Ante los debilitantes recortes de fondos y las nuevas olas de activismo estudiantil, se está examinando el papel de las universidades en el trato de los desafíos críticos que enfrenta el mundo, como el del aumento de la desigualdad socioeconómica.
La educación superior en todo el mundo se encuentra en una época de rápidos cambios y, además de los recortes presupuestarios, hay un clamor por la relevancia y por las notas más altas, una mayor articulación de proyectos socioeconómicos y la necesidad de seguir la pista a las transformaciones del mercado de trabajo.
El activismo estudiantil parece dirigirse hacia otro periodo como el de 1960-1970. La desigualdad está aumentando en al mayoría de las sociedades y, como el economista Thomas Piketty ha explicado en varias ocasiones, la inversión social en la educación superior es un motor clave para construir sociedades más igualitarias. Esto está pasando tras los mayores niveles de masificación en la mayoría de las sociedades mientras la carrera por la cualificación continúa, pero la demanda supera ampliamente la oferta.
No puede haber un proyecto más emocionante que el de la recreación de la universidad como institución social que aborde las nuevas realidades y contextos, respondiendo simultáneamente a los problemas locales y globales, con la justicia social como epicentro. Esta agenda debería ser directa y sin ambigüedades, con fuertes conexiones locales, al mismo tiempo que teniendo en cuenta la necesidad de un enfoque sensible a la rápida globalización.
Por más despreciable que sea el uso de la palabra «transformación», representa una oportunidad para considerar los cambios que deben producirse en las universidades para que sean relevantes, a medida que avanzamos hacia las próximas cuatro o cinco décadas.
El plan de estudios es el corazón de este proyecto. Es la forma en que las instituciones de educación superior se definen a sí mismas y a su proyecto sociopolítico. El plan de estudios es, de hecho, un proyecto político.
Las universidades están a menudo diseñadas para estudiantes arquetípicos, que tienen raíces en una clase o grupo social en particular y que han asistido y se han graduado en las preparatorias para el estudio universitario.
Pero si la mayoría de los estudiantes que provienen de escuelas disfuncionales que han fallado en prepararles para esto y su ambiente familiar no les apoya, entonces hay una necesidad de cuestionar la naturaleza del plan de estudios, si de verdad prepara su capacidad para aprender cuando se les lanza al aprendizaje universitario.
No hay discusión posible, la transformación del plan de estudios puede evitar la suposición de que su finalidad es la de mantener las estructuras sociopolíticas dominantes de las sociedades.
img9586|left>Cuando las sociedades son en gran medida uniformes, el plan de estudios suele construirse alrededor de las formas culturales dominantes. Por otro lado, donde la diversidad social y cultural esté inmersa en superestructuras políticas y económicas que tratan a otros como inferiores o desiguales, la cuestión del acceso a la universidad tiene que ser tomada en serio. Esto ocurre normalmente en sociedades con pasados coloniales o sociedades con profundas desigualdades.
Un poderoso ejemplo de esto es Sudáfrica, donde a medida que el acceso a la educación superior comenzó a abrirse para jóvenes negros, hombres y mujeres, los estudiantes que se consideraron poco preparados fueron enviados a unidades especiales de refuerzo, para abordar lo que se consideraban lagunas en su preparación para la educación superior.
En ese momento, poco se intentó entender cómo abordar las necesidades de estos estudiantes mediante una transformación en el plan de estudios. Esto ha cambiado hoy hasta cierto punto, pero queda mucho por hacer.
Esta línea de pensamiento puede ser llevada más lejos. En las sociedades más complejas, múltiples sistemas de conocimiento coexisten e interactúan entre sí. Donde ocurre la «descolonización», el conocimiento está incrustado en los sistemas de valores, y algunos son vistos como mejores que otros.
Las universidades a menudo desempeñan misiones civilizadoras modernas, eliminando las formas internas e indígenas para implantar conocimientos extraídos de la modernidad.
En estas sociedades, la gente coexiste en estos múltiples sistemas de conocimiento, y se van de unos a otros sin problemas, dependiendo del contexto. Los estudiantes ocupan espacios mentales formados por una serie de sistemas de conocimiento.
Cuando uno o más de estos sistemas se excluyen de forma deliberada y sistemática en la forma en que constituyen planes de estudio, se crean obstáculos para el aprendizaje y se socavan las percepciones del sistema de conocimiento «inferior». Aunque esto no suceda deliberadamente, es una poderosa forma de exclusión.
Junto a esto está la cuestión del lenguaje. El dominio del inglés y de otras lenguas europeas en el mundo académico está presente en muchas naciones en desarrollo, y para muchos universitarios, estos son segundos o incluso terceros idiomas. Es una clara cuestión de acceso, pero también hay una especie de imperativo social relacionado con las lenguas indígenas. El isiZulu, Kiswahili, Fulani o Gujarati como lenguas académicas garantizan la sostenibilidad a largo plazo del lenguaje indígena.
Un mundo laboral cambiante
Dentro de 20 años, el mundo laboral será significativamente diferente. Las máquinas probablemente reemplazarán el esfuerzo humano que implique trabajo repetitivo, tal vez incluso en la profesión médica. Como forma de gestionar esto en términos de planificación de la educación superior, los actuales programas de estudio deberían ser rediseñados para dar prioridad a la creación de estudiantes de por vida, por ejemplo, con habilidadesgenéricas de alto nivel, con formación matemática avanzada y habilidades analíticas y de «big data».
A largo plazo, las tendencias de transformación de los mercados de trabajo locales y mundiales en los próximos 10 o 20 años deberían ser tomadas muy en serio. En primer lugar, se necesitan estudios que examinen el futuro del trabajo a realizar y que evalúen la forma en que ese trabajo puede afectar al currículo universitario. En segundo lugar, la mayoría de los programas de estudio cuyo fin son las calificaciones se estructuran en consonancia a las estructuras académicas y departamentales tradicionales. Y sin embargo, hay cada vez más profesiones y actividades intelectuales que no tienen nada que ver con estas estructuras tradicionales.
La cuestión crítica es qué tipo de sistema o estructura académica sería el mejor apoyo a este tipo de educación transversal. ¿Cuánta fluidez estructural pueden soportar las universidades para facilitar la creación de nuevos campos de trabajo ahí donde se cruzan las ramas del conocimiento?
Tal vez la cuestión más profunda sea la necesidad de revisar la relación entre las instituciones de enseñanza superior y los lugares de trabajo. Nuestros estudiantes nos han recordado que la educación superior es fundamental para resolver los desafíos a los que nos enfrentamos, y transformar el curriculum está en el corazón de este proyecto.
Si la educación superior debe ser entendida como un instrumento social clave para construir sociedades socialmente justas, es importante explorar nuevas maneras de instigar la transformación adecuada al curriculum. Entre ellas se incluyen la celebración de comisiones o cumbres nacionales regulares para permitir a las sociedades en toda su complejidad lograr pactos sociales sobre el papel de la educación superior en la construcción de sociedades más seguras e igualitarias.
Otro paso importante es desarrollar la capacidad de realizar investigación institucional, crear bases de datos longitudinales y realizar análisis de alto nivel para ayudar a las universidades a comprender, por ejemplo, quiénes son sus estudiantes, qué llevan consigo a la universidad, cuales no, lo que están leyendo, cuáles son sus condiciones socioeconómicas y si tienen asegurado el sustento, para que se pueda rediseñar su apoyo al éxito estudiantil.
A esto se une la comprensión crítica de si el curriculum, el plan de estudios, conecta con los sistemas de conocimiento en los que han crecido los estudiantes, y diseñar maneras para que se ajusten lo suficiente.
Otras medidas incluyen un acercamiento entre universidades y empleadores, el establecimiento de unidades de negocios en los campus para promover el emprendimiento, la adopción de una estrategia integrada de tecnología de la información y la inclusión del aprendizaje comunitario en el plan de estudios.
Una necesidad de revisión
El siglo XXI está experimentando una rápida aceleración del uso de nuevas tecnologías en procesos de producción, en la vida cotidiana y en proyectos de calidad de vida. Al mismo tiempo, hay una creciente complejidad global y local en el tejido de las sociedades, tanta, que los sistemas de organización social y cohesión, que tanto ha costado ganar, están amenazados con colapsar.
Por lo tanto, es necesario revisar la naturaleza de nuestros planes de estudio, y si conectan o no con lo que es probable que sea el mundo laboral en 2035. También existe la creación potencial de nuevas carreras profesionales, vinculadas a los desarrollos tecnológicos anteriormente mencionados, y otras relacionadas con los marcos conceptuales para la creciente penetración de las interfaces humano-tecnológicas en nuestra sociedad. Se necesita un esfuerzo nacional para tener en cuenta el impacto de este cambio. La educación superior debe ser un actor central en este proceso.
Hay cambios enormes y profundos que tienen lugar en todo el mundo. Algunos de estos son locales y otros globales, pero la mayoría están entrelazados. La educación superior y su organización a todos los niveles están en una posición ideal para desempeñar un papel fundamental en la solución a estos desafíos y en el desarrollo de los jóvenes como ciudadanos globales y locales.
Ahmed Bawa es director ejecutivo de Universidades de Sudáfrica
Fuente: Mail&Guardian
[Traducción y edición, Mario Villalba]
[Fundación Sur]
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