Entre mamá y el mar

7/07/2009 | Crónicas y reportajes

Lisa Edelwitt desafió a la muerte para cruzar el mar Mediterráneo y buscar una vida mejor. Más seriamente, también desafió a su madre.

Hace dos años, le conté a mi madre, ya viuda, mis planes de coger un barco que llevase a inmigrantes de forma clandestina a través del Mediterráneo. Y en ese momento montó en cólera. Pero ahora es la mujer más feliz de Abidjan. [Capital administrativa de Costa de Marfil].

Lo que empezó como una discusión normal, degeneró rápidamente en un gran enfado que provocó que mi madre amenazase con quemar mi pasaporte. Justo había vendido las últimas tres vacas para pagarme las tasas del primer semestre de mi diplomatura en la universidad privada de Abidjan.

Mi madre, que era muy débil además de diabética no podía digerir la idea de que su única hija dejase la universidad para poner en peligro su vida en un bote de pesca patera al atravesar el traicionero y ventoso mar Mediterráneo. Después de todo, seis chicos de la misma familia, y de nuestra ciudad, habían muerto en violentos vendavales cuando intentaban llegar a Europa en pateras abarrotadas.

En un ataque de histeria, mi madre invocó a todos los males que había escuchado sobre Madrid, aunque nunca había estado en España. El Racismo, la exclusión, la prostitución e incluso el canibalismo eran lo que le esperaba a cualquiera que cruzase el estrecho. A regañadientes, le prometí que iría a la universidad y juré por mi difunto padre que no subiría a una de las pateras ilegales.

Pero en lo hondo de mi corazón estaba entre los dos mundos. Mis dos mejores amigos habían afrontado las peligrosas pateras que iban a España y que salían de la costa libia. Se habían establecido en la comunidad de marfileños en Madrid, y estaban trabajando noche y día en restaurantes. Ahora mandan dinero a sus familias en Abidjan y sus padres se habían convertido en ostentosos y arrogantes dueños de mansiones en la ciudad y de vehículos todoterreno.

Sin embargo, también había soñado con terminar la universidad y convertirme en una contable pública. Pero la realidad de la economía y política inestables de Costa de Marfil hicieron que me diese cuenta de que sería la próxima graduada en paro y buscando trabajo.

Así que con los pocos dólares americanos que mi madre había conseguido con muchas dificultades para pagar el primer semestre de la carrera, tomé una decisión muy dura para pagar en secreto a los responsables del contrabando de inmigrantes. Pero a mi madre le dije que había pagado las tasas de la universidad, sólo para calmar sus nervios.

Dos días después, tras asegurarle a mi madre que me iba a visitar a unos amigos que vivían en el norte del país, me fui de Abidjan en coche. Un grupo seguimos las límeas de las fronteras de varios países del África Occidental hasta llegar a la ciudad portuaria de Libia, Tripoli.

Un barco diseñado para llevar a 120 personas como mucho, partió de la costa de Libia con 260 almas a bordo, de forma precaria, en busca de la vida deseada. El truco era evitar que nos detectase la guardia costera libia, por lo que salimos por la noche.

Paris y Madrid eran los destinos de muchos de las personas que se encontraban en el barco, y cada vez que las fuertes oleadas de viento inclinaban el barco, todos rezábamos en diferentes lenguas para que nos brindase la misericordia divina. En el sexto día de viaje divisamos las luces de las Islas Canarias españolas. Veinte minutos más tarde, la guardia costera española interceptó nuestro barco, detuvo al “capitán” y nos condujo a la costa.

Cansados, débiles y hambrientos, nos amontonaron en unos complejos para inmigrantes. La mitad fueron deportados inmediatamente, pero tras una descripción apasionada de mi desesperada situación y de la enfermedad de mi madre en Abidjan, las autoridades españolas de inmigración se compadecieron de mi causa y me concedieron permiso de refugio y asilo temporal.

Tres meses más tarde me liberaron del centro de inmigración y me encontré sola llegando por la noche a un Madrid húmedo, y con una sola maleta de ropa en la mano. Pero durante dos meses tuve miedo de llamar a mi madre, por no romperle el corazón y que se quedase en el sitio. Finalmente me armé de valor para llamarla y decirle que estaba a salvo. Su respuesta fueron lágrimas y lágrimas.

Después de dos años volví. Mi madre me recogió, era la primera vez que iba a un aeropuerto y lloraba mientras sostenía entre sus brazos a mi bebé, con mi marido español mirándola y sonriendo. Está encantada de que le haya comprado una casa en la ciudad y ahora puede ir a la iglesia en un pequeño coche Nissan que le compró mi marido.

A día de hoy no puede parar de decir que Madrid es el mejor lugar del mundo. Y está muy contenta de que volviese a mi casa de España, pero no en patera, sino con mi marido en un vuelo de British Airways.

LISA EDELWITT

Nacida en Côte d’Ivoire, Lisa Edelwitt es una ama de casa que vive en Madrid.

Fuente: Mail & Guardian Online, publicado el 20 de junio de 2009.

NOTA de la traductora:
la traducción del artículo es literal, por lo que se ha dejado el relato de la protagonista tal y como ella lo contó: salió al mar Mediterráneo desde Trípoli, Libia, con lo cual se supone que las islas españolas a las que llegó, son las islas Baleares, no Canarias.

Traducido por Patricia Herrero Pinilla, alumna de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid Traducción /Interpretación, colaboradora en la traducción de algunos artículos.

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