Eritrea se está convirtiendo una cárcel gigante

17/04/2009 | Crónicas y reportajes

Eritrea se está convirtiendo en una “prisión gigante” debido a las políticas del gobierno de detenciones en masa, torturas y prolongados reclutamientos militares, según un informe publicado por la organización Human Right Watch, HRW, que asegura que la represión del estado ha hecho del diminuto estado del Mar Rojo, uno de los mayores productores de refugiados del mundo, donde los que huyen se arriesgan a la muerte o al castigo colectivo de sus familias.

En Eritrea no existe la libertad de expresión, de culto o de movimiento, mientras que muchos adultos son forzados a cumplir el servicio militar nacional, con un sueldo simbólico, hasta los 55 años de edad.

En sus 95 páginas, el informe cataloga las violaciones contra los civiles, y critica el paquete de 122 millones de euros que la Unión Europea ha dado al régimen del presidente Isaias Afewerki, señalando su preocupación porque los proyectos de desarrollo son llevados a cabo por prisioneros y reclutas, en violación de las leyes internacionales.

Georgette Gagnon, directora de HRW África, asegura que “el gobierno de Eritrea está convirtiendo el país en una prisión gigante y que debería responder por cientos de prisioneros desaparecidos “inmediatamente” y abrir sus cárceles para que se realice una investigación independiente”.

Eritrea obtuvo la independencia de Etiopía en 1993, tras un sangriento conflicto que duró 30 años. Los países se volvieron a enfrentar cinco años después por la disputa sobre la frontera común, todavía sin resolver, y Afewerki, cuyo partido lideró la lucha por la independencia, ha mantenido desde entonces a Eritrea en permanente pie de guerra.

Todos los estudiantes de las escuelas secundarias completan su último curso en una campamento militar. El servicio militar obligatorio de 18 meses fue ampliado en 2003, para que los hombres y mujeres adultos estuvieran obligados a permanecer disponibles para trabajar para el estado hasta la edad de 40 años. En la práctica, se exige a la gente servir al gobierno, si este lo necesita, hasta los 55 años, según HRW.

Muchos de los reclutas son enviados al ejército, mientras que otros trabajan en los ministerios, o en proyectos agrícolas o de construcción, o en compañías propiedad de la élite política y militar del país.

Aunque la lucha por la independencia inculcó un fuerte sentido de patriotismo y sacrificio entre los eritreos, el exagerado servicio militar es ahora muy impopular entre la población, particularmente porque los salarios apenas son suficientes para la supervivencia de la familia.

Consciente del descontento generalizado, el gobierno dificulta la obtención de visados de salida para cualquier persona de menos de 50 años. Miles de jóvenes que intentan huir a través de Etiopía o Sudán, se arriesgan a ser disparados en la frontera, mientras que sus padres normalmente “sufrirán” si ellos logran huir con vida.

Un oficial que ha sido responsable de las persecuciones de los desertores declaró a HRW que “si desapareces de Eritrea, tu familia será encarcelada por algún tiempo y a menudo los hijos vuelven. Si cruzas la frontera, entonces tu familia pagará 50.000 nafkas, (unos 4.400 euros) y si no tienen dinero, pasarán una larga temporada en la cárcel”.

El extenso servicio militar se suma a la suspensión casi completa de los derechos democráticos. En septiembre de 2001, fueron detenidos algunos de los altos cargos del gobierno por haber pedido unas elecciones libres y justas.

Docenas de oponentes políticos y periodistas también fueron arrestados, y casi todos los medios independientes han sido cerrados. El paradero de todas esas personas detenidas sigue siendo desconocido.

También se ha realizado una limpieza de grupos religiosos, con miles de cristianos, la mayoría pertenecientes a pequeños grupos evangélicos, están en la cárcel, donde se sabe que las condiciones son muy duras.

Contenedores de barcos, en el desierto, sirven de prisiones, mientras que otros centros de detención secretos están situados bajo tierra.
Los guardias utilizan técnicas de tortura, como el helicóptero, con el que se atan las manos y los pies del prisionero a la espalda y se deja así a la víctima, boca abajo, a menudo bajo el sol abrasador.

Eritrea también se ha quedado cada vez más aislada diplomáticamente. Mientras que los observadores independientes afirman que Eritrea tiene derecho a estar enfadada por la negativa de Etiopía a aceptar la decisión de la comisión internacional de fronteras, después de la guerra, y la desgana de Occidente para hacer que Etiopía lo acepte, las políticas provocativas del gobierno han erosionado rápidamente la buena voluntad de la que gozó con la independencia.

Durante el año pasado, se ha enfrentado al vecino Yibuti por disputas fronterizas, y ha acogido abiertamente a líderes islamistas de Somalia.
“La crisis de derechos humanos de Eritrea está empeorando y haciendo que el cuerno de África sea aún más volátil”, asegura Gagnon. “Los gobiernos de Estados Unidos, los europeos y otros deben coordinar sus políticas en el cuerno de África, para calmar las tensiones regionales, y lograr progresos en los derechos humanos, un punto de referencia esencial antes de adquirir cualquier compromiso con Eritrea”, añadió.

La antigua colonia italiana, es un estado unipartidista, gobernado por el Frente Popular de la Democracia y la Justicia. Nunca se han celebrado elecciones nacionales. La población se calcula que ronda los cinco millones de personas, aunque tiene uno de los ejércitos más grandes de África, con más de 200.000 soldados.

El presidente Isaias Afewerki, de 63 años, al principio fue considerado uno de los líderes más progresistas de África, pero ahora, debido a sus represivas políticas, es considerado uno de los peores.

En las cárceles hay unas 100.000 personas encerradas sin juicio ni cargos formales, sin contar con los desertores, que podrían alcanzar las decenas de miles, según HRW.

(Mail & Guardian, Suráfrica, 17-04-09)

Autor

Más artículos de Administrador-Webmaster