Uno de mis mejores profesores en la universidad estaba fascinado con la obra de René Girard, un pensador francés representante de la antropología filosófica que tiene unas interesantes teorías del comportamiento humano. Algunos estudiantes – y colegas también – le reprochaban que estaba demasiado influenciado en sus enseñanzas por las teorías del filósofo francés, el cual hacía mucho énfasis en el origen de la violencia y había desarrollado conceptos como la “rivalidad mimética” (todos deseamos algo pero no por el objeto en sí sino porque alguien más lo desea y eso desata la competición), y el ya vetusto mecanismo del “chivo expiatorio.”
En estos años en África, he recordado con frecuencia las teorías de mi profesor y de Girard. Una que por ejemplo me llama la atención es el hecho de que, cuando alguien hace algo malo, es muy difícil que la persona acepte atribuírselo a ella misma o a su ámbito de responsabilidad individual. Un día estaba presente en una reunión y, como es habitual en África, en el primer punto de la agenda había una oración introductoria y la persona que la formulaba decía algo así como “líbranos del mal, líbranos del espíritu de la maledicencia, del espíritu de los accidentes (¡sic!), del espíritu del adulterio, del espíritu de la violencia y el asesinato… “ hizo una lista exhaustiva de todas las acciones malas que podían pasar y era curioso ver que, como una jerarquía del mal bien organizada, cada una tenía su correspondiente “espíritu perverso.”
Semanas después, ocurrió que pillamos con las manos en la masa a una señora que trabajaba para nosotros. Estaba en la recepción y había falsificado unas cuantas facturas para poder embolsarse unos cuantos chelines extra. Cuando se le confrontó y se le presentó la innegable evidencia de su fraude, lo único que acertó a decir fue: “no fui yo, fue el demonio que tomó posesión de mí y me llevó por el mal camino.” O sea, que al final uno es en todo momento y lugar una persona irreprochable en sus actuaciones y completamente íntegra en sus actitudes… y cuando esto no es el caso, no es la persona en sí quien ha cometido una mala acción, sino el mismo diablo que se ha metido en la cabeza o el corazón de la persona en cuestión. Así se “desplaza” la culpa – echándosela completamente a las potencias negativas que hay en el mundo – y se siente uno anímicamente mucho mejor. Mi responsabilidad personal – incluso la de los peores corruptos, malhechores y explotadores sociales – no existe en absoluto; yo soy una persona buena por naturaleza. Al fin y al cabo, todo lo negativo es obra del maligno y por tanto no me echéis los perros que yo no he sido.
Con mecanismos así, tanto Girard como mi difunto profesor disfrutarían aquí más que un marrano en un charco, ya que verían confirmadas sus teorías en la vida diaria de esta gente. No hay más que abrir los periódicos para poder comprobar que cada semana mueren una o dos personas en algún lugar de Uganda víctimas de un linchamiento popular. Se pilla por ejemplo a un ladronzuelo en un mercado y, si la policía no se apresura a llegar al lugar, sin duda le darán tortas hasta en el cielo de la boca, y si la ofensa ha sido gorda, incluso lo matarán a palos allí mismo en cuestión de segundos. Así saca todo el mundo la ira y la frustración que lleva acumulada dentro (hay demasiadas batallas en las que bregar en esta puñetera vida) y la proyecta a base de mandobles en el desgraciado de turno. Dicen que tales dinámicas sociales no son otra cosa que puros mecanismos psicológicos de supervivencia. Podría ser, ya que la vida aquí – con tanta corrupción, tanta impunidad y tanta vulnerabilidad – es cualquier cosa menos fácil, pero al mismo tiempo estaría bien si algún día alguien tuviera el coraje de hacerse responsable de sus actos en vez de endilgarle todas y cada una de las miserias personales al demonio… como si el pobre no tuviera ya suficiente trabajo en este jodido mundo.
Original en : En Clave de Äfrica