casa desde la playa, antes de que empiece a hacer el calor sofocante del mediodía. Hacer ejercicio, explica, lo lleva en la sangre.

Antes jugaba mucho al fútbol, pero ahora corre por las mañanas durante 30 minutos. “hacer deporte se convierte en un punto de encuentro, y cuando te encuentras con mucha gente, llega a ser divertido”.

Un hombre que hace ejercicios de estiramiento vigorosamente en la calle, me grita cuando llego mirando con indiferencia el laberinto de gente, “¡venga, estírate, haz algo, no vayas caminando sin más!”.

Esto es Bujumbura, la gente se da consejos unos a otros de manera informal, sin conocer a sus receptores personalmente.

Unas zapatillas de correr son indispensables en la maleta, si vienes a Burundi.

Haydee Bangerezako

La autora es una escritora freelance e investigadora de industrias locales y vive en Bujumbura.

Artículo extraído del diario surafricano, ‘Mail & Guardian’, el 04 de julio de 2008.

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