Estado laico dirigido por un islamista, Turquía sirve de ejemplo después de la revolución de Egipto, a pesar de un contexto político diferente.
Las insurrecciones árabes no han acabado todavía y ya estamos pensando en el sistema que substituiría a las dictaduras caídas. Con o sin razón, “el modelo turco”, que combina actualmente democracia y partido islamista moderado, se nos muestra continuamente como ejemplo. Efectivamente, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que llegó al poder en 2003, simboliza la alianza exitosa entre islam político y democracia.
El 3 de febrero, la fundación turca de estudios económicos y sociales (Tesev) publicaba una encuesta realizada cerca de siete países árabes y de Irán. En total, 66% de las personas interrogadas consideran que Turquía es un modelo realmente. También en Occidente se hace referencia a este régimen por oposición al “modelo iraní”.
En una década en el poder, el partido ha tenido el tiempo de dar pruebas. Con un crecimiento económico cercano al 10%, es su voluntad de liberalizar la economía turca más que sus aspiraciones religiosas que han forjado su popularidad. “Es la ausencia de reivindicaciones religiosas lo que ha permitido a AKP de llegar al poder”, dice Alycan Tayla.
Mostrando claramente su voluntad de ver Turquía integrada en la Comunidad europea. El AKP no ha revolucionado los fundamentos básicos del sistema laico turco instaurado por Mustafa Kemal en 1924.
Turquía comenzó su democratización en los años 50. A pesar de diversos golpes de estado y el peso del ejército, las elecciones son libres. El AKP está formado por islamistas que han militado en este ambiente. No es el caso de los Hermanos musulmanes de Egipto, partido que no está reconocido y ha sido severamente oprimido. El AKP, gracias a las relaciones con las diferentes fuerzas políticas ha adquirido una cultura de auto-limitación. El hecho que Erdogan ha sido alcalde de Estambul ha influenciado profundamente su discurso de Primer ministro: “Antes de eso, era capaz de decir que había que rezar para que llueva cuando el agua faltaba en Estambul”.
Otra diferencia importante: el estatuto del individuo en la sociedad. En Turquía, el código civil turco es de inspiración suiza. La ciudadanía está basada sobre el derecho secular. El hombre y la mujer son iguales delante la ley. En Egipto, la ciudadanía y las leyes están fundadas en la religión.
Según Alica Tayla, Turquía no es el mejor ejemplo de democracia. Además del peso del ejército, las libertades no están todavía adquiridas, sobre todo el derecho de las minorías kurdas, si bien ha habido mejoras. Todavía hay muchos periodistas que están en la cárcel.
El sondeo al que hemos aludido revela: la popularidad de Turquía es muy fuerte en el mundo árabe. Antes mismo que la política interna, lo que ha hecho que Turquía tenga un prestigio internacional es el cambio de orientación del AKP hasta el punto de erigirse en “modelo”.
Por ejemplo, Erdogan estuvo a punto de entrar en guerra con Israel en 2003. No entró sencillamente porque una oposición fuerte le cerró el camino.
Tan popular en Occidente como en el Próximo Oriente, la etiqueta de “modelo” es explotada por el presidente. El 23 de febrero declaraba:
“No pretendemos ser un modelo para nadie, pero a lo mejor podemos ser una fuente de inspiración […] porque Turquía ha demostrado que el islam y la democracia pueden perfectamente coexistir.”
En este momento donde el porvenir político de Egipto, líder del proceso de paz israelo-palestino, es incierto, Erdogan busca el liderato de Turquía en la región.
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